Seleccion de Patriotas

martes, 21 de febrero de 2012

Un cipayo...antes, en el Barrio los llamábamos de otra manera

Por Daniel Brion

 
Mucho ha hablado quién, al crearse el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”, dijo: “… así estamos hoy en la Argentina. No tenemos ópera, pero hay abundantes cantantes, poetas y escritores de mitos y epopeyas, que conquistan la fantasía de su público. Los historiadores, por su parte, trabajan en las universidades y en el Conicet.”, el lunes 28 de noviembre de 2011, en el diario La Nación, fue muy crítico respecto de la creación del instituto. "El Estado asume como  oficial la versión revisionista del pasado. Descalifica a los historiadores formados en sus universidades y encomienda el esclarecimiento de la «verdad histórica» a un grupo de personas carentes de calificaciones. El instituto deberá inculcar esa «verdad» con métodos que recuerdan a las prácticas totalitarias. Palabras, quizá, pero luego vienen los hechos", expresaba Luis Alberto Romero. Aclaraba su firma, entonces, como “El autor, historiador, es investigador principal del Conicet/UBA”.
Inmediatamente ese CONICET -al que el académico historiador hacía referencia- se vió en la necesidad, por medio de su vicepresidente de Asuntos Tecnológicos, Faustino Siñeriz, a recordar a los científicos que integran ese organismo nacional que "Sólo la presidente (del organismo) o la persona en quien ésta expresamente delegue la facultad puede expresar de modo válido la opinión institucional del Consejo". A partir de ello Don Romero acuso de Mordazas en el Conicet, de limitar la voz de los científicos, claro que no advertía que era él quien hablaba desde un lugar que, estatutariamente, no le correspondía. Para Romero el Estado imponía su propia épica (¿?), agregaba “El revisionismo histórico, cuya tradición se invoca en este decreto, merecía un destino mejor. En esa corriente historiográfica militaron historiadores y pensadores de fuste. Julio Irazusta desarrolló una bien fundamentada defensa de Juan Manuel de Rosas, con sólida erudición, aguda reflexión y una prosa refinada. Ernesto Palacio dejó una Historia de la Argentina bien pensada y provocativa. José María Rosa, quizá más desparejo, tiene piezas de preciso conocimiento y convincente argumentación. Ellos y sus seguidores, como todos los buenos historiadores, cuestionaron las ideas establecidas, provocaron el debate y aportaron nuevas preguntas. Sobre todo, formaron parte de una tradición crítica, contestataria, irreverente con el poder y reacia a subordinar sus ácidas verdades a las necesidades de los gobiernos. La retórica revisionista, sus lugares comunes y sus muletillas, encaja bien en el discurso oficial. Hasta ahora, se lo habíamos escuchado a la Presidenta en las tribunas, denunciando conspiraciones y separando amigos de enemigos. Pero ahora es el Estado el que se pronuncia y convierte el discurso militante en doctrina nacional. El Estado afirma que la correcta visión de nuestro pasado -que es una y que él conoce- ha sido desnaturalizada por la "historia oficial", liberal y extranjerizante, escrita por "los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX". Los historiadores profesionales quedamos convertidos en otra "corpo" que miente, en otra cara del eterno "enemigo del pueblo".   Se preguntarán por qué hago referencia a todos estos dichos, ya suficientemente refutados por la misma sociedad, pues resulta ahora que el académico historiador Luis Alberto Romero, en el diario La Nación del martes 14 de febrero de 2012, se pregunta –firmando ahora como El autor es historiador. Es miembro del Club Político Argentino- ¿Son realmente nuestras las Malvinas?, y trata de dar una académica e histórica versión argumentando la falta de argumentos de nuestro país al respecto, dice Romero ahora “Me resulta difícil pensar en una solución para Malvinas que no se base en la voluntad de sus habitantes, que viven allí desde hace casi dos siglos. Es imposible no tenerlos en cuenta, como lo hace el gobierno argentino. Supongamos que hubiéramos ganado la guerra, ¿que habríamos hecho con los isleños? Quizá los habríamos deportado. O encerrado en un campo de concentración. Quizá habríamos pensado en alguna solución definitiva. Plantear esas ideas extremas -creemos que lejanas de cualquier intención- permite mostrar con claridad los términos del problema”, y remata argumentando “…Podemos obligar a Gran Bretaña a negociar. Y hasta convencerlos. Pero no habrá solución argentina a la cuestión de Malvinas hasta que sus habitantes quieran ser argentinos e ingresen voluntariamente como ciudadanos a su nuevo Estado. Y debemos admitir la posibilidad de que no quieran hacerlo. Porque el Estado que existe en nuestra Constitución remite a un contrato, libremente aceptado, y no a una imposición de la geografía o de la historia.

Ahora se puede advertir con claridad por qué estaba tan enojado Don Romero con la creación del Dorrego, le molestan como una piedra en el zapato quienes ante tamaña afirmación le puedan decir una sola palabra y recordarle el sentido de la misma.
 
Brota espontánea: CIPAYO, recordando para ser académico como a Romero le gusta: Un Cipayo (en idioma persa: Sipahi; en turco: Spahi, deletreado, Sepahi, o Spakh; en inglés: Sepoy, en francés:Cipaye; en otros idiomas europeos Sepahi o Espahí, debido al turco) era un miembro de una tropa de caballería de élite incluida dentro de las Seis Divisiones de la Caballería del ejército del Imperio otomano y que normalmente procedía del Magreb.
 
Origen del nombre: proviene del persa Sepâhi que significa "soldado", y posee la misma raíz que "sepoy". El estatus de los Sipahi se asemejaba al de los caballeros europeos medievales. El sipahi era el titular de un feudo (timar) concedido directamente por el Sultán Otomano, y tenía derecho a todos los ingresos del mismo a cambio de sus servicios como militar. Los campesinos del timar eran posteriormente añadidos al mismo.
 
Historia: el cuerpo militar de los Sipahi fue probablemente fundado durante el reinado de Mehmed II. Eran la más numerosa de las seis divisiones de caballería otomanas y eran el homólogo a caballo de los jenízaros, que luchaban a pie como infantería de elite. En tiempos de paz, los sipahis eran responsables de la recaudación de impuestos.
 
En el Imperio Británico, a quién sostiene en su artículo el historiador, se conocía como Cipayo a un nativo de la India reclutado como soldado al servicio del poder europeo, normalmente del Reino Unido, pero también extendido su uso a los ejércitos coloniales de Francia y Portugal. En forma específica, fue el término usado en el Ejército Británico de la India para el rango de recluta (o soldado raso) de la infantería.
Para entendernos, en idioma español: el término se utiliza de forma despreciativa para referirse a un secuaz a sueldo.
En la Argentina, el escritor y político Arturo Jauretche lo impuso en la terminología política para referirse a elites dominantes o ciudadanos funcionales a potencias colonialistas.
Finalizando, estimado historiador científico, que ha pasado de firmar como investigador principal del Conicet/UBA, a firmar como miembro del Club Político Argentino, lo de cipayo seguramente lo entenderá dado  excelente formación académica eso sí, en el barrio, en la calle, tomando un café, no le quepa duda, lo llamaríamos de una manera mucho más popular.

sábado, 18 de febrero de 2012

La Iglesia y el peronismo


Por Carlos Mugica, 1973 

 

En momentos en que el pueblo argentino se prepara a vivir lleno de gozo el acontecimiento histórico del regreso definitivo del general Juan Domingo Perón a la Patria es importante advertir la actitud de numerosos católicos que, insertados en la lucha por la liberación nacional se unen a esta gran alegría. Si históricamente hubo algún desentendimiento entre la Iglesia y el peronismo, desentendimiento que en realidad abarcó solamente a sectores de ambos lados, éste se debió, más allá de los errores fruto de actitudes personales, a incomprensión por parte de hombres de la iglesia del sentido profundamente liberador del movimiento popular. 

Se debió a que algunos de nosotros en lugar de analizar la realidad desde el pueblo, desde los pobres como lo manda Jesús en el evangelio, infectados por una mentalidad elitista lo veíamos todo desde una óptica oligárquica. Y claro que para la oligarquía el peronismo era el desastre, la hora de los "negros".   Pero para los hoy mis queridos cabecitas el peronismo fue, es y será, si continúa fiel a sus esencias y desarrolla su entraña revolucionaria, el movimiento de redención social más formidable que ha conocido nuestra Patria. 

Cristo nos enseña en el evangelio que el modo no ilusorio, no engañoso de estar cerca de El, es estar junto a los hombres. Amar a Cristo es amar a los hombres. Por eso San Juan de la Cruz dice que al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor. Cristo en el evangelio se identifica sin más con el prójimo, con el otro y por eso hace depender la suerte eterna del hombre del amor real, concreto y eficaz que haya tenido con su hermano. "Vengan conmigo benditos de mi padre porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve desnudo y me vistieron... Apártense de mí, malditos, porque tuve hambre y no mecieron de comer tuve sed, no mecieron de beber, estuve desnudo y no me vistieron" (Mateo 25, 30-46). 

Hoy los cristianos hemos comprendido que esta exigencia del amor no sólo tiene una dimensión personal sino también una dimensión estructural. Tengo que amar no sólo a nivel de individuos sino a nivel de pueblos. Y fue a nivel de pueblo que él peronismo a través de su paso por el gobierno realizó el mandato evangélico del amor real y verdadero a los humildes. Basten pocos ejemplos: 900.000 viviendas, leyes sociales que levantaron a los humildes de su situación de explotación inhumana y posibilitaron que el pueblo trabajador se fuera poniendo de pie. La gigantesca obra social realizada por la Fundación Eva Perón bajo la sobrehumana conducción de la inolvidable Evita, etc., etc.   Por eso es importante que hoy los cristianos, después de lavarnos la cabeza de tanta influencia laicista y liberal nos integremos en este proceso histórico que se ha iniciado en la Patria el 25 de mayo, no para traer agua para nuestro molino pretendiendo servirnos de algún trozo del poder para nuestras obras, sino haciéndonos pueblo, luchando con austeridad, honestidad y grandeza junto a los humildes por la liberación nacional. Es decir, asumir el ejemplo de Cristo que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por sus hermanos.  Ya es inminente la llegada del jefe del movimiento del pueblo. En esta hora histórica vale la pena recordar a través de sus palabras, que a veces los católicos hemos olvidado la definición que él nos ha dejado de la naturaleza del justicialismo en su mensaje al Congreso de 1952:

"A lo largo de este mensaje he analizado las realizaciones más concretas de mi Gobierno en materia social. Y movido tal vez por un afán de mostrar resultados evidentes, he insistido demasiado en las realizaciones materiales. Debo advertir que esto no significa que, en la escala de valores de nuestra doctrina, los bienes materiales tengan prioridad sobre los demás valores del hombre y la sociedad. De ser así nos pondríamos a la misma altura de los sistemas que han creado la caótica situación del mundo en que vivimos."
"En nuestra doctrina los valores económicos son solamente medio y no fin de la tarea humana, la cual, para quienes aceptamos y reconocemos en el hombre valores externos y espirituales, entraña un destino superior. Los bienes económicos son tan sólo la base material de la felicidad humana, así como el cuerpo es instrumento de la actividad del alma."
 "Nosotros procuramos la elevación moral de nuestro pueblo virtuoso e idealista y el desarrollo en su seno de una vigorosa vida espiritual. Sabemos demasiado bien por la experiencia de los años pasados bajo la explotación capitalista, que todo eso es muy difícil cuando la vida de la comunidad no se desenvuelve en un ambiente de cierto bienestar material. Pero sabemos también que el bienestar material de las naciones ha sido muchas veces en la historia la causa de grandes desgracias, de fatales decadencias. Porque cuando un pueblo se propone asumir en la historia un destino superior tiene que poseer profundas reservas espirituales, si no quiere causar a la humanidad más desgracias que beneficios."
"Creo que el pueblo argentino tiene un destino extraordinario que realizar en la historia de la humanidad y ésta será mejor o peor en la medida en que nuestro pueblo sepa cumplir con su deber histórico."
"Pero el éxito dependerá de las fuerzas espirituales que posee nuestro pueblo al enfrentarse con su propio destino."
"Me permito hacer en este momento un llamamiento a todos los que, de una y otra manera, tienen sobre sí alguna responsabilidad en la formación moral y espiritual de nuestro pueblo. Nosotros hemos creado todas las condiciones materiales necesarias para que un pueblo satisfecho pueda pensar en las tareas y actividades superiores del espíritu, y las hemos favorecido y fomentado en todos los grados de su escala."
"Es necesario que cumplan ahora con su deber los responsables directos de la educación y de la formación moral y espiritual de nuestro pueblo, pensando que sobre ellos descansa también, el mayor o menor grado, la felicidad del mundo venidero."
"Semejantes tareas, sin sentido para los que no ven en todo nada más que el resultado de fuerzas económicas y materiales, tienen fundamental importancia para nosotros, para quienes seguimos creyendo en los destinos eternos del hombre y de la humanidad."

viernes, 3 de febrero de 2012

Rosas, Urquiza y el drama de Caseros

Por Arturo Jauretche

El revisionismo histórico se ha particularizado en un momento de la historia argentina: el que va del año veinte a Caseros, aunque cada vez se extienda más, hacia atrás y hacia adelante. Su pivote ha sido la discusión de la figura de don Juan Manuel de Rosas y su momento. Explicaremos que no podía ser de otra manera porque es figura clave; tan clave, que la falsificación de la historia hubo de hacerse tomándolo como pivote a la inversa. Nada se puede entender sobre esa época ni lo que ocurrió más adelante, sino se trata de entender lo que significó Rosas.
La Patria Grande resurge por la aparición, en Buenos Aires, de una tendencia opuesta a los directoriales y unitarios, cuya expresión política es Rosas. Esta tendencia, que no se divorcia del pasado hispanoamericano, tiene la concepción política de la Patria Grande, es celosa del mantenimiento de la extensión, y si bien representa las tendencias predominantes del puerto, comprende la necesidad de una conciliación con los intereses del interior y representa los primeros pasos industrializados del país, en la economía precapitalista del saladero, que es propia.
La necesidad de mantener la aduana para conservar el poder unificador que exigía la permanente guerra internacional, como garantía del orden en peligro, es cosa que se olvida. Se le impuso cualquiera fueran sus puntos de vista teóricos. Anótese en cambio la ley de aduanas que significó la defensa de la industria del interior, que reverdeció bajo su influencia, restableciendo el trabajo estable y organizado en las provincias. Se pretende reeditar un viejo argumento falsificador, presentando a Rosas como a un unitario vestido de colorado, para lo que es necesario aceptar que los cándidos federales se engañaban. Por el contrario éstos eran políticos realistas; tal vez para ellos Rosas no fuera lo más federal pero era lo más aproximado a un federal que podía dar Buenos Aires, pues la opción eran los rivadavianos y sus continuadores. Es cierto que un antirrosista, Don Pedro Ferré, intelectualmente era el federal más profundo, pero éste, en los hechos, actuó siempre a favor de los unitarios, y en política son los hechos y no las ideas abstractas, los que valen.
En 1838, el primer ministro británico, Lord Palmerston, al constatar la insistencia de Rosas en el proteccionismo, “comunicó al ministro británico que no hiciera uso del derecho de protesta formalmente, pero que deseaba que el ministro aleccionara al Gobierno de Buenos Aires sobre las virtudes del libre comercio y la locura de los altos impuestos aduaneros, y que le señalara los perniciosos efectos sobre el comercio del país que con tanta seguridad se seguirían de aquellos”. “No hay duda –sostiene Vivian Trías– de que la virazón en la política aduanera de Rosas influyó en el cambio operado en las relaciones con Gran Bretaña”. En noviembre de 1845 una flota anglo francesa compuesta por 22 barcos de guerra, equipados con la tecnología militar más avanzada de la época, penetró en el Río de la Plata. El objetivo anglo francés era claro: imponer el libre comercio. Los objetivos de la política exterior inglesa consistían en: a) asegurar en la Cuenca del Plata un mercado para sus exportaciones y para sus créditos e inversiones; b) abrir la navegación de los ríos interiores; y c) crear un nuevo estado tapón conformado por las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones. La guerra que se desató entonces, de la cual la Confederación Argentina resultó victoriosa, fue calificada por el general José de San Martín la “Segunda Guerra de Independencia”.
El gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que había logrado resistir con éxito la invasión anglo francesa, cayó el 3 febrero de 1852 en la batalla de Caseros. El gobernador de Entre Ríos, jefe del ejército de vanguardia que la Confederación Argentina había preparado para la Guerra contra el Brasil, luego de entrar en tratos con la diplomacia brasileña, decidió marchar sobre Buenos Aires y no contra Río de Janeiro.   

En 1851 Urquiza llega a la conclusión que, con el apoyo en tropas, armas, dinero y logística del imperio del Brasil, estaría en condiciones de eliminar el principal obstáculo para la “alianza” (léase subordinación) con Inglaterra. Ese obstáculo era Rosas. 

Caseros es la victoria de la patria chica, con todo lo que representa desde la desmembración geográfica al sometimiento económico y cultural: la historia oficial ha disminuido su carácter de victoria de un ejército y una política extranjera, la de Brasil. Si para los liberales y unitarios la caída de Rosas y la confederación significaba un cambio institucional y la posibilidad de un nuevo ordenamiento jurídico, para los intereses económicos de Gran Bretaña significó la destrucción de todo freno a su política de libertad de comercio y la creación de las condiciones de producción a que aspiraba. Para Brasil fue cosa fundamental. Derrotado siempre en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política nacional de la Patria Grande subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario voltear a Rosas, que la representaba, y sustituirlo en el poder por los ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la política brasileña, destruyendo al mismo tiempo toda perspectiva futura de reintegración al seno común de los países del antiguo virreinato. 
Caseros significa así, en el orden político internacional, la consolidación de la disgregación oriental, altoperuana y paraguaya y las manos libres para su expansión para el Brasil, para su expansión definitiva sobre los países hispanoamericanos limítrofes, de los que la Confederación constituía el antemural. Lo que importa es dejar establecido que en Caseros triunfó la Política Nacional del Brasil por sobre la Política Nacional de los argentinos y que su resultado en la política de la guerra significa el abandono de la línea nacional. Pero lo más grave no consiste en que Caseros sea una victoria brasileña, sino que se la presente como una victoria argentina, porque ese punto de partida falso imposibilita la construcción de un esquema racional de nuestra política exterior y de defensa. 
Así, la revisión histórica se impone como una exigencia lógica para establecer las bases del razonamiento y del punto de apoyo de nuestras acciones. Sabiendo que Caseros es una victoria brasileña y una derrota argentina, la Política Nacional es una, e inversa, ignorándolo.  El debate en torno a la figura del Restaurador debe ser fecundo ,y no producto de la vanidad personal de Historiadores que se apoyan en los caudillos, simplemente por no dar su brazo a torcer respecto de Rosas