Por Pacho O’Donnell
Los méritos de Halperín Donghi son indiscutibles y lo hacen digno de
todo respeto. Puede aceptarse que es “ el mejor”, como dice la nota del
último NOTICIAS, si se tiene en cuenta la corriente historiográfica
liberal iniciada por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López.
Es en cambio
insostenible dicha afirmación en el campo del revisionismo histórico
nacional, popular y federalista iluminado por grandes referentes como,
entre otros, José María Rosa, del peronismo, o Abelardo Ramos, de la
izquierda nacional.
Luego de una vida dedicada a denostar a la corriente revisionista en
artículos y libros, uno de estos titulado “El revisionismo histórico
argentino como visión decadentista de la historia nacional”, Halperín
parece haberse decidido a sus 92 años a paladear el fruto prohibido y a
“revisar” la memoria de uno de nuestros próceres máximos, Manuel
Belgrano. Pero entra por la puerta equivocada porque su libro está
vertebrado por la ya perimida concepción de “humanizar a los próceres”
por medio de anécdotas conocidas, como la burla de Dorrego, e
inferencias audaces sin abordar las circunstancias sociales y políticas
de la época lo que condena al texto a una cadena de subjetividades,
preconceptos y psicologismos sin sustancia que contribuyen a una lectura
algo farragosa pues su autor no logra despojarse de su impronta
academicista que suma siete páginas de citas en letra pequeña al final
del libro.
Lo que más impresiona es el tono del texto, entre la burla y la
impiedad insólitas, que adjudica al prócer aventurados defectos como la
egolatría, la irresponsabilidad intelectual, la ausencia de sentido
común, hasta el extremo de aprobar la incisiva síntesis de la
entrevistadora: Belgrano habría sido “un niño rico con pocas luces”. Un
Belgrano que, de acuerdo con una psicología de poco vuelo, nunca se
sentía más contento que cuando hacía algo que merecía la aprobación de
sus padres. Su relación de apego con Mariano Moreno habría sido un
síntoma de esta fijación parental.
La historia oficial, de cuyas manifestaciones actuales Halperín es su
indiscutible orientador, “lee” desde la perspectiva de los
privilegiados, mientras el revisionismo nacional, popular, federal e
iberoamericano lo hace desde los intereses de las mayorías. Si no se
acepta esta premisa, investigaciones, exposiciones y publicaciones
historiográficas no hacen más que avalar la ideología liberal,
porteñista, antipopular y antiprovincial de los vencedores de las
guerras civiles del siglo XIX, instituida como pensamiento único en
programas escolares y universitarios, en canciones y fechas patrias, en
la denominación de calles, avenidas y parques.
Esta bizquera ideológica hace que quede soslayado en este libro el
compromiso de Belgrano con los desposeídos como es evidente en su
propuesta de escuelas para pobres, también la inclusión de mujeres y de
afrodescendientes en las aulas, lo que lo erige como el pionero de la
educación popular entre nosotros. Puede decirse que don Manuel fue lo
más avanzado en ideales progresistas que se podía ser en su época. Allí
está el “éxodo jujeño” que lo ubica como líder de una amplia
movilización popular, la primera pueblada rural de nuestra historia.
Otra evidencia de su sensibilidad popular es la donación de su cuantioso
premio por la victoria en Salta para la fundación de cuatro escuelas en
las zonas más pobres, también porque “nada hay más despreciable para el
hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de
sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos, que el dinero o
las riquezas”. Dicta para dichas escuelas un admirable reglamento que
debería colgar en todos nuestros establecimientos educativos. El forzado
encono del autor contra su biografiado es evidente cuando al referirse
en página 100 al humanitario articulo que establece que en el caso de
algún alumno “que se manifieste incorregible” debía ser “despedido
secretamente de la escuela” deduce que se debe al “temor, habitual en
Belgrano, de que las escuelas por él fundadas fueran blanco de la
maledicencia de los malvados”.
He aquí el enigma que Halperín se propone desentrañar y que da título
al libro: “¿Cómo alguien tan imperfecto, tan privado de virtudes,
pueda ser tan bien considerado por las distintas versiones de la
historia argentina?”, sin advertir que la respuesta está en la
aproximación prejuiciosa a su biografiado.
Así el autor usa el sarcasmo para señalar el supuesto fracaso de las
admirables propuestas de Belgrano para los pueblos originarios
misioneros durante la campaña del Paraguay, aunque reconoce que “ese
inventario de reformas deseables no es extravagante, como suele ser
habitual en él” (pág. 92). ¿Cuáles son esas iniciativas? La eliminación
del tributo y demás impuestos por diez años, la habilitación de los
naturales para todos los empleos civiles, militares y eclesiásticos
hasta entonces reservados para los españoles y algunos criollos, la
obligación de los yerbateros de pagar a los naturales conchabados para
la cosecha, etc.
Pero el autor, implacable, suma el fracaso del efecto inmediato de
dichas propuestas de don Manuel “a los desengaños que se acumulan en su
camino”. Entre ellos, la difícil y tortuosa marcha de la revolución
independentista, “no puedo pasar por alto las lisonjeras esperanzas que
me había hecho concebir el pulso con que se manejó nuestra Revolución”,
escribe Belgrano con una conmovedora decepción y agrega “¡Ah, qué buenos
augurios! Casi se me hace increíble nuestro estado
actual”.
Pero Halperín pone su interés en anécdotas intrascendentes como la de
su confusión con los hornos de Rumford (pág. 80) o la sugerencia a su
padre de sembrar arroz (pág.70) lo que lo autoriza de acusar a Belgrano
de carecer de sentido común.
La propuesta de don Manuel para Mayo, luego de haber apoyado el libre
comercio como una forma de debilitar al poder virreynal, es fortalecer
al Estado por medio del proteccionismo y el control de las variables
económicas, como puede leerse en sus admirables escritos, sobre todo los
referidos a la economía en los que ensaya una postura alternativa al
libre comercio basada en la producción nacional protegida, la
incautación de la riqueza privada, la incipiente industrialización de
materias primas, la creación de una flota mercante propia, la
sustitución de importaciones, tema árido para un historiador liberal
señero como Halperín, lo que quizás nos apunta a una de las claves de su
malhumor ante su biografiado.
Rescato del libro de Halperín el haber puesto sobre la mesa de
debates a Manuel Belgrano. No concuerdo en que el revisionismo no se
haya ocupado de él, varios autores lo han hecho y yo también a lo largo
de mi veintena de libros de tema histórico, ya desde el primero, “El
grito sagrado”, dedicado a la campaña belgraniana del Noroeste. Dicho
equívoco se comprende porque en la bibliografía de “El enigma de
Belgrano” no hay ningún autor revisionista.
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