Seleccion de Patriotas

martes, 15 de julio de 2014

Alberto González Arzac

Por José Luis Muñoz Azpiri (h)

“¡Qué amigo de sus amigos!
¡Qué señor para criados
Y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué Maestre de esforzados
Y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracias para donosos!
¡Qué razón!
¡Cuán benigno a los sujetos,
Y a los bravos y dañosos
Un león!

“Los libros de Alberto González Arzac son una fiesta para el espíritu y para la inteligencia: resultan de una trayectoria política intachable; de una defensa permanente de los intereses nacionales y populares; del análisis riguroso de temas fundamentales; y se concretan en lúcidos trabajos de doctrina e investigación, expresados en muy buena prosa. Por eso no solo ilustran, sino que da gusto leerlos y además no envejecen. (…) Resulta notorio el contraste con las decenas de libros de chismes políticos que se publican, cuyo nivel de abstracción más alto es la anécdota. Alberto González Arzac está en la línea y la estirpe de los juristas e historiadores argentinos ilustres, defensores de las conquistas y las instituciones inherentes a una Nación libre, justa y soberana, como Arturo Sampay, Pedro Ramella, Diego Luis Molinari y José María Rosa. este libro es una prueba más” escribió no hace mucho Alfredo Eric Calcagno al referirse a “Constitución y factores de poder”, uno de los últimos libros de la prolífica y fecunda obra intelectual de nuestro Alberto.
Conocí a Alberto González Arzac a mediados de la década de los ochenta cuando de a poco nos reponíamos del desastre del Malvinas y de la primera derrota electoral del Peronismo. Eran tiempos de febril actividad política signada por un marco internacional adverso y por la agitación interna que produjo el juzgamiento de las Juntas militares de la última dictadura. En 1983 habíamos fundado el “Centro de Estudios Políticos” presidido por un gran amigo: Fermín Chávez y solíamos reunirnos en los tradicionales “pucheros” del legendario “Círculo del Plata” que dirigía su fundador, don Marcelo Sánchez Sorondo. Todo el Parnaso político disertó en la casona de la calle Bolívar 887, con la más absoluta libertad, aún representado expresiones políticas no muy afines con las que compartía la mayoría de los asistentes. Alberto fue siempre, cuando asistía, una de la figuras descollantes.
Jurista e historiador, había nacido en la ciudad de Mar del Plata el 27 de enero de 1937 dado que su padre fue un alto oficial de la Marina de Guerra. Nació y creció en la plaza pública, al decir de Avellaneda, como aquellos hijos de Amílcar o de Asdrúbal “que nacían en los campamentos de la travesía sobre los escudos de armas de Cartago” Su vocación fue la vida pública.
Hizo sus estudios primarios en el barrio de Núñez de Buenos Aires y continuó cursando en el Colegio Nacional y en la Universidad de La Plata, para recibirse de Doctor de Ciencias Jurídicas y Sociales de La Plata. en la década de 1950 militó en la juventud radical platense y, en la década siguiente, trasbordó al peronismo. González Arzac fue uno de los pocos ejemplos de los que se hicieron justicialista “en las malas”, no como algunos patéticos ejemplos que hemos visto en los últimos tiempos. En 1956 tuvo que ver lo la creación del gremio de Empleados Judiciales; realizó cursos de especialización y escribió sus primeros trabajos jurídicos y sociales. En 1962 el Consejo Federal de Inversiones le editó un libro sobre la Zona Latinoamericana de Libre Comercio. Por esa época comenzó su reivindicación de la Constitución de 1949, con textos en revistas como Todo es Historia y Polémica. Uno de sus últimos aportes a dicho tema apareció en Desmemoria ( enero-abril 2000), titulado “Los Figuerola y la Constitución”. Entre sus libros se destacan: La Constitución de 1949 (1971); La esclavitud en la Argentina (1973); Lineamientos Regionales del Plan Trienal (1973); El papelón de Manuel Quintana (1974); Sampay y la constitución del futuro (1982); La torta Menguante (1982); Federalismo y Justicialismo (1984); Caudillos y Constituciones (1994); Pablo Ramella, un jurista en el Parlamento (1999); De Angelis y las Malvinas (2008); El pensamiento filosófico de Pedro de Angelis (2008); El pensamiento constitucional de San Martín (2008); La época de Rosas (2012) Constitución y factores de poder (2012) y otros.  Ocupó funcionas tales como Secretario General de la Gobernación de Buenos Aires (1962-63), Asimismo del Consejo federal de Inversiones (1973-1976), e Inspector General de Justicia de la Nación (1989-90). En 1990 denunció airadamente las privatizaciones de Entel y Aerolíneas Argentinas y renunció a su cargo: Tuvo cátedras en las Universidades de Buenos Aires, de Lomas de Zamora y en la John F. Kennedy.
Una faceta menos conocida fue su actuación como ARGA, seudónimo humorístico y caricaturesco que Alberto Ricardo González Arzac usó para realizar dibujos y tiras cómicas en la prensa militante desde más de medio siglo atrás dado que había estudiado dibujo y pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata. Las bellas artes también fueron objeto de sus inclinaciones, caracterizadas por el cultivo de las manifestaciones artísticas en todas sus expresiones. Prueba de ello, su magnífica creación coral de la “Cantata Sudamericana” que recorrió el país y parte de Hispanoamérica. Esas mismas iniciales utilizó en colaboraciones humorísticas de la revista “Quehacer Nacional”, dirigida por Arturo Peña Lillo, en la década del 80; allí incursionó en la sátira a través de “cartas abiertas” que cuestionaron duramente al último proceso militar. Otro tanto realizó en su libro “La torta Menguante”, en tiras económicas del diario “La Voz”, artículos en la revista “Línea” y otros de su actuación periodístico. Con el seudónimo ARGA fue publicando sendos trabajos sobre la caricatura en la época de Rivadavia y de Rosas y un “Manual sobre Zoología Presidencial. Durante todo el año 2006, recordando el bicentenario de la Reconquista, la revista ABC publicó “Aventuras de corsarios en Buenos Aires” y en el 2011, “Historieta de los golpes de Estado”.
Una de sus últimas iniciativas fue la realización de las jornadas “Aportes del Revisionismo a la Historia Nacional” realizada en los meses de julio y agosto del año pasado en la Biblioteca Nacional. En las mismas, lamentablemente, no pudo participar dado que ya su salud había entrado en declive. Llegado el momento de la vida en el cual podía acogerse a los beneficios de la tranquilidad y las afabilidades del retiro, no trepidó en aceptar el desafío de representar al Estado como Síndico ante Papel Prensa y asumir como Presidente del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” dependiente del actual Ministerio de Cultura de la Nación.
“Era siempre impetuoso y había aprendido además a contenerse. Creía en las fuerzas populares y respetaba los grandes intereses sociales. Era audaz ante el peligro como en los días primeros de su juventud pero sabía agregar a la audacia la firmeza en los mismos propósitos” dijo el presidente Avellaneda en las exequias de Adolfo Alsina. Así de consecuente fue este militante, consciente que estas nuevas responsabilidades significaban - tanto en el plano físico como en el simbólico - una inmolación.  González Arzac fue siempre un político. Hoy “los políticos” no están de moda, tal vez por su mediocridad; pero no exageremos, despreciando al rudo jardinero que remueve abajo para que florezca arriba. Alberto González Arzac tuvo la ventaja de estudiar primero en la vida que en los libros. Es peligroso concluir la formación mental antes de vivir, en vez de un hombre resulta un sonámbulo de biblioteca.
Tal vez fincó su eficacia en estar en constante evolución, desprovisto de sistemas, pero siempre encuadrado en el campo nacional. Así, libre de ataduras, se entregó a su gran instinto, sin tomar  a la realidad del país como conejo de experimentación de sus ideologías. Enardecía a sus auditorios con sus nobles pasiones, pero sabía y podía contenerlas.
El mismo día de su deceso fuimos sorprendidos  con el nombramiento estrambótico de un funcionario a quien - si bien no ponemos en duda sus méritos académicos - por trayectoria política y por definición ideológica, no consideramos la persona más idónea para representar un “Pensamiento Nacional” del cual adjuró apenas aceptó el nombramiento. Y esto es tan solo la continuación de la propuesta de escribas de menor cuantía, que proclaman “traicionar” el pensamiento de los Grandes Maestros en una Ordalía o acto propiciatorio de tal manera “superarlos y entrar en la modernidad”. También podríamos demoler los monumentos a los héroes de la independencia para solicitar nuestro ingreso a la Unión Europea.
Ahora descubrimos que los que fatigaron despachos en las administraciones de turno, para encontrar lugar entre los portadores de la litera del cónsul o magistrado del momento, son fiscales de la historia y de la Patria. Pero no con el desinterés de un Cincinato sino con la avidez de un cortesano. Incluso, los miembros del “Instituto” que presidía tan dignamente, algunos de trayectorias guadalosas e inquietantes, fueron incapaces de enviar una corona de flores a su funeral y solo días después de su muerte publicaron una mención en el obituario de los diarios. Cuando depositamos sus restos en la bóveda familiar en la ciudad de La Plata, tan solo dos de los integrantes del mismo - quienes fuimos sus más fieles colaboradores - acompañamos a su “hijo adoptivo”, Facundo Biagosch, en el último adiós.
Esta es la moneda con que pagan las almas impuras y los espíritus mezquinos. Alberto tenía ese magnetismo poderoso que orienta todas las agujas hacia el mismo norte, que en el fondo debe ser una acumulación de vida ultrapotente. Me lo imagino interrogando “¿Qué les pasa?”, agregando la palabra viril y argentina con la que los capitanes de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires y los defensores de la Vuelta de Obligado llevaban sus soldados  a la muerte. Merecía el entierro de un César y aún espera a su Marco Antonio.
Quisiera tomar como propias las palabras de Octavio Amadeo al despedirse de Adolfo Alsina, otro arquetipo al que nos gustaba remontarnos: “Su muerte fue como el hundimiento en el mar de un buque insignia; poco después las aguas se aquietaron sobre lo irreparable, para probar una vez más cuán efímeros pasan los hombres por la vida”
El 5 de junio de 2014 llevamos su silencio al sonar de las campanas.
Buen viaje, amigo.


José Luis Muñoz Azpiri (h)

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