Seleccion de Patriotas

viernes, 7 de diciembre de 2012

politica y negocios en 1820

Por Juan Carlos Serqueiros














El 28 de octubre de 1820, Nicolás de Anchorena (en realidad, Mariano Nicolás de Anchorena, aunque su segundo nombre prevalecería sobre el primero, y así se lo conoce históricamente) le escribía desde Montevideo a su hermano mayor, Juan José; una carta en la cual le detallaba sus actividades en torno a los negocios de la familia, carta esta que contiene un párrafo muy sugerente, el cual transcribo a continuación:
“… Cullen, portador de ésta, me ha dicho que ha visto una carta de persona respetable del Arroyo de la China, repitiendo que Artigas ha caído prisionero de Francia, habiendo querido refugiarse en la Candelaria; que Ramírez se lo ha pedido, y que Francia le pedía en cambio a Campbel y a Méndez, cuyo cambio cree el autor de la carta se verificaría. Deduce Cullen que Ramírez y Francia se han de componer, y de consiguiente que hemos de tener mucha yerba, por lo que él va a activar la venta. Yo no estoy conforme con esta política, porque aunque Francia esté por el cambio, este no será por disposición de convenirse con Ramírez, sino por las ganas que tiene de Campbel y de Méndez, para que le paguen los azotes que dieron a los paraguayos, porque para Francia el mismo papel hacen Ramírez y Campbel, y tan ladrón considera al primero como al segundo, porque ninguno de su cuna, educación y fibra puede conformarse con que un domador, sólo por ser atrevido y osado, sea el árbitro de tres Provincias vecinas, y que reconocido por él, mañana podrá verlo en la suya, u otro como él. Además Ramírez ha de querer continuar con el estanco de la yerba, para hacer su fortuna y la de sus ahijados: hemos visto que él ambiciona dinero y prosélitos, y que se ha propuesto adquirirlos por ese recurso. Aquí está su ayudante que ha venido habilitado por él con un corto número de tercios. Francia, pues, no ha de entrar por estas trabas, por lo mismo que Ramírez trata de ganar con ellas ...” (sic)
Es notable cómo la aguda percepción de un hombre de negocios (que Nicolás –al margen de su patriotismo, que lo tenía- era básica y fundamentalmente eso: un hombre de negocios; y las alternativas de la política interna las veía y analizaba desde esa perspectiva) lo llevaba a comprender y calibrar adecuadamente una situación determinada y los personajes que la protagonizaban; y cómo de acertada resultaría su predicción. Pero en primer lugar, aclaremos a quiénes y a qué se refería Nicolás de Anchorena, y cuál era el contexto en que se producían los sucesos:
El “Cullen” citado, era Domingo Cullen, un español de las Canarias, que después sería ministro de Estanislao López (terminaría fusilado por traidor en 1839, por orden de Rosas), y que andaba por ese tiempo radicado en Montevideo dedicado al comercio por las costas del Paraná. Debe haberle propuesto a Nicolás de Anchorena algún negocio vinculado al tráfico de yerba mate, y éste, aprovechando un viaje de Cullen a Buenos Aires, le enviaría a través suyo esta carta a su hermano mayor Juan José. El “Arroyo de la China” era la villa de ese nombre, actual ciudad de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. “Artigas”, obviamente está referido al general José Gervasio de Artigas; “Francia” era el doctor Gaspar Rodríguez de Francia, gobernante del Paraguay ; y “Ramírez” era Francisco Pancho Ramírez, teniente de Artigas en Entre Ríos, que acabaría traicionando al Protector. En cuanto a “Campbel” y "Méndez", se refiere a Pedro Campbell, un marino irlandés que llegó al Río de la Plata cuando las Invasiones Inglesas, desertando de las tropas británicas para quedarse aquí, convirtiéndose después en jefe de la escuadra artiguista; y a Juan Bautista Méndez, gobernador de Corrientes cuando los Pueblos Libres. Ambos habían caído prisioneros de Ramírez luego de la derrota del artiguismo a manos de éste. El general Artigas se había asilado el 5 de setiembre de 1820 en el Paraguay que gobernaba el doctor Francia; y Ramírez le reclamaba a éste su extradición, a lo que Francia no accedió; tal como en la carta supone Nicolás de Anchorena que habría de ocurrir.
A fines de junio de 1820, el otro hermano de Nicolás; Tomás Manuel de Anchorena, que había sido secretario del general Belgrano y diputado por Buenos Aires al Congreso de Tucumán, consideró conveniente pasar a la Banda Oriental en razón del curso que habían tomado las convulsiones políticas en Buenos Aires, y 4 meses después, haría lo mismo Nicolás, el menor de los Anchorena, y desde allí escribiría a su otro hermano, Juan José, que había quedado en Buenos Aires, esta carta cuyo párrafo leemos. Es injusta la carga que hace contra “Campbel” (Campbell), a quien tilda de “ladrón”, presumiendo (erróneamente) que el doctor Gaspar Rodríguez de Francia lo reputaría de igual modo. Deben haber primado ahí sus prejuicios de clase o de alguna otra índole, porque Campbell de manera alguna ni bajo ningún punto de vista podía ser considerado un ladrón; y tampoco Francia lo juzgaba así, como lo demuestra el hecho de que al ser liberado por Pancho Ramírez, Campbell se exilió justamente en el Paraguay (y fallecería allí en 1832), cosa que no habría hecho ni por asomo si desconfiase de que el doctor Francia quisiera verlo muerto (éste último se limitó a tenerlo preso un tiempo –tal como hizo con el general Artigas- y luego le dio la libertad, radicándose Campbell en Pilar, dedicado al negocio de la curtiembre). No..., suponía mal Nicolás de Anchorena en ese punto. Claro, él se guiaba por la presunción de que como Méndez y Campbell en 1815 habían combatido y expulsado junto a Andrés Guacurarí a las tropas paraguayas que por orden del doctor Francia habían invadido los pueblos de las Misiones al este del Paraná; el Dictador Perpetuo del Paraguay tendría hacia ellos un odio cerval que lo impulsaría a proponer a Ramírez entregarle al general Artigas a cambio de que éste a su vez les entregase a él a Campbell y a Méndez; y por eso Nicolás de Anchorena escribe “aunque Francia esté por el cambio”, refiriéndose con “cambio” al canje de prisioneros con miras a ultimarlos. La “carta de persona respetable del Arroyo de la China” que Cullen le refirió a Anchorena haber leído, por lo visto no era nada confiable, ya que por entonces lo que Ramírez estaba planeando, era invadir el Paraguay, y precisamente su ligereza en el cuidado de la correspondencia que éste les mandaba a los opositores del doctor Francia en el Paraguay, fue causal de la ruina y desgracia de éstos; porque Francia ahogó en sangre la revolución que contra él se tramaba
Por lo demás, es asombrosa la exactitud de la información que poseía Anchorena. Pensemos que allá por 1820 ¿cuántas serían las personas (fuera de quienes vivían en el escenario mismo de los hechos o en las cercanías, digo) que sabrían las alternativas de los combates entre las tropas artiguistas al mando de Andrés Guacurarí y las que el doctor Francia había enviado para ocupar los pueblos de las Misiones, con tanto detalle como Nicolás de Anchorena (noten que pone, refiriéndose a Campbell y Méndez, “para que le paguen los azotes que dieron a los paraguayos”)? O la acertadísima semblanza que hace de Francia, esa de "su cuna, educación y fibra" (y tener en cuenta que eso es tanto más extraordinario, si se considera que Anchorena… ¡no conocía personalmente al doctor Francia!). Asimismo, la comparación entre las características de Ramírez y Francia –independientemente de que no corresponda reducir a Ramírez a “un domador”, cosa que hace Anchorena con sectarismo refiriéndose de ese modo al entrerriano- es muy ilustrativa; porque en efecto, la distancia moral e intelectual que había entre esos dos personajes históricos, era sideral: el doctor Francia, más allá de aciertos y errores, obraba movilizado exclusivamente por la defensa de los intereses paraguayos y nada quería ni buscaba para sí mismo; mientras que Ramírez actuaba en función de las conveniencias de su provincia, pero también (de paso, cañazo) de su ambición personal y de sus intereses particulares; porque es cierto que entre otras cosas, perseguía el fin de enriquecerse con la yerba mate y que para eso había mandado a la Banda Oriental a Manuel Antonio Urdinarrain; tal como menciona Anchorena en su carta: “… ambiciona dinero y prosélitos, y que se ha propuesto adquirirlos por ese recurso. Aquí está su ayudante…”.
Y en definitiva, como consigné precedentemente, la predicción de Nicolás de Anchorena resultaría cumplida, porque Francia no entregó al general Artigas para que Ramírez lo matase, y la yerba paraguaya sería comercializada exclusivamente por el Estado paraguayo; y si Cullen, como apunta Anchorena, efectivamente “activó la venta”, debe de haberse visto después en graves problemas para cumplir los compromisos a que se hubiese obligado.
Y en todo caso, el ejemplo sirve para reflexionar acerca de cómo dos hombres de negocios poseyendo idéntica valiosa información, pueden interpretarla de distintas maneras y utilizarla conveniente o inconvenientemente: Anchorena, con los datos que poseía, no quiso entrar en el negocio de la yerba mate, y acertó plenamente en cuanto a la actitud que tomaría Francia; en cambio Cullen se involucró (o por lo menos, se aprestaba a hacerlo) en un negocio que a la postre resultaría desastroso, y a la hora de formarse un juicio, ni siquiera reparó en las diferencias de catadura moral e intelectual que había entre Ramírez y Francia.
Seguramente por “pequeños” detalles así, Anchorena sería uno de los hombres más ricos de esta parte de América; mientras que Cullen acabó sus días fusilado por traidor

Un patriota: Hilario Lagos

Por REVISIONISTAS


Nació en Buenos Aires el 22 de octubre de 1806, siendo sus padres Francisco Lagos y María Josefa Salces, ambos pertenecientes a familias porteñas. En su ciudad natal realizó sus estudios, y muy joven, el 16 de setiembre de 1824, fue dado de alta como sargento en el Regimiento de Húsares de Buenos Aires. Por sus excepcionales condiciones de soldado pronto se destacó en la ruda lucha contra los indios, por lo que fue promovido a portaestandarte de su cuerpo en 1825. Actuó en los combates de Arroyo Pelado y Arroyo de Luna. Participó en las victorias del 17 y 20 de octubre de 1825, por cuyo comportamiento mereció el grado de teniente. También estuvo presente en el rechazo de los indios invasores en el Puesto del Rey, cerca de Salto, mereciendo elogiosos conceptos por parte del coronel Federico Rauch, comandante de su cuerpo. A las órdenes de Rauch asistió a la primera y segunda campaña a la Sierra de la Ventana, siendo herido Lagos en la iniciación del primer avance.
Poco después de Ituzaingó se enviaron de Buenos Aires tropas a reforzar el Ejército Republicano, marchando entre ellas un destacamento del 5º de Caballería, que condujo el capitán Hilario Lagos, el cual gracias a esta circunstancia fortuita pudo participar de la Batalla de Camacuá, el 23 de abril de 1827. Terminada su comisión regresó a incorporarse a su Regimiento, destacado en el Salto, de donde pasó a fines de diciembre de 1827 al Fuerte Federación (actual ciudad de Junín). En febrero de 1830 obtuvo despachos de teniente coronel, haciéndose cargo del comando del 1º de Caballería, al frente del cual, el 10 de abril de 1830 mandó el ala derecha de las fuerzas del coronel Pacheco empeñadas en un rudo combate contra los indios en el Salado. En 1833 fue destinado a la Plana Mayor del Ejército, pasando luego a formar parte de la "División Izquierda", con la cual el general Rosas emprendió su campaña al Desierto. El general Pacheco fue destacado con la vanguardia y el 10 de mayo ocupaba el río Negro, haciendo pasar a la margen opuesta dos escuadrones a las órdenes de los tenientes coroneles Hilario Lagos y Francisco Sosa, para que operasen río arriba, mientras Pacheco seguía la misma dirección por el interior. Lagos y Sosa se arrojaron sobre la primera toldería que encontraron, pero los indios huyeron a esconderse en los montes. Pacheco prosiguió su marcha costeando la margen izquierda del río Negro hasta Choele-Choel, y el 26 de mayo lanzó a los comandantes Lagos y Sosa sobre la tribu del famoso cacique Payllaren, a la que destruyeron completamente, muriendo en la lucha este último y casi toda su gente de pelea. Posteriormente derrotó también a la tribu del cacique Pitrioloncoy, en lucha cuerpo a cuerpo. Terminada la campaña al Desierto, Lagos continuó revistando en la Plana Mayor del Ejército.
Cuando el insurrecto Lavalle invadió la provincia de Buenos Aires, en agosto de 1840, en que desembarcó en San Pedro, el ahora coronel Lagos pasó a incorporarse a las fuerzas que Rosas puso bajo el mando superior del general Oribe, las que tomaron el nombre de "Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina". Se distinguió igualmente por su coraje en la batalla como en su caballerosidad desplegada luego de sus victorias en Quebracho Herrado y Famaillá; después de su regreso a Buenos Aires, se lo asignó, con una división, al ejército de Urquiza en Entre Ríos, donde permaneció hasta que este último se pronunció contra Rosas.   Renuente a la idea de volverse contra el Restaurador, el coronel Lagos presentó su dimisión a su cargo y pidió su pasaporte para trasladarse a Buenos Aires, fundado en "los sagrados deberes en que estoy para con la Patria, y para con el general Rosas, y porque así me lo imponen mis sentimientos y mi honor de Americano". Urquiza, haciendo debida justicia a aquel rasgo de lealtad, le concedió el pasaporte.
De regreso a Buenos Aires el Restaurador dio a Lagos el mando de una fuerte división de 3.000 hombres, que se acantonó en Bragado, constituyendo la vanguardia del ejército federal cuando las legiones de Urquiza se aproximan por la provincia de Buenos Aires. Lagos es el único que hostiliza al ejército enemigo, cuando avanza sobre la Capital. Al aproximarse éste a los campos de Alvarez, Rosas ordenó a Lagos que los batiese, y efectivamente, en la mañana del 31 de enero, con su división y la de los coroneles Sosa y Bustos, sumando si fuerza 2.500 hombres, marchó en tres columnas paralelas al encuentro de la vanguardia aliada. Lagos cargó con la bizarría acostumbrada, pero su denuedo fue impotente para compensar la enorme disparidad de fuerzas y el repliegue se impuso, haciéndolo en orden sobre el Puente de Márquez.
Asiste en la noche del 2 de febrero a la Junta de Guerra, en la que éste manifiesta su resolución de dirigir la batalla que se prepara para el día siguiente. En Caseros el General Hilario Lagos mandó 3 divisiones de caballería del ala izquierda del Restaurador.  . Iniciada la batalla esperó la carga de los enemigos con sus 2.000 lanceros a pie firme, y con dos columnas de ataque a los flancos de su línea. Según dice Saldías en su "Historia de la Confederación Argentina": "El choque fue estupendo, que tan valerosamente fue llevado como sostenido. Los aliados fueron rechazados dejando más de 400 hombres fuera de combate. La división Galarza acudió al punto; pero por el flanco derecho apareció una división de caballería que Rosas mandó avanzar a gran galope del extremo opuesto. Simultáneamente Lagos lanzó sus dos columnas y los aliados, con ser más fuertes en número, empezaron a retroceder en desorden. Entonces Urquiza arrojó allí a las caballerías de López. Más de 15.000 hombres se disputaron allí la victoria…" "…Acosado por aquella masa inaudita de jinetes que se aumentaba en proporción a sus pérdidas en las cargas que llevara, Lagos trató de replegarse a su línea, pero envuelto por la dispersión de los suyos fue llevado fuera del campo de batalla".

  Traicionado y desaparecido el Restaurador, Lagos apoyó a Urquiza (frente a los unitarios que se habían adueñado de Buenos Aires) y a su idea de una organización nacional verdaderamente federal de las provincias; calificado de "auténtico federal", fue uno de los conductores del grupo "chupandinos", compuesto por ciudadanos de Buenos Aires que deseaban unir sus provincias hermanas en la Confederación; a fines de 1852, cuando la provincia de Buenos Aires rehusó aceptar el Acuerdo de San Nicolás y cooperar en el congreso constituyente reunido en Santa Fe, estalló un conflicto entre los provinciales de Buenos Aires y los porteños de la ciudad; asumiendo el liderazgo de este movimiento, Lagos intentó usar esta fuerza para introducir a Buenos Aires en la Confederación; mediante un golpe de Estado provocó la renuncia de Valentín Alsina como gobernador (tanto por razones políticas como personales) y luego presentó el movimiento a Urquiza, invitándolo a hacer uso de estas fuerzas para incorporar a la provincia de Buenos Aires a la Confederación con las otras trece provincias.

Urquiza que esperaba utilizar la diplomacia y la negociación antes que la fuerza se sintió sumamente molesto por esta situación; sin embargo, la ciudad de Buenos Aires fue sitiada por Lagos durante siete meses. Al pronunciarse contra el Gobierno de Buenos Aires el 1º de diciembre de 1952, el coronel Hilario Lagos lanzó el siguiente Manifiesto:

Manifiesto

"Habitantes de la Capital: Tenéis en frente de vuestras calles un ejército de compatriotas, que sólo quiere la paz y la gloria de nuestro país. Son vuestros hermanos, y no dirijáis contra ellos el plomo destructor. No enlutéis vuestras propias familias. Venimos a dar a nuestra querida Buenos Ayres, la gloria y tranquilidad que le habían arrebatado unos pocos de sus malos hijos. Nada temáis de los patriotas que me rodean: el ejército de valientes que tengo el honor de mandar, no desea laureles enrojecidos con la sangre de hermanos. Solo quiere paz y libertad. El glorioso pabellón de Mayo es nuestra divisa, y nuestros estandartes serán siempre emblemas venturosos de fraternidad, y de unión sincera de todos los partidos. Basta de males y desgracias para los hijos de una misma tierra. Patria y libertad sea nuestro Norte. La gloria de un abrazo fraternal, nuestro premio".

  Establecido el sitio de la ciudad, este se desarrolló con frecuentes encuentros entre sitiados y sitiadores. También hubo varios intentos de paz, pero todos fracasaron. El 17 de abril se produce el primer encuentro naval entre la escuadra de la Confederación mandada por el comodoro John Halstead Coe y la escuadrilla porteña a las órdenes del coronel Floriano Zurowsky, quedando ésta totalmente destruida. Finalmente las fuerzas sitiadoras se disolvieron cuando en esos días se produjo la traición del jefe de la escuadra de la Confederación Argentina Coe, quien por una bolsa de monedas de oro, entrego a Buenos Aires la escuadra nacional. Se pretendió también comprar a Juan Bautista Thorne a través de su hermana quien fue a bordo del Enigma acompañada de la esposa del ex rosista Lorenzo Torres. Ante esta situación el marino arrebatado por su indignación, puso sobre sus rodillas a su imprudente hermana y le propino una soberana paliza por haber abusado de la relación familiar. Muchos de los soldados de Lagos manifestaron resentimiento hacia la federación de Buenos Aires.

El Congreso exigía que la paz fuera negociada y los diplomáticos británicos y norteamericanos ofrecieron sus servicios para el arreglo de esta situación; se concedieron algunas amnistías, pero muchos de los dirigentes fueron exiliados; también lo fue el General Lagos, que despojado de su rango militar y privado de sus propiedades fue a Santa Fe; en 1857 el gobierno de Buenos Aires ofreció restituirle su rango, así como la totalidad de sus privilegios militares si se avenía a cooperar en la lucha contra las crecientes depredaciones indias en el sur; rechazó este ofrecimiento prefiriendo compartir la suerte de sus compañeros de exilio; más tarde regresó a su ciudad natal, donde murió el 5 de julio de 1860.
Estaba casado con Toribia de la Fuente y fue padre del coronel del mismo nombre, que se distinguió en la guerra del Paraguay

Fuentes

  • Antook – El General Hilario Lagos (1806-1860).
  • Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1972).
  • Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.
  • Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.

Punta Canal

Por Don Singulario


PUNTA CANAL
-¡Hola don Singulario! Ese título me recuerda una nota suya de hace un tiempo cuando habló de inundaciones y de Villa La Ñata, ahora famoso por los partidos de fútbol

-Tiene Ud. razón, en setiembre de hace dos años, escribimos una nota que llevaba por título Mientras los bichos huyen… Se refería al agua y su fuerza descontrolada, y a sus esforzados habitantes ribereños por contenerla. Se la dedicamos por ser el lugar que nos aquerenciamos para descansar y donde mis hijos y nietos disfrutan aún, de ese sabor pueblerino a las puertas de la gran ciudad.  Ud. ahora la ubica famosa por los encuentros de fútbol entre intendentes, gobernadores y otros políticos, La prensa hegemónica se hace un festín cuando aparecen lugares o reuniones con tintes conspirativos

-Sería algo así como la jabonería de Vieytes…

-Así va a quedar Villa La Ñata y su equipo de fútbol como un lugar emblemático de ciertos destituyentes, pero eso es anecdótico. En ella, además de estar rodeada (nunca mejor empleada esta palabra cuyos sinónimos son: cercada, envuelta, encerrada, sitiada, asediada, bloqueada) por agua y múltiples barrios cerrados con nombres tomados del Santoral, existe otro espacio emblemático que se encuentra oculto por la gran prensa.

-Claro don, lo recuerdo, Ud. se refería a un sitio sagrado, algo así como un cementerio aborigen, y que incluso se dio el “mal gusto” de opinar que si se enteraban los yanquis nos podrían bombardear por el placer de romper con todo vestigio arqueológico como hicieron con Irak…

-La semana pasada, regresando de allí, un grupo de jóvenes nos entregaron un volante haciendo referencia a los esfuerzos que están haciendo las comunidades originarias de la zona para preservarse del ataque indiscriminado de los empresarios de esos complejos edilicios privados. Denuncian que están alambrando y destruyendo tierras que corresponden al patrimonio cultural y arqueológico; ataques no sólo a los derechos humanos, sino también a la flora y fauna con la destrucción sistemática de humedales y campos. Patotas contratadas por esas empresas atacan a los pobladores que se resisten a su avance y hasta arrojaron violentamente al río una Whipala, con el dolor que causa cuando un símbolo sagrado es mancillado.

-Tienen razón don Singu, me acuerdo cuando nos contó que la Whipala es la bandera tradicional de los pueblos originarios, que contiene los colores del arco iris en forma de damero.

-El relato que me hicieron los muchachos me estremeció pensando que desde que nos reconocemos como pueblo occidental y cristiano tras la llegada de los españoles a América, siempre el hombre “blanco” acompañado del poder legal y muy bien custodiado por las armas y la cruz se han empeñado en usurpar las tierras que habitan desde siempre los pobladores naturales: hombres y mujeres, plantas, aves y animales terrestres que sólo se sirven de la naturaleza para la supervivencia y no la destruyen.
-Por lo que Ud.  comenta don, es que esos emprendimientos tienen un marcado tinte religioso.
-El Opus Dei, una especie de secta católica es la cara visible de estos despropósitos, pero déjeme recordar que el nombre del lugar sagrado –ahora Punta Querandí– tiene que ver con el pueblo que lo habitaba a la llegada de los conquistadores. Y aquí me gustaría volver a recordar el primer encuentro de ese pueblo con aquellos europeos tal como lo contó un soldado alemán que los acompañó. Nos referimos a Ulrico Schmidel que en su libro Viaje al Río de la Plata (1536-1554) hace una pormenorizada narración de aquella travesía. Tiene la simpleza de un espectador de baja jerarquía que pudo retratarla con originalidad e ingenua sorpresa.

-Don, ¿fue aquel que contó la historia del fulano que se comió la pierna de su hermano ahorcado por el hambre, en la primera Buenos Aires?

-El mismo, vamos a dejarlo al Herr Ulrico que nos cuente su encuentro con los querandíes:
«En esta tierra dimos con un pueblo en que estaba una nación de indios llamados carendies como de 2.000 hombres con las mujeres e hijos, y su vestir era como el de los zechurg (charrúa), del ombligo a las rodillas; nos trajeron de comer, carne y pescado. Estos carendies (querandí) no tienen habitaciones propias, sino que dan vueltas a la tierra, como los gitanos en nuestro país; y cuando viajan en el verano suelen andarse más de 30 millas (leguas) por tierra enjuta sin hallar una gota de agua que poder beber. Si logran cazar ciervos u otras piezas del campo, entonces se beben la sangre [...]
Estos carendies traían a nuestro real y compartían con nosotros sus miserias de pescado y de carne por 14 días sin faltar más que uno en que no vinieron. Entonces nuestro general thonn Pietro Manthossa (don Pedro de Mendoza) despachó un alcalde llamado Johann Pabón, y él y 2 de a caballo se arrimaron a los tales carendies, que se hallaban a 4 millas de nuestro real. Y cuando llegaron adonde estaban los indios, acontecioles que salieron los 3 bien escarmentados, teniéndose que volver en seguida a nuestro real.                                                
 Pietro Manthossa, nuestro capitán, luego que supo del hecho por boca del alcalde (quien con este objeto había armado cierto alboroto en nuestro real), envió a Diego Manthossa, su propio hermano, con 300  lanskenetes y 30 de a caballo bien pertrechados: yo iba con ellos, y las órdenes eran bien apretadas de tomar presos o matar a todos estos indios carendies y de apoderarnos de su pueblo. Mas cuando nos acercamos a ellos había ya unos 4.000 hombres, porque habían reunido a sus amigos.
Y cuando les llevamos el asalto se defendieron con tanto brío que nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron también a nuestro capitán thon Diego Manthossa y con él a 6 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron unos 20 y de los de ellos como mil. Así, pues, se batieron tan furiosamente que salimos nosotros bien escarmentados. 
     Estos carendies usan para la pelea arcos, y unos dardes, especie de media lanza con punta de pedernal en forma de trisulco. También emplean unas bolas de piedra aseguradas a un cordel largo; son del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo o del venado  cuando lo corren y lo hacen caer. Fue también con estas bolas que mataron a nuestro capitán y a los hidalgos, como que lo vi yo con los ojos de esta cara, y a los de a pie los voltearon con los dichos dardes.
     Así, pues, Dios, que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió tomarles el pueblo; mas no alcanzamos a apresar uno sólo de aquellos indios, porque sus mujeres e hijos ya con tiempo habían huido de su pueblo antes de atacarlos nosotros. En este pueblo de ellos no hallamos más que mantos de nuederen (nutrias) o ytteren como se llaman, iten harto pescado, harina y grasa del mismo ; allí nos detuvimos 3 días y recién nos volvimos al real, dejando unos 100 de los nuestros en el pueblo para que pescasen con las redes de los indios y con ello abasteciesen a nuestra gente; porque eran aquellas aguas muy abundantes de pescado [...]
Después de esto seguimos un mes todos juntos pasando grandes necesidades en la ciudad de Bonas Ayers hasta que pudieron aprestar los navíos. Por este tiempo los indios con fuerza y gran poder nos atacaron a nosotros y a nuestra ciudad de Bonas Ayers en número hasta de 23.000 hombres; constaban de cuatro naciones llamadas carendíes, barenis (guaraníes), zechuruas (charrúas) y zechenais dembus (chanás timbús).  La mente de todos ellos era acabar con nosotros; pero Dios, el Todopoderoso, nos favoreció a los más; a Él tributemos alabanzas y loas por siempre y por sécula sin fin; porque de los nuestros sólo cayeron unos 30 con los capitanes y un alférez.
 Y eso que llegaron a nuestra ciudad Bonas Ayers y nos atacaron, los unos trataron de tomarla por asalto, y los otros empezaron a tirar con flechas encendidas sobre nuestras casas, cuyos techos eran de paja (menos la de nuestro capitán general que tenía techo de teja), y así nos quemaron la ciudad hasta el suelo. Las flechas de ellos son de caña y con fuego en la punta; tienen también cierto palo del que las suelen hacer, y éstas una vez prendidas y arrojadas no dejan nada; con las tales nos incendiaron, porque las casas eran de paja
 A parte de esto nos quemaron también cuatro grandes navíos que estaban surtos a media milla  de nosotros en el agua. La tripulación que en ellos estaba, y que no tenía cañones, cuando sintieron el tumulto de indios, huyeron de estos 4 navíos a otros 3, que no muy distante de allí estaban y artillados. Y al ver que ardían los 4 navíos que incendiaron los indios, se prepararon a tirar y les metieron bala a éstos; y luego que los indios se apercibieron, y oyeron las descargas, se pusieron en precipitada fuga y dejaron a los cristianos muy alegres. Todo esto aconteció el día de San Juan, año de 1535 [...]

-Don Singulario, Ud. siempre se trae alguna historia para dejar mal parados a los conquistadores…

-La escribió alguien que los acompañó  Se me ocurre que la memoria histórica es de largo alcance y sería interesante que quienes se consideran descendientes de aquellos conquistadores comprendan que los tiempos han cambiado y que los pueblos no necesitan ahora de flechas incendiarias para hacer valer sus derechos.