Por Cecilia González Espul*
La muerte por fusilamiento del coronel Ciriaco Cuitiño, el mazorquero de Rosas, junto a Leandro Antonio Alem, un 29 de diciembre de 1853, tuvo un significado que va más allá del mero castigo por los crímenes de que se lo acusaba. Tuvo una finalidad ejemplificadora, y puso de manifiesto la intención de los emigrados unitarios, que regresaron a Buenos Aires después de Caseros y se apoderaron del gobierno, de destruir todo vestigio del régimen rosista.
Denigraron, vilipendiaron a Rosas, a su obra, a sus seguidores, y aun más, buscaron directamente borrarlos de la historia Esta intención la podemos verificar desde mucho antes que vencieran a Rosas, en el deseo y predicción no cumplida de José Mármol, cuando en su poesía “A Rosas” del 25 de mayo de 1843, maldice al “salvaje de las pampas que vomitó el infierno” y repite en dos estrofas distintas “ni el polvo de tus huesos la América tendrá”.
Otra prueba tangible de este meditado plan fue la suerte que le cupo al Caserón de Rosas en San Benito de Palermo. Inicialmente destinado a Colegio Militar, en 1892 pasó a ser sede de la Escuela Naval , para ser demolido en la simbólica fecha del 3 de febrero de 1899, por orden del intendente Bulrich. En su lugar, al año siguiente, se levantó la estatua de Domingo Faustino Sarmiento.
El hermosísimo parque que rodeaba el caserón neocolonial tuvo mejor destino. Durante la presidencia de Avellaneda, Sarmiento, en ese entonces Director General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires, fue designado Presidente de la Comisión las obras de remodelación del parque, al que por odio de partido denominaron Tres de febrero. Fue fruto de una iniciativa del propio Sarmiento, que había presentado una ley al Congreso a tal efecto.
Se inauguró el 11 de noviembre de 1875, con planos levantados y ejecutados por alumnos del Colegio Militar, reemplazándose la flora autóctona plantada por Rosas, por especies exóticas, en consonancia con la mentalidad extranjerizante de los liberales despreciativos de lo criollo.
Aun hoy, sin embargo, seguimos llamando Palermo al Parque Tres de febrero, no pudiendo imponerse la vengativa disposición de denominarlo con la fecha de la derrota de Rosas en Caseros por las fuerzas de Urquiza y de Brasil.
Este propósito de odio y de venganza no recayó solamente sobre Rosas sino también sobre sus seguidores más leales. Como fue el caso de Ciriaco Cuitiño y otros mazorqueros como Leandro A. Alem, Silverio Badía, Manuel Troncoso, Fermín Suárez, Estanislao Porto, Manuel Gervasio López, Manuel Leiva, Torcuato Canale, a quienes se le iniciaron juicios sumarísimos, acusados de los crímenes cometidos durante los años 40 y 42. (1)
Estos juicios, que se llevaron a cabo también para escarmentar a todos aquellos que habían participado en el sitio de Hilario Lagos, al que los mazorqueros se habían unido, fueron juicios donde no se cumplieron todos los requisitos formales, y en los que se buscó eliminar al enemigo lo más pronto posible, pero con visos de legalidad.
Ciriaco Cuitiño era ya un hombre grande, de aproximadamente 60 años y estaba enfermo, sufría la parálisis de uno de sus brazos. A pesar de estos inconvenientes, su lealtad a Rosas lo llevó a unirse a Lagos, sin haber antes cambiado nunca de bando como fue común que hicieran muchos otros. Tal fue el caso de Troncoso y Badía, que habían participado en la revolución del 11 de septiembre, siendo premiados por el mismo Valentín Alsina.
La prensa de la época, en manos unitarias, La Tribuna de los hermanos Varela, El Nacional de Velez Sarsfield, incitaba al exterminio de los acusados, condenándolos antes de ser juzgados.
No estuvieron ausentes los motivos personales. Especialmente en algunos miembros del gobierno, como Lorenzo Torres y Pastor Obligado, antiguos federales rosistas, que al haberse pasado al bando vencedor, debían demostrar su odio a los hombres que sirvieron a Rosas, a fin de aventar las sospechas que podrían existir sobre su conducta, y probar su lealtad al nuevo régimen. Pastor Obligado, gobernador de la provincia en ese momento, había sido secretario y consejero de Cuitiño.
A pesar de haber sido indultados por Urquiza, a pesar de la prescripción de los hechos por el largo tiempo transcurrido, a pesar de las seguridades y garantías para los vencidos y una amnistía otorgada por mediación de los representantes extranjeros de Inglaterra, Francia y Estados unidos, los mazorqueros fueron apresados al regresar del sitio de Lagos, cuando caminaban confiados por las calles de la ciudad con la divisa punzó y sus armas, en vez de haber huído. Estos juicios fueron evidentemente parciales, con jueces que respondían a la voluntad política ideológica de los unitarios, y que actuaban con la decisión previa de condenar, habiéndose reemplazado los antiguos jueces rosistas, integrantes del Superior Tribunal de Justicia, Roque Saénz Peña(abuelo de Roque y padre de Luis), Bernardo Pereda, Juan García de Cossio, Eduardo Lahitte y Cayetano Campana, por magistrados adictos: Valentín Alsina, Dalmiro Velez Sarsfield, Domingo Pica, Francisco de las Carreras, Eustaquio Torres y Alejo Villegas. Los abogados que se hicieron cargo de las defensas fueron defensores de pobres, pues nadie quería asumir esa responsabilidad. No fue el caso de Cuitiño y Alem, que tuvieron un defensor particular.
Este fue Marcelino Ugarte, federal, adscripto al estudio de Baldomero García, hasta que formó el propio después de recibirse de abogado en 1852. Tendría más tarde una destacada actuación en la vida política nacional, pero no debe confundírselo con su hijo, del mismo nombre, gobernador de Buenos Aires, en 1900. (2)
Su defensa fue brillante, logrando obtener el aplauso de sus contemporáneos en las audiencias públicas. Sin embargo, en opinión del historiador Quiroga Micheo, la defensa pudo ser mejor. (3) Este juicio lo malquistó con el gobierno, y por ello fue desterrado a Montevideo, pudiendo regresar recién al año siguiente.
Además, hubo intención manifiesta de ocultamiento, desde detalles secundarios como el destinar un lugar reducido para la vista de la causa, para evitar que fuera muy concurrido, y que sólo un grupo seleccionado pudiera ingresar, hasta la desaparición del legajo del proceso judicial, del que sólo se posee el testimonio de la sentencia del juez en lo criminal Claudio Martínez y la argumentación del fiscal Ferreira, publicadas por La Tribuna el viernes 30 de diciembre de 1853, un día después de que fuera cumplida la misma.
El espíritu de venganza guió a sus acusadores al condenarlo a restituir al tesoro los $1000 que recibiera de Rosas por la muerte del Coronel Lynch y sus compañeros (4), y al pago de $2645 por uniforme de tropa, que lógicamente era deuda del Estado, más el pago de una deuda de $6541 por simples dichos de Justo Castrelo. Estos datos se desprenden de su testamento y juicio sucesorio (5) , en los que su segunda mujer, Anita Bustamante, reclamó por la injusticia de los mismos, y por habérsele a sus herederos la restitución de $2000 que se habrían entregado a Cuitiño en prisión, lo cual era falso, porque no había recibido nada.
Y para mayor humillación y para escarmiento de la población, luego de ser fusilado, su cadáver junto al de Leandro Alem debió quedar suspendido de la horca durante cuatro horas en la plaza de la Concepción. Eso lo previó Cuitiño de ahí que su última voluntad fuera pedir aguja e hilo para coserse el pantalón a la camisa porque ni aún de muerto a un federal se le caerían los pantalones.
La memoria del “carnicero” Cuitiño, “bárbaro antropófago”, como lo llamaban los diarios de la época, fue tan ennegrecida y denigrada, que nadie se ha atrevido a defenderle. El propósito de los vencedores de borrar de la memoria colectiva todo aquello que se relacionara con el régimen rosista, se extendió también hasta la tumba de los vencidos. ¿Y qué ha ocurrido con la tumba de Cuitiño?
Para responder a esta pregunta debemos indagar sobre otro período de la historia argentina: el régimen peronista.
La misma actitud que tuvieron los liberales unitarios con Rosas, fue la que tuvieron los “gorilas” del 55 con Perón. El mismo odio volvió a resurgir, no se lo podía ni nombrar, había que borrarlo de la historia. Se dejaron inconclusas muchas de las obras comenzadas durante su gobierno, como la del Hospital de Niños, el famoso “albergue Warnes”. Y al igual que el Caserón de Palermo, su residencia, una hermosísima construcción, suntuoso palacio de estilo francés, que habitara durante su presidencia junto a Evita, fue destruída. En su lugar se erigió la biblioteca nacional, monstruo arquitectónico moderno, que fue durante muchísimos años una obra inconclusa, y que vaya la paradoja, su estilo se denomina “brutalismo”.
El 16 de septiembre de 1955, la llamada Revolución Libertadora, de igual título que la de Lavalle en el año 40, depuso al General Perón. La misma se inició cuando el General Eduardo Lonardi y un grupo de oficiales acompañados por el coronel Ossorio Arana tomaron la Escuela de Artillería en Córdoba.
Arturo Ossorio Arana tiene su tumba en el cementerio de la Recoleta. Adornada por una estatua de la Libertad con una espada en la mano, y los platillos de la balanza, símbolo de la justicia. Grabado en el negro granito de sus paredes, el discurso fúnebre del general Pedro Eugenio Aramburu el 6 de diciembre de 1968.
¡”No te pares ante la tumba de este soldado!” nos dice, si no amas la libertad, la democracia, las instituciones, “si prefieres que la política se funde en las querellas del pasado y no sobre las verdades que preparan el futuro”.
La verdad es que el pasado no se puede separar del presente y viceversa, están interrelacionados. Conocemos el presente por el pasado, y a partir de allí nos proyectamos al futuro. Y la verdad, confesada por los propios descendientes de Ossorio Arana es que su tumba se levanta sobre la que fuera tumba del mazorquero de Rosas, Ciriaco Cuitiño. Y ésta es la razón por la que nos hemos detenido ante la tumba de este militar, y no por las frases de hueca retórica desmentidas por los hechos.
También transcribo la información que me brindara en carta en mi poder del 22 de enero de 1999, Clodomiro Galíndez Vega, sobre la versión oral que le trasmitiera el Cte.Gral. Scotto Rosende, que siendo chico, varias veces su abuela lo había llevado a una tumba sin nombre que la identificara y que se encontraba donde está hoy el mausoleo de Osorio Arana, y que le había dicho que allí reposaban los restos de Cuitiño que sólo lo adornaba una vieja glicina.
En el obituario de la Recoleta , en el registro diario de defunciones, no se asentó el ingreso de Ciriaco Cuitiño. Pero en registro aparte, donde se anotan todos los decesos ocurridos durante el año, aparece para 1853, solamente un Pedro Cuitiño, en el folio 80, nº 143, Enterratorio General, era un niño. Y en 1854, Francisco Cuitiño, folio 81, nº14. Podría haber ser éste, anotado con otro nombre? La tumba de Ossorio Arana se encuentra en la sección 9, tablón 55.
A pesar de la negra fama con que se ha teñido a Cuitiño, es dable rescatar otras imágenes más benévolas sobre su figura que han sido abandonadas al olvido. En “Tirana unitaria”, una canción interpretada por Ignacio Corsini, antigua versión que no ha vuelto a ser grabada, que está fuera de las selecciones de temas que reeditan, nos pinta un Cuitiño diferente. Es el “buen mazorquero” que defiende a la amada del soldado federal antes de ir a pelear junto a Oribe en el sitio de Montevideo. Ella, que es unitaria, no debe temer porque “de Cuitiño te ampara el puñal”. A continuación la transcribimos.
Tirana unitaria, tu cinta celeste
Até en mi guitarra de buen federal
Y en noche de luna canté en tu ventana
Más de un suspirante cielito infernal.
Tirana unitaria, le dije a Cuitiño
que tu eras más santa que la Encarnación
y el buen mazorquero juró por su daga
que por ti velaba la Federación.
Tirana unitaria, los valses de Alberdi
quién sabe hasta cuándo bailaremos más
ni tus ojos negros buscarán los míos
en las misas de alba de San Nicolás.
Tirana unitaria, me voy con Oribe
y allá en las estrellas del cielo oriental
seguiré cantando, tus ojos no teman
porque de Cuitiño te ampara el puñal.
Tirana unitaria, las rosos del barrio
te hablarán del día que te dije adiós
y los jazmineros soñarán los sueños
que en días felices soñamos los dos.
Tirana unitaria, dame la magnolia
que aromó en la noche que me vio partir
bésame en los labios paloma porteña
que me siento triste, triste hasta morir.
Tirana unitaria, no olvides los versos
de aquella mañana, de aquella canción
que cantamos juntos el día de mayo
que supo el secreto de mi corazón.
Tirana unitaria, mi vieja guitarra
seguirá cantando tu sueño de amor
y mi alma en las noches de luna
soñará por verte, por verte
en la tierra del Restaurador.
Pero es este otro poema, de Jorge Luis Borges, referido específicamente a Cuitiño, que a pesar de estar teñido de la versión unitaria, nos muestra la complejidad de los seres humanos, y valoriza uno de los rasgos que justamente más lo caracterizó: “esa Federala manera de vivir y de morir”.
CUITIÑO
Nada como esa Federala manera de vivir
y de morir.
Yo pienso
escucho
presiento a Ciriaco Cuitiño
fuerte como una taba,
llegando con el pingo sudoroso y tordillo
hasta sus Quilmeños arrabales mazorqueros.
Venía entre los caminos gastados de la madrugada
hasta sus dioses,
sus fantasmas,
sus lugares de guitarra, de sangre
y qué se yo.
Así persistía
Cuitiño
con su apellido de tendero gallego
su mala fama,
su escapulario bendito y su degüello.
La refalosa crecía entre sus venas
y la federación por sus sombras.
¡Ah, Coronel Cuitiño!
Te colgaron como una res estúpida,
fusilado y todo,
con tu fama de taita
y tu Rozas, Rozas.
¡Que el juicio final
te encuentre sin cuchillo!
La indiferencia, el silencio, el ocultamiento, el olvido, la tergiversación de los hechos, han sido los mecanismos a que han recurrido los que manejan los hilos del poder para dominar a los pueblos. Uno de los mayores criminales de la historia, el comunista Pol Pot, arrasó con las topadoras, los cementerios de Camboya, para que el pueblo olvidara sus muertos, es decir su pasado. Acá inventaron “los desaparecidos”, muertos sin tumba.
Por eso, este artículo lleva por título “Una tumba para Ciriaco Cuitiño”. Se merece su tumba, o una tumba, o un epitafio, porque es parte de nuestra historia, que no debemos dejar caer en el olvido, de cualquier forma que la interpretemos.
* Profesora de Historia de la UBA
NOTAS
(1) GONZÁLEZ ESPUL, Cecilia: “Ciriaco Cuitiño, un personaje tenebroso”, en Revista de investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas, Nº33, Bs.As., octubre/diciembre 1993.-
(2) cfr. ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo: “Marcelino Ugarte”, 1822-1872 “Un jurista en la época de la organización nacional” , Buenos Aires, Ministerio de Educación, Instituto de Historia del Derecho, UBA, 1954.-
(3) Quiroga Micheo, Ernesto: “El mazorqueroLeandro Antonio Alen, ¿culpable o inocente?”, Todo es Historia, Nº302, Año XXVI, septiembre de 1992.-
(4) ibdm. Págs. 20/21...”fue un enfrentamiento policial que impidió la fuga de un grupo de hombres a Montevideo, el 4 de mayo de 1840, para incorporarse al ejército de Lavalle financiado por los franceses, que bloqueaban el puerto de Buenos Aires.
(5) AGN, juicio sucesorio de Ciriaco Cuitiño, año 1871, legajo Nº4886.-
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miércoles, 29 de junio de 2011
Heroica Paysandú..............
Por José María Rosa
“¡Heroica Paysandú! Yo te saludo
hermana de la tierra en que nací,
tus triunfos y tus glorias esplendentes
se cantan en mi patria como aquí”.
Cantaba el negro payador Gabino Ezeiza y sus estrofas han llegado hasta nosotros, aunque pocos saben su significado. ¿Para quién, que no sea alguien versado en historia dicen algo los nombres de Leandro Gómez, Lucas Piriz, Federico Aberastury, y tantos héroes de la “heroica” que se sacrificaron por el pueblo contra el imperialismo? ¿ Quién recuerda las estrofas de Olegario Andrade que hace cien años repiten todos, grandes y chicos...?
“¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante
que velan los despojos de la gloria.
Urna de las reliquias del martirio
¡Espectro vengador!
¡Sombra de Paysandú! Lecho de muerte
donde la libertad cayó violada
¡Altar de los supremos sacrificios!
Yo te voy a evocar...”
¿Quién sabe hoy, después de un siglo de historia falsificada y enseñanza colonialista en nuestras escuelas, que en Paysandú, tierra oriental, empezaría esa grande, esa tremenda epopeya de la guerra del Paraguay, donde todo un pueblo hermano fue sacrificado por defender al pueblo argentino y oriental de la prepotencia de los imperialistas? ¿Quién no supone que Bartolomé Mitre que tiene estatuas, avenidas, pueblos con su nombre, fue un gran presidente, precisamente porque la historia oficial ha borrado de sus capítulos a Paysandú y a la guerra del Paraguay?.
La misma lucha que tenemos hoy, la tenían nuestros abuelos hace una centuria. Por una parte estaba un pueblo que quería ser libre y ser dueño de sus destinos, por la otra una oligarquía empeñada en mantenerlo en condición deprimente. Aquél estaba defendido por sus caudillos – que en esos tiempos eran el “sindicato” de los gauchos y artesanos -; éstos se apoyaban en las fuerzas extranjeras, o que engañaban a los suyos.
Eso pasaba en la Argentina de hace cien años. Juan Manuel de Rosas, gran jefe popular idolatrado por su pueblo, y que supo resistir con gallardía los embates de Inglaterra y Francia aliados a la oligarquía de los unitarios argentinos, había caído derrotado en Caseros volteado por el propio ejército argentino sublevado por su jefe, Justo José de Urquiza, pasado al imperio de Brasil – con quien estábamos en guerra – y de quien recibió dinero, armas y soldados. Contra ellos se estrelló el pueblo en Caseros el 3 de febrero de 1852.
Pero un orden tan firme como el federal no se derrumba de la noche a la mañana. El pueblo tenía conciencia de su posición y si había cedido a las bayonetas nacionales y extranjeras, costaba hacerle perder sus privilegios.
No era posible un gobierno sin apoyo del pueblo, por lo menos sin engañar al pueblo. Y aquí viene el papel de Urquiza, que al día siguiente de Caseros se declara caudillo, calificó a los oligarcas de salvajes unitarios e impuso la divisa roja del federalismo, el color del pueblo en la Confederación Argentina desde los tiempos de Artigas, Facundo Quiroga y Rosas. Urquiza, traidorzuelo sin grandeza, lleno de apetencias y sediento de dinero se dijo jefe del pueblo, habló del partido federal y usó la divisa colorada, y desgraciadamente fue creído. Todo era una comedia arreglada con los oligarcas para poder dominar de manera definitiva. Mientras clamaba contra los salvajes unitarios y hablaba del pueblo y sus derechos, se los fue quitando uno a uno. E impidió que otros grandes y prestigiosos caudillos federales resurgieran, como Nazario Benavídez, el valiente sanjuanino, asesinado en la prisión de su ciudad natal.
Finalmente un día, cuando Urquiza creyó segura la cosa, se dejó vencer por Mitre. ¡Por Mitre, que jamás había ganado una batalla en su vida! Fue el vencedor aparente en la batalla de Pavón el 17 de setiembre de 1861, ya que Urquiza se retiró sin combatir dejando que a los federales los degollasen los mitristas.
Esto parece enorme, pero los documentos cantan. Urquiza se había arreglado con los mitristas por agentes norteamericanos y masones (está probado), comprometiéndose a perder la batalla de Pavón. A cambio de eso le dejarían el gobierno de Entre Ríos, gozar de su inmensa fortuna y acrecentarla con nuevos negociados; pero debería entregar a los pobres criollos que clamaban ¡viva Urquiza! creyéndolo un caudillo auténtico de los quilates de Rosas o Facundo cantaban la Refalosa partidaria y llevaban al pecho la roja divisa federal. Eso fue Pavón el 17 de setiembre de 1861.
Y ocurrió entonces que otro gran oligarca y degollador de gauchos – que en la historia oficial pasa por un viejito muy bueno, muy demócrata y muy amante del pueblo –, un tal Domingo Faustino Sarmiento, que pertenecía al partido unitario, aconsejó a Mitre el 20 de setiembre de 1861: “No ahorre sangre de gauchos, es un abono" que debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos.”. Y el ejército vencedor en Pavón se lanzó a degollar gauchos, siempre claro está que los ganchos no se hicieran mitristas. ¿Cuántos degollaron? El número lo ha ocultado cuidadosamente la historia oficial, pero los revisionistas lo sabemos: fueron más de 20.000 en dos años. Una cifra que espanta si tenemos en cuenta que la argentina de entonces apenas pasaba de un millón de habitantes. Un uruguayo a las órdenes de Mitre – el general Venancio Flores - se paso a degüello casi todo el resto del ejército federal, en Cañada de Gómez 'el 22 de diciembre; los uruguayos. Sandes; Iseas, Arredondó, Paunero y el chileno Irrazaval degollaron a miles y miles de riojanos, cordobeses y catamarqueños. Por eso se levantó el General Ángel Vicente Peñaloza, el llamado el Chacho, que quería defender a los suyos. Chacho era un ingenuo que creía que Urquiza lo iba a ayudar a combatir a los mitristas. ¡Bueno!... No era culpa del Chacho solamente, porque todos los federales creían en Urquiza; decían que algún día Urquiza volvería de Entre Ríos para tomar la lanza y emprenderla contra los oligarcas. ¡Viva Urquiza! Y Urquiza vivía y aplaudía – en secreto – a Mitre y a Sarmiento. Así murió el Chacho; o mejor dicho lo asesinaron y Sarmiento mandó colgar su cabeza en lo alto de un palo. “No hay que ahorrar sangre de gauchos...” Y Urquiza que aparentaba alentar al Chacho lo alentó a Sarmiento.
Después de pavonizar la Argentina, los mitristas se fueron a pavonizar al Uruguay. Había allí un gobierno blanco, tradicionalmente amigo de los federales argentinos. No estaba a su frente un caudillo sino un abogado, don Prudencio Berro, buena persona que protegía a los criollos de su tierra. Por eso había que sacarlo; por eso y porque no les hacía mucho caso a los brasileños e ingleses que pretendían manejar al Uruguay. Como Mitre era aliado de los brasileños mandó al Uruguay al general uruguayo, pero que estaba a sus órdenes, Venancio Flores (el degollador de Cañada de Gómez) para que lo sacase al presidente Berro, se hiciera presidente él, y entregase el país a los brasileños e ingleses.
Claro es que para invadir el Uruguay, Mitre y Flores inventaron un pretexto. El presidente Berro andaba en conflicto con un canónigo de la Catedral de Montevideo expulsado de su cargo por meterse en política. ¡Ya estaba el pretexto! Aunque Mitre y Flores eran masones, levantaron en sus banderas una cruz y llamaron a su aventura “cruzada libertadora”. Y así se lanzó Flores el 19 de abril de 1863 a libertar y los brasileños le mandaron plata. Y los católicos (no hablo de los buenos católicos, sino de los zonzos) lo apoyaron... Pero los orientales se defendieron. Nada podían los soldados mitristas y el oro brasileño contra el coraje criollo. Y no eran solamente los orientales blancos, porque muchos argentinos federales cruzaron el río al comprender que en la otra Banda se libraba la batalla por la libertad y por el pueblo.
El emperador del Brasil, que se llamaba Pedro II, quería acabar cuanto antes con la “cruzada libertadora”. ¿Cómo era posible que un puñado de orientales resistiese a los batallones mitristas disfrazados de floristas y al dinero que se le mandaba desde Río de Janeiro? Y quiso intervenir en la guerra buscando un pretexto cualquiera: que la guerra civil era larga y molestaba a los brasileños con estancias en el Uruguay. Mitre dijo otro tanto. De la mano, Mitre y el emperador acabarían con los blancos uruguayos y pondrían a Venancio Flores en la presidencia de la República.
Pero entonces se oyó una voz desde el norte: el Paraguay. Gobernaba Paraguay un gran patriota que se llamaba Francisco Solano López, hombre de temple como se da pocas veces en la historia. La nuestra lo trata mal por haber hecho lo que hizo. No importa: mañana, cuando la Argentina sea de los argentinos, lo tratará muy bien; le levantaremos estatuas y borraremos la iniquidad de la guerra del Paraguay. López dejó oír su voz de alerta desde Asunción, cuando Mitre y Pedro II se disponían a comerse el Uruguay. “¡Cuidado!... ¡Manos afuera de la República Oriental, porque habría quien la protegiera! Al primer soldado brasileño o mitrista que atravesase sus fronteras, irían los paraguayos a protegerla.” Y no era un chiste. Paraguay entonces no era lo que es ahora, después de la guerra donde lo aniquilaron. Era un gran país, con ferrocarriles, telégrafos, hornos de fundición y gran riqueza. Todo eso lo ofrendaría Solano López en beneficio de sus hermanos orientales y argentinos que gemían bajo Brasil, Inglaterra y el mitrismo. Vendría a libertar el Río de la Plata el bravo y corajudo guaraní, ya que su defensor, que debió ser Urquiza, se estaba tranquilamente en su palacio San José.
El ministro inglés en Buenos Aires, Mr. Thornton quería destruir al Paraguay, que era un país libre de ellos, que se permitía tener fundiciones de propiedad del Estado y no comprarle géneros de Manchester o Birmingham. Fue Mr. Thornton quien anudó la alianza mitrista-brasileña para invadir el Uruguay y acabar con los blancos, asegurando que Paraguay no se metería.
Y aquí viene lo de Paysandú. El ejército brasileño cruzó la frontera en el invierno de 1864 y se fue contra la ciudad de Paysandú, defendida por el general Leandro Gómez con un puñado de hombres; la escuadra brasileña, después de ser abastecida de bombas por Mitre en Buenos Aires, remontó el río Uruguay y bloqueó Paysandú. La ciudad, defendida por ochocientos o mil voluntarios, estaba sitiada por un ejército de 20,000 brasileños y floristas (afortunadamente para el honor argentino no llegaron a tiempo los mitristas) y una escuadra poderosa de quince buques, entre ellos algunos acorazados, con los cañones más potente s de la época.
El 6 de diciembre empezó el sitio, el épico sitio de Paysandú. De Buenos Aires, de Córdoba, de Entre Ríos, de Corrientes, miles de voluntarios argentinos fueron a pelear y morir si fuese necesario junto a Leandro Gómez. Pero Urquiza no los dejó pasar; hasta último momento se esperó que el caudillo argentino, a quien todavía se tenía por jefe del partido popular, cruzase el río y liberara Paysandú. Pero enfrente de ella, en su palacio de San José, desde el cual se podían seguir los pormenores de la lucha, Urquiza se limitaba a prometer que iría. ¿Iría?. Ya lo habían comprado los brasileños – muy en secreto, pero los documentos han sido encontrados porque nada queda ajeno a la historia – por casi dos millones de francos.
Le compraron a un precio altísimo todos los caballos entrerrianos, y eso significó un negocio para Urquiza, que embolsó una diferencia de 390.000 patacones de plata (más o menos dos millones de francos oro, algo así como trescientos millones de pesos de nuestra moneda). La condición era que se quedara quieto, pero prometiéndole a los suyos que iría a liberar a Paysandú. Porque si Urquiza no hubiese dado esta promesa y hubiese renunciado a la jefatura del partido federal, los argentinos solos hubieran liberado la ciudad.
Paysandú resistió 30 días el fuego de los cañones brasileños y la metralla de los regimientos floristas.
Con su guarnición reducida a poco más de doscientos hombres, sin municiones, sin velas siquiera para alumbrar las noches, Leandro Gómez seguía resistiendo entre las ruinas de la ciudad. El general brasileño – Propicio Menna Barreto – había prometido al emperador que la bandera brasileña ondearía en lo alto de Paysandú la noche de año nuevo; y ésta se acercaba y todavía estaba allí la oriental, iluminada por las granadas mitristas disparadas por los cañones brasileños. El último ataque, la noche de año nuevo, fue tremendo, pero la bandera oriental seguía allí. Finalmente, el 2 de enero, los defensores de Paysandú, que ya se defendían a cascotazos, fueron masacrados. A Leandro López se le fusiló como a casi todos los suyos. Entre los pocos que se escaparon por haberse escondido entre las ruinas, estaba un joven argentino llamado Rafael Hernández, cuyo hermano José (futuro autor de Martín Fierro) no pudo pasar desde Entre Ríos porque Urquiza no lo dejó. También quedaron Carlos Guido Spano, Olegario Andrade y lo más granado de la juventud federal argentina mordiéndose los puños de rabia por no haber podido pelear y morir en Paysandú. Mitre felicitó al almirante brasileño Tamandaré y al general Propicio Menna Barreto por su “hazaña”. Pero, como era de rigor, desde el norte Francisco Solano López ordenaba a sus divisiones que empezaran la guerra para librar al Plata de la oligarquía. Y si no podían, para morir como mueren los patriotas.
Así empezó la guerra del Paraguay hace casi cien años.
“¡Heroica Paysandú! Yo te saludo
hermana de la tierra en que nací,
tus triunfos y tus glorias esplendentes
se cantan en mi patria como aquí”.
Cantaba el negro payador Gabino Ezeiza y sus estrofas han llegado hasta nosotros, aunque pocos saben su significado. ¿Para quién, que no sea alguien versado en historia dicen algo los nombres de Leandro Gómez, Lucas Piriz, Federico Aberastury, y tantos héroes de la “heroica” que se sacrificaron por el pueblo contra el imperialismo? ¿ Quién recuerda las estrofas de Olegario Andrade que hace cien años repiten todos, grandes y chicos...?
“¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante
que velan los despojos de la gloria.
Urna de las reliquias del martirio
¡Espectro vengador!
¡Sombra de Paysandú! Lecho de muerte
donde la libertad cayó violada
¡Altar de los supremos sacrificios!
Yo te voy a evocar...”
¿Quién sabe hoy, después de un siglo de historia falsificada y enseñanza colonialista en nuestras escuelas, que en Paysandú, tierra oriental, empezaría esa grande, esa tremenda epopeya de la guerra del Paraguay, donde todo un pueblo hermano fue sacrificado por defender al pueblo argentino y oriental de la prepotencia de los imperialistas? ¿Quién no supone que Bartolomé Mitre que tiene estatuas, avenidas, pueblos con su nombre, fue un gran presidente, precisamente porque la historia oficial ha borrado de sus capítulos a Paysandú y a la guerra del Paraguay?.
La misma lucha que tenemos hoy, la tenían nuestros abuelos hace una centuria. Por una parte estaba un pueblo que quería ser libre y ser dueño de sus destinos, por la otra una oligarquía empeñada en mantenerlo en condición deprimente. Aquél estaba defendido por sus caudillos – que en esos tiempos eran el “sindicato” de los gauchos y artesanos -; éstos se apoyaban en las fuerzas extranjeras, o que engañaban a los suyos.
Eso pasaba en la Argentina de hace cien años. Juan Manuel de Rosas, gran jefe popular idolatrado por su pueblo, y que supo resistir con gallardía los embates de Inglaterra y Francia aliados a la oligarquía de los unitarios argentinos, había caído derrotado en Caseros volteado por el propio ejército argentino sublevado por su jefe, Justo José de Urquiza, pasado al imperio de Brasil – con quien estábamos en guerra – y de quien recibió dinero, armas y soldados. Contra ellos se estrelló el pueblo en Caseros el 3 de febrero de 1852.
Pero un orden tan firme como el federal no se derrumba de la noche a la mañana. El pueblo tenía conciencia de su posición y si había cedido a las bayonetas nacionales y extranjeras, costaba hacerle perder sus privilegios.
No era posible un gobierno sin apoyo del pueblo, por lo menos sin engañar al pueblo. Y aquí viene el papel de Urquiza, que al día siguiente de Caseros se declara caudillo, calificó a los oligarcas de salvajes unitarios e impuso la divisa roja del federalismo, el color del pueblo en la Confederación Argentina desde los tiempos de Artigas, Facundo Quiroga y Rosas. Urquiza, traidorzuelo sin grandeza, lleno de apetencias y sediento de dinero se dijo jefe del pueblo, habló del partido federal y usó la divisa colorada, y desgraciadamente fue creído. Todo era una comedia arreglada con los oligarcas para poder dominar de manera definitiva. Mientras clamaba contra los salvajes unitarios y hablaba del pueblo y sus derechos, se los fue quitando uno a uno. E impidió que otros grandes y prestigiosos caudillos federales resurgieran, como Nazario Benavídez, el valiente sanjuanino, asesinado en la prisión de su ciudad natal.
Finalmente un día, cuando Urquiza creyó segura la cosa, se dejó vencer por Mitre. ¡Por Mitre, que jamás había ganado una batalla en su vida! Fue el vencedor aparente en la batalla de Pavón el 17 de setiembre de 1861, ya que Urquiza se retiró sin combatir dejando que a los federales los degollasen los mitristas.
Esto parece enorme, pero los documentos cantan. Urquiza se había arreglado con los mitristas por agentes norteamericanos y masones (está probado), comprometiéndose a perder la batalla de Pavón. A cambio de eso le dejarían el gobierno de Entre Ríos, gozar de su inmensa fortuna y acrecentarla con nuevos negociados; pero debería entregar a los pobres criollos que clamaban ¡viva Urquiza! creyéndolo un caudillo auténtico de los quilates de Rosas o Facundo cantaban la Refalosa partidaria y llevaban al pecho la roja divisa federal. Eso fue Pavón el 17 de setiembre de 1861.
Y ocurrió entonces que otro gran oligarca y degollador de gauchos – que en la historia oficial pasa por un viejito muy bueno, muy demócrata y muy amante del pueblo –, un tal Domingo Faustino Sarmiento, que pertenecía al partido unitario, aconsejó a Mitre el 20 de setiembre de 1861: “No ahorre sangre de gauchos, es un abono" que debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos.”. Y el ejército vencedor en Pavón se lanzó a degollar gauchos, siempre claro está que los ganchos no se hicieran mitristas. ¿Cuántos degollaron? El número lo ha ocultado cuidadosamente la historia oficial, pero los revisionistas lo sabemos: fueron más de 20.000 en dos años. Una cifra que espanta si tenemos en cuenta que la argentina de entonces apenas pasaba de un millón de habitantes. Un uruguayo a las órdenes de Mitre – el general Venancio Flores - se paso a degüello casi todo el resto del ejército federal, en Cañada de Gómez 'el 22 de diciembre; los uruguayos. Sandes; Iseas, Arredondó, Paunero y el chileno Irrazaval degollaron a miles y miles de riojanos, cordobeses y catamarqueños. Por eso se levantó el General Ángel Vicente Peñaloza, el llamado el Chacho, que quería defender a los suyos. Chacho era un ingenuo que creía que Urquiza lo iba a ayudar a combatir a los mitristas. ¡Bueno!... No era culpa del Chacho solamente, porque todos los federales creían en Urquiza; decían que algún día Urquiza volvería de Entre Ríos para tomar la lanza y emprenderla contra los oligarcas. ¡Viva Urquiza! Y Urquiza vivía y aplaudía – en secreto – a Mitre y a Sarmiento. Así murió el Chacho; o mejor dicho lo asesinaron y Sarmiento mandó colgar su cabeza en lo alto de un palo. “No hay que ahorrar sangre de gauchos...” Y Urquiza que aparentaba alentar al Chacho lo alentó a Sarmiento.
Después de pavonizar la Argentina, los mitristas se fueron a pavonizar al Uruguay. Había allí un gobierno blanco, tradicionalmente amigo de los federales argentinos. No estaba a su frente un caudillo sino un abogado, don Prudencio Berro, buena persona que protegía a los criollos de su tierra. Por eso había que sacarlo; por eso y porque no les hacía mucho caso a los brasileños e ingleses que pretendían manejar al Uruguay. Como Mitre era aliado de los brasileños mandó al Uruguay al general uruguayo, pero que estaba a sus órdenes, Venancio Flores (el degollador de Cañada de Gómez) para que lo sacase al presidente Berro, se hiciera presidente él, y entregase el país a los brasileños e ingleses.
Claro es que para invadir el Uruguay, Mitre y Flores inventaron un pretexto. El presidente Berro andaba en conflicto con un canónigo de la Catedral de Montevideo expulsado de su cargo por meterse en política. ¡Ya estaba el pretexto! Aunque Mitre y Flores eran masones, levantaron en sus banderas una cruz y llamaron a su aventura “cruzada libertadora”. Y así se lanzó Flores el 19 de abril de 1863 a libertar y los brasileños le mandaron plata. Y los católicos (no hablo de los buenos católicos, sino de los zonzos) lo apoyaron... Pero los orientales se defendieron. Nada podían los soldados mitristas y el oro brasileño contra el coraje criollo. Y no eran solamente los orientales blancos, porque muchos argentinos federales cruzaron el río al comprender que en la otra Banda se libraba la batalla por la libertad y por el pueblo.
El emperador del Brasil, que se llamaba Pedro II, quería acabar cuanto antes con la “cruzada libertadora”. ¿Cómo era posible que un puñado de orientales resistiese a los batallones mitristas disfrazados de floristas y al dinero que se le mandaba desde Río de Janeiro? Y quiso intervenir en la guerra buscando un pretexto cualquiera: que la guerra civil era larga y molestaba a los brasileños con estancias en el Uruguay. Mitre dijo otro tanto. De la mano, Mitre y el emperador acabarían con los blancos uruguayos y pondrían a Venancio Flores en la presidencia de la República.
Pero entonces se oyó una voz desde el norte: el Paraguay. Gobernaba Paraguay un gran patriota que se llamaba Francisco Solano López, hombre de temple como se da pocas veces en la historia. La nuestra lo trata mal por haber hecho lo que hizo. No importa: mañana, cuando la Argentina sea de los argentinos, lo tratará muy bien; le levantaremos estatuas y borraremos la iniquidad de la guerra del Paraguay. López dejó oír su voz de alerta desde Asunción, cuando Mitre y Pedro II se disponían a comerse el Uruguay. “¡Cuidado!... ¡Manos afuera de la República Oriental, porque habría quien la protegiera! Al primer soldado brasileño o mitrista que atravesase sus fronteras, irían los paraguayos a protegerla.” Y no era un chiste. Paraguay entonces no era lo que es ahora, después de la guerra donde lo aniquilaron. Era un gran país, con ferrocarriles, telégrafos, hornos de fundición y gran riqueza. Todo eso lo ofrendaría Solano López en beneficio de sus hermanos orientales y argentinos que gemían bajo Brasil, Inglaterra y el mitrismo. Vendría a libertar el Río de la Plata el bravo y corajudo guaraní, ya que su defensor, que debió ser Urquiza, se estaba tranquilamente en su palacio San José.
El ministro inglés en Buenos Aires, Mr. Thornton quería destruir al Paraguay, que era un país libre de ellos, que se permitía tener fundiciones de propiedad del Estado y no comprarle géneros de Manchester o Birmingham. Fue Mr. Thornton quien anudó la alianza mitrista-brasileña para invadir el Uruguay y acabar con los blancos, asegurando que Paraguay no se metería.
Y aquí viene lo de Paysandú. El ejército brasileño cruzó la frontera en el invierno de 1864 y se fue contra la ciudad de Paysandú, defendida por el general Leandro Gómez con un puñado de hombres; la escuadra brasileña, después de ser abastecida de bombas por Mitre en Buenos Aires, remontó el río Uruguay y bloqueó Paysandú. La ciudad, defendida por ochocientos o mil voluntarios, estaba sitiada por un ejército de 20,000 brasileños y floristas (afortunadamente para el honor argentino no llegaron a tiempo los mitristas) y una escuadra poderosa de quince buques, entre ellos algunos acorazados, con los cañones más potente s de la época.
El 6 de diciembre empezó el sitio, el épico sitio de Paysandú. De Buenos Aires, de Córdoba, de Entre Ríos, de Corrientes, miles de voluntarios argentinos fueron a pelear y morir si fuese necesario junto a Leandro Gómez. Pero Urquiza no los dejó pasar; hasta último momento se esperó que el caudillo argentino, a quien todavía se tenía por jefe del partido popular, cruzase el río y liberara Paysandú. Pero enfrente de ella, en su palacio de San José, desde el cual se podían seguir los pormenores de la lucha, Urquiza se limitaba a prometer que iría. ¿Iría?. Ya lo habían comprado los brasileños – muy en secreto, pero los documentos han sido encontrados porque nada queda ajeno a la historia – por casi dos millones de francos.
Le compraron a un precio altísimo todos los caballos entrerrianos, y eso significó un negocio para Urquiza, que embolsó una diferencia de 390.000 patacones de plata (más o menos dos millones de francos oro, algo así como trescientos millones de pesos de nuestra moneda). La condición era que se quedara quieto, pero prometiéndole a los suyos que iría a liberar a Paysandú. Porque si Urquiza no hubiese dado esta promesa y hubiese renunciado a la jefatura del partido federal, los argentinos solos hubieran liberado la ciudad.
Paysandú resistió 30 días el fuego de los cañones brasileños y la metralla de los regimientos floristas.
Con su guarnición reducida a poco más de doscientos hombres, sin municiones, sin velas siquiera para alumbrar las noches, Leandro Gómez seguía resistiendo entre las ruinas de la ciudad. El general brasileño – Propicio Menna Barreto – había prometido al emperador que la bandera brasileña ondearía en lo alto de Paysandú la noche de año nuevo; y ésta se acercaba y todavía estaba allí la oriental, iluminada por las granadas mitristas disparadas por los cañones brasileños. El último ataque, la noche de año nuevo, fue tremendo, pero la bandera oriental seguía allí. Finalmente, el 2 de enero, los defensores de Paysandú, que ya se defendían a cascotazos, fueron masacrados. A Leandro López se le fusiló como a casi todos los suyos. Entre los pocos que se escaparon por haberse escondido entre las ruinas, estaba un joven argentino llamado Rafael Hernández, cuyo hermano José (futuro autor de Martín Fierro) no pudo pasar desde Entre Ríos porque Urquiza no lo dejó. También quedaron Carlos Guido Spano, Olegario Andrade y lo más granado de la juventud federal argentina mordiéndose los puños de rabia por no haber podido pelear y morir en Paysandú. Mitre felicitó al almirante brasileño Tamandaré y al general Propicio Menna Barreto por su “hazaña”. Pero, como era de rigor, desde el norte Francisco Solano López ordenaba a sus divisiones que empezaran la guerra para librar al Plata de la oligarquía. Y si no podían, para morir como mueren los patriotas.
Así empezó la guerra del Paraguay hace casi cien años.
El caballo en el Martín Fierro
Por Alberto Buela Que no se ha dicho ya sobre el nuestro Poema Nacional que pudiéramos decir nosotros. Aquí sólo nos ocuparemos de un detalle: aquello que Fierro dice sobre el caballo. Claro está, que no es un detalle menor pues no se puede pensar al gaucho sin el caballo, salvo que estemos hablando de los gauchos paraguayos, que como muy bien dice don Justo Pastor Benítez en su hermoso Solar Guaraní, ellos son "gauchos de a pie", sobre todo después de la desastrosa guerra de la Triple Alianza (1865-1870) que destruyó vidas y haciendas del Paraguay.
El caballo está presente a lo largo del poema, pero contrariamente a lo que pudiera pensarse, como tema está considerado una sola vez por Fierro y la hace a propósito del trato en el amanse y la uso que le daba el indio y con una mención esporádica a la doma criolla. Esta última es relatada al comienzo nomás del poema cuando hablando de la vida bucólica del gaucho, período que va desde las primeras vaquerías hasta la época de Rosas, dice:
Yo he conocido esta tierra,
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
era una delicia ver
cómo pasaba los días.
Y unas estrofas más adelante, relata el trabajo del domador diciendo:
El que era pion domador
enderezaba al corral,
ande estaba el animal
-bufidos que se las pela...-
y, más malo que su agüela,
se hacía astillas el bagual.
Y allí el gaucho inteligente
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó,
y se le sentó enseguida,
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dió
Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salía haciéndole gambetas.
!Ah tiempos! ... !Si era un orgullo
ver jinetear un paisano !
Cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no había uno que no parase
con el cabresto en la mano.
Como vemos es, más o menos, lo que se sigue realizando ahora en la doma común de los potros. Aunque hay algunas diferencias, pues, al menos en la pampa húmeda ya no se usa esa carona grande de cuero que fuera de tanto uso junto al lomillo en el siglo pasado. Hoy el recado de bastos lo ha reemplazado, aún cuando es digno de destacar que últimamente se ha producido una recuperación del lomillo, si bien no en el uso cotidiano, al menos dentro de los centros tradicionalistas y eso es halagüeño.
La primera observación que hace Fierro sobre el trato que el indio da a su pingo es acerca del tipo de paso que utilizaba.
Hace trotiadas tremendas
dende el fondo del desierto
.........................
Marcha el indio al trote largo,
paso que rinde y que dura.
Esto ha quedado en nosotros bajo el nombre de "trote criollo" paso utilizado para las largas marchas y que adquiere toda su fuerza luego de la segunda sudada, que es cuando el animal logra acomodar su cuerpo y respiración en forma plena al ritmo de este paso.
Se ocupa también de describir la forma de montar:
Siempre llenos de recelos
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.
De ese modo anda liviano
no fatiga al mancarrón;
Y de cómo lo cuidan y vigilan hasta de noche:
Por vigilarlo no come
ni aún el sueño concilia;
sólo en esto no hay desidia;
se noche,les asiguro,
para tenerlo seguro
le hace un cerco la familia.
Exalta Fierro las bondades del flete aborigen, su velocidad y destreza, en dos oportunidades una estando en la frontera cuando pelea con el hijo de un cacique:
Todo pampa anda valiente
anda siempre bien montado
!Qué fletes traiban los bárbaros,
como una luz de lijeros!
Y la otra luego del duelo en defensa de la cautiva a quien le matan su hijito:
Yo me le senté al del pampa,
era un oscuro tapado
era un pingo como galgo,
que sabía correr boliao.
Inmediatamente después de este verso, ubicado en el canto X de La Vuelta comienza la larga exposición en once versos acerca del amanse y educación del caballo por parte del indio.
Es interesante notar que Fierro no se va a ocupar más del tema del caballo salvo alguna que otra esporádica mención. Es decir que prácticamente a partir de la segunda mitad del poema -La Vuelta tiene treinta y tres versos, mientras que la primera parte El Gaucho Martín Fierro sólo trece - el caballo desaparece como tema.
El pampa educa al caballo
como para un entrevero;
como rayo es de ligero
en cuento el indio lo toca;
y, como trompo, en la boca
da güeltas sobre de un cuero
Lo barea en la madrugada;
jamás falta a este deber;
luego lo enseña a correr
entre fangos y guadales;
!ansina esos animales
es cuanto se puede ver!
En el caballo de un pampa
no hay peligro de rodar,
!jué pucha! y pa disparar
es pingo que no se cansa;
con prodigalidá lo amansa
sin dejarlo corcobiar.
Pa quitarle las cosquillas
con cuidao lo manosea;
horas enteras emplea,
y,por fin, sólo lo deja,
cuando agacha las orejas
y ya el potro ni cocea.
Jamás le sacude un galope
porque lo trata al bagual
con paciencia sin igual;
al domarlo no le pega,
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.
Y yo sobre los bastos
me se sacudir el polvo,
a esa costumbre me amoldo;
con paciencia lo manejan
y al día siguiente lo dejan
rienda arriba junto al toldo.
Ansí todo el que procure
tener un pingo modelo,
lo ha de cuidar con desvelo,
y debe impedir también
el que de golpes le den
o tironén en el suelo.
Muchos quieren dominarlo
con el rigor y el azote,
y si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
o embraman en algún palo
hasta que se descogote.
Todos se vuelven pretestos
y güeltas para ensillarlo:
dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo
que es del miedo del corcorbo
y no quieren confesarlo.
El animal yeguarizo
(perdónenmé esta alvertencia)
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido;
es animal consentido:
lo cautiva la paciencia.
Aventaja a los demás
el que esta cosas entienda;
es bueno que el hombre aprienda,
pues hay pocos domadores
y muchos frangoyadores
que andan de bozal y rienda.
De la lectura atenta de estos versos se desprenden tres o cuatro ideas, se destaca primero la paciencia como regla en el amanse de los potros, luego la regularidad de las tareas hasta crearle un hábito, y por sobre todas las cosas la suavidad en el manejo del animal. Como vemos si algo desaconseja Fierro es el uso de golpes y violencia en la educación del caballo. Por eso puede hablar de "muchos frangoyadores", pues frangollón es el chapucero, el que hace de prisa y mal una cosa.
Hacer un animal completo como el "moro de número", esto es, sobresaliente y destacado como el que llevó Fierro a la frontera implica mucho tiempo, y ello era un privilegio que podían darse en aquella época en donde aún "el tiempo es tardanza de lo que está por venir", y no como ahora, que se ha transformado en dinero: time is money, según nos quieren inculcar desde los medios masivos de comunicación. Así podemos decir que el rescate de aquel tiempo tan americano, entendido como "un madurar con las cosas", es una de las tareas más exigentes de la hora actual, porque en definitiva es rescatar el aspecto existencial de la vida criolla, que la intelligensia vernácula siempre asoció a la siesta, la vagancia y la indolencia nativa o gaucha.
Cuando se editan trabajos como el presente que provienen de una colección de artículos editados en distintas circunstancias, el riesgo que se corre es que se transformen en un elenco de trabajos sin un hilo conductor. De modo que se impone una breve explicación al lector del presente texto.
En primer lugar lo publicamos a solicitud de varios amigos que veían perderse esta serie de meditaciones desperdigadas por allí y allá. Y en segundo lugar porque estimamos que existe un hilo conductor, pues creemos que todos estos trabajos vienen a mostrar que lo griego es un aspecto sustantivo de nuestra cosmovisión heleno-cristiana, anfibológicamente llamada judeo-cristiana, que deber ser rescatado en todos sus aspectos si pretendemos hacer frente con cierto éxito a esta globalización que se nos viene encima desnaturalizándonos.
Lo greco es para nosotros parte de la tradición más viva que nos legara Occidente. Es por ello que pretendemos llamar la atención acerca de su reemplazo por lo judeo, sobretodo en el Occidente anglosajón, a partir de una lectura interesada, política e ideológicamente, de la naturaleza del ser occidental. El judeo-cristianismo para definir a Occidente es tan falso como el latinoamericanismo para definir a Nuestra América.
Rescatar las enseñanzas de los griegos en sus aspectos prístinos ha sido y es una tarrea de todos los tiempos y que los pensadores sin aditamentos deben llevar a cabo, aunque más no sea por una ascética de la inteligencia. Y los artístas como una zambullida en la belleza sin más
El caballo está presente a lo largo del poema, pero contrariamente a lo que pudiera pensarse, como tema está considerado una sola vez por Fierro y la hace a propósito del trato en el amanse y la uso que le daba el indio y con una mención esporádica a la doma criolla. Esta última es relatada al comienzo nomás del poema cuando hablando de la vida bucólica del gaucho, período que va desde las primeras vaquerías hasta la época de Rosas, dice:
Yo he conocido esta tierra,
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
era una delicia ver
cómo pasaba los días.
Y unas estrofas más adelante, relata el trabajo del domador diciendo:
El que era pion domador
enderezaba al corral,
ande estaba el animal
-bufidos que se las pela...-
y, más malo que su agüela,
se hacía astillas el bagual.
Y allí el gaucho inteligente
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó,
y se le sentó enseguida,
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dió
Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salía haciéndole gambetas.
!Ah tiempos! ... !Si era un orgullo
ver jinetear un paisano !
Cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no había uno que no parase
con el cabresto en la mano.
Como vemos es, más o menos, lo que se sigue realizando ahora en la doma común de los potros. Aunque hay algunas diferencias, pues, al menos en la pampa húmeda ya no se usa esa carona grande de cuero que fuera de tanto uso junto al lomillo en el siglo pasado. Hoy el recado de bastos lo ha reemplazado, aún cuando es digno de destacar que últimamente se ha producido una recuperación del lomillo, si bien no en el uso cotidiano, al menos dentro de los centros tradicionalistas y eso es halagüeño.
La primera observación que hace Fierro sobre el trato que el indio da a su pingo es acerca del tipo de paso que utilizaba.
Hace trotiadas tremendas
dende el fondo del desierto
.........................
Marcha el indio al trote largo,
paso que rinde y que dura.
Esto ha quedado en nosotros bajo el nombre de "trote criollo" paso utilizado para las largas marchas y que adquiere toda su fuerza luego de la segunda sudada, que es cuando el animal logra acomodar su cuerpo y respiración en forma plena al ritmo de este paso.
Se ocupa también de describir la forma de montar:
Siempre llenos de recelos
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.
De ese modo anda liviano
no fatiga al mancarrón;
Y de cómo lo cuidan y vigilan hasta de noche:
Por vigilarlo no come
ni aún el sueño concilia;
sólo en esto no hay desidia;
se noche,les asiguro,
para tenerlo seguro
le hace un cerco la familia.
Exalta Fierro las bondades del flete aborigen, su velocidad y destreza, en dos oportunidades una estando en la frontera cuando pelea con el hijo de un cacique:
Todo pampa anda valiente
anda siempre bien montado
!Qué fletes traiban los bárbaros,
como una luz de lijeros!
Y la otra luego del duelo en defensa de la cautiva a quien le matan su hijito:
Yo me le senté al del pampa,
era un oscuro tapado
era un pingo como galgo,
que sabía correr boliao.
Inmediatamente después de este verso, ubicado en el canto X de La Vuelta comienza la larga exposición en once versos acerca del amanse y educación del caballo por parte del indio.
Es interesante notar que Fierro no se va a ocupar más del tema del caballo salvo alguna que otra esporádica mención. Es decir que prácticamente a partir de la segunda mitad del poema -La Vuelta tiene treinta y tres versos, mientras que la primera parte El Gaucho Martín Fierro sólo trece - el caballo desaparece como tema.
El pampa educa al caballo
como para un entrevero;
como rayo es de ligero
en cuento el indio lo toca;
y, como trompo, en la boca
da güeltas sobre de un cuero
Lo barea en la madrugada;
jamás falta a este deber;
luego lo enseña a correr
entre fangos y guadales;
!ansina esos animales
es cuanto se puede ver!
En el caballo de un pampa
no hay peligro de rodar,
!jué pucha! y pa disparar
es pingo que no se cansa;
con prodigalidá lo amansa
sin dejarlo corcobiar.
Pa quitarle las cosquillas
con cuidao lo manosea;
horas enteras emplea,
y,por fin, sólo lo deja,
cuando agacha las orejas
y ya el potro ni cocea.
Jamás le sacude un galope
porque lo trata al bagual
con paciencia sin igual;
al domarlo no le pega,
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.
Y yo sobre los bastos
me se sacudir el polvo,
a esa costumbre me amoldo;
con paciencia lo manejan
y al día siguiente lo dejan
rienda arriba junto al toldo.
Ansí todo el que procure
tener un pingo modelo,
lo ha de cuidar con desvelo,
y debe impedir también
el que de golpes le den
o tironén en el suelo.
Muchos quieren dominarlo
con el rigor y el azote,
y si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
o embraman en algún palo
hasta que se descogote.
Todos se vuelven pretestos
y güeltas para ensillarlo:
dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo
que es del miedo del corcorbo
y no quieren confesarlo.
El animal yeguarizo
(perdónenmé esta alvertencia)
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido;
es animal consentido:
lo cautiva la paciencia.
Aventaja a los demás
el que esta cosas entienda;
es bueno que el hombre aprienda,
pues hay pocos domadores
y muchos frangoyadores
que andan de bozal y rienda.
De la lectura atenta de estos versos se desprenden tres o cuatro ideas, se destaca primero la paciencia como regla en el amanse de los potros, luego la regularidad de las tareas hasta crearle un hábito, y por sobre todas las cosas la suavidad en el manejo del animal. Como vemos si algo desaconseja Fierro es el uso de golpes y violencia en la educación del caballo. Por eso puede hablar de "muchos frangoyadores", pues frangollón es el chapucero, el que hace de prisa y mal una cosa.
Hacer un animal completo como el "moro de número", esto es, sobresaliente y destacado como el que llevó Fierro a la frontera implica mucho tiempo, y ello era un privilegio que podían darse en aquella época en donde aún "el tiempo es tardanza de lo que está por venir", y no como ahora, que se ha transformado en dinero: time is money, según nos quieren inculcar desde los medios masivos de comunicación. Así podemos decir que el rescate de aquel tiempo tan americano, entendido como "un madurar con las cosas", es una de las tareas más exigentes de la hora actual, porque en definitiva es rescatar el aspecto existencial de la vida criolla, que la intelligensia vernácula siempre asoció a la siesta, la vagancia y la indolencia nativa o gaucha.
Cuando se editan trabajos como el presente que provienen de una colección de artículos editados en distintas circunstancias, el riesgo que se corre es que se transformen en un elenco de trabajos sin un hilo conductor. De modo que se impone una breve explicación al lector del presente texto.
En primer lugar lo publicamos a solicitud de varios amigos que veían perderse esta serie de meditaciones desperdigadas por allí y allá. Y en segundo lugar porque estimamos que existe un hilo conductor, pues creemos que todos estos trabajos vienen a mostrar que lo griego es un aspecto sustantivo de nuestra cosmovisión heleno-cristiana, anfibológicamente llamada judeo-cristiana, que deber ser rescatado en todos sus aspectos si pretendemos hacer frente con cierto éxito a esta globalización que se nos viene encima desnaturalizándonos.
Lo greco es para nosotros parte de la tradición más viva que nos legara Occidente. Es por ello que pretendemos llamar la atención acerca de su reemplazo por lo judeo, sobretodo en el Occidente anglosajón, a partir de una lectura interesada, política e ideológicamente, de la naturaleza del ser occidental. El judeo-cristianismo para definir a Occidente es tan falso como el latinoamericanismo para definir a Nuestra América.
Rescatar las enseñanzas de los griegos en sus aspectos prístinos ha sido y es una tarrea de todos los tiempos y que los pensadores sin aditamentos deben llevar a cabo, aunque más no sea por una ascética de la inteligencia. Y los artístas como una zambullida en la belleza sin más
martes, 28 de junio de 2011
La Historia Falsificada...
Por Ernesto Palacio
Los profesores de historia argentina en los establecimientos oficiales advierten desde hace años, un fenómeno perturbador: la indiferencia cada vez mayor de los alumnos ante las nociones que se le imparten. Es inútil que aquellos engolen la voz, es inútil que apelen al patriotismo y pretendan comunicar a los oyentes un entusiasmo que juzgan saludable por las virtudes de Rivadavia y de Sarmiento: consiguen, a los sumo, un “succés d’ estime”. La historia que dictan NO INTERESA, interesa cada vez menos a la población escolar. Este es el hecho indiscutible, que suele atribuirse corrientemente a la influencia de doctrinas exóticas o al origen extranjero de gran parte de los estudiantes. “¡Hay que apretarles las clavijas a estos hijos de gringos!” he oído exclamar de buena fe a un pedagogo, mientras aplicaba la represalia del aplazo. Esto no mejora las cosas. El fenómeno no sólo subsiste, sino que se agrava. Si se tiene en cuenta que los estudiantes de historia argentina cursan el cuarto año y son ya adolescentes con capacidad para razonar; si se tiene en cuenta que esa es la edad en que la personalidad se forma y se definen las vocaciones, dicha indiferencia adquiere importancia excepcional. La interpretación xenófoba, con sus consecuencias de solapada guerra civil, no puede satisfacernos. No es verdad que nuestros muchachos, cualquiera sea su origen, se desinteresen por las cosas que atañen a la patria. Están, por el contrario, ávidos de verdades útiles y son sensibles a todas las influencias inteligentes y generosas. ¡Hay que ver la atención apasionada con que siguen, por ejemplo, cualquier explicación leal sobre nuestros problemas vitales de nuestro comercio exterior! Aquí toda indiferencia desaparece y la preocupación patriótica se advierte en la expresión reconcentrada, en la contracción de los músculos, en los gestos nerviosos, alusivos a la urgencia de los grandes remedios. Si dicha indiferencia no puede atribuirse a la causa alegada, es indudable que debe achacarse a la materia misma, tal como hoy se dicta. Sabido es que, aparte de la guerra de la independencia, enseñada con acento antiespañolista, los motivos de exaltación que ofrecen nuestros manuales son la Asamblea del año XIII, con sus reformas ¡liberales!, el gobierno de Martín Rodríguez, la Asociación de Mayo ¡tan intelectual!, las campañas “libertadoras” de Lavalle, Caseros y –gloriosa coronación- las presidencias de Sarmiento y Avellaneda. Cuestiones de límites, no las hemos tenido; somos pacifistas. Guerra con Bolivia; pero ¿hubo tal guerra? En cuanto a la frontera oriental, es obvio que el Brasil sólo se ha ocupado de favorecernos, y que si alguna dificultad tuvimos, fue por culpa del “bárbaro” Artigas…Los alumnos se aburren mortalmente; no “le encuentran la vuelta a todo eso”. La historia. argentina, “telle qu’on la parte”, no conserva ningún elemento estimulante, ninguna enseñanza actual. Los argumentos heredados para exaltar a unos y condenar a otros han perdido toda eficacia. Nada nos dicen frente a los problemas urgentes que la actualidad nos plantea.
Historia convencional, escrita para servir propósitos políticos ya perimidos, huele a cosa muerta para la inteligencia de las nuevas generaciones. El trabajo de restauración de la verdad, proseguido con entusiasmo por un grupo cada vez mayor de estudiosos, no ha llegado a conmover la versión oficial, que pronto se solemnizará en una veintena de volúmenes bajo la dirección del doctor Ricardo Levene. Será sin duda un monumento; pero un monumento sepulcral que encerrará un cadáver. No es posible obstinarse contra el espíritu de los tiempos. Ante el empeño de enseñar una historia dogmática, fundada en dogmas que ya nadie acepta, las nuevas generaciones han resuelto no estudiar historia, simplemente. Con lo que ya llevamos algo ganado. Nadie sabe historia, ni 1a verdadera ni la oficial. No hay un abogado, un médico, un ingeniero que (salvo casos de vocación especial) sepan historia. Y es porque, en las lecciones que recibieron, sospechan confusamente la existencia de una enorme mistificación.
No entraré a considerar las causas que dieron origen a lo que llamo versión oficial de nuestra historia ni la legitimidad de la misma, porque ello nos llevaría a enfrentarnos con los problemas fundamentales del conocimiento histórico. Diré solamente que dicha versión no se ha independizado, que sigue siendo tributaria de la escrita por los vencedores de Caseros, en una época en que se creía que el mundo marchaba, sin perturbaciones, hacia la felicidad universal bajo la égida del liberalismo y en que no sospechaban los conflictos que acarrearía la revolución industrial, ni la expansión del capitalismo, ni la lucha de clases, ni el fascismo, ni el comunismo. Impuesta por Mitre y por López tiene ahora por paladín al arriba citado doctor Levene, lo que, en mi entender, es altamente significativo. Fraguada para servir los intereses de un partido dentro del país, llenó la misión a que se la destinaba; fué el antecedente y la justificación de la acción política de nuestras oligarquías gobernantes, o sea, el partido de la “civilización”. No se trataba de ser independientes, fuertes y dignos; se trataba de ser civilizados. No se trataba de hacernos, en cualquier forma, dueños de nuestro destino, sino de seguir dócilmente las huellas de Europa. No de imponernos, sino de someternos. No de ser heroicos, sino de ser ricos. No de ser una gran nación sino una colonia próspera. No de crear una cultura propia, sino de copiar la ajena. No de poseer nuestras industrias, nuestro comercio, nuestros navíos, sino entregarlo todo al extranjero y fundar, en cambio, muchas escuelas primarias donde se enseñara, precisamente que había que recurrir a ese expediente para suplir nuestra propia incapacidad. Y muchas Universidades, donde se profesara como dogma que el capital es intangible y que el Estado (sobre todo, el argentino) es “mal administrador”. Era natural que, para imponer esas doctrinas, no bastara con falsificar los hechos históricos. Fue necesario subvertir también la jerarquía de los valores morales y políticos . Se sostuvo, con Alberdi, que no precisábamos héroes, por ser éstos un resabio de barbarie, y que nos serían más útiles los industriales y hasta los caballeros de industria; y que la libertad interna (¡sobre todo para el comercio!) era un bien superior a 1a independencia con respecto al extranjero. Se exaltó al prócer de levita frente a1 caudillo de lanza; al civilizador frente al “bárbaro”. Y todo esto se tradujo a la larga en la veneración del abogado como tipo representativo, y en la dominación efectiva de quienes contrataban al abogado. Con este bagaje y sus consecuencias –un pacifismo sentimental y quimérico, un acentuado complejo de inferioridad nacional- nos encontramos ante un mundo en que todos estos principios han fracasado. La solidaridad universal por el intercambio, que postulaba el liberalismo, se ha roto definitivamente. Vivimos tiempos duros. El imperialismo del soborno ha sido suplantado por el imperialismo de presa. Hay que ser, o perecer. ¿Cómo no van a sonar a hueco los dogmas oficiales? ¿Cómo pretender que nuestros jóvenes se entusiasmen con una “enfiteusis” u otra genialidad por el estilo, cuando les está golpeando los ojos 1a realidad política de una crisis mundial, con surgimiento y caída de imperios? Es la angustia por nuestro destino inmediato lo que explica el actual renacimiento de los estudios históricos en nuestro país, con su consecuencia natural: la exaltación de Rosas. Frente a las doctrinas de descastamiento, un anhelo de autenticidad; frente a las doctrinas de entrega, una voluntad de autonomía; frente al escepticismo, que niega las propias virtudes para simular las ajenas, una gran fe en nuestro pueblo y en sus posibilidades. Las condiciones del mundo actual demuestran que Rosas tenía razón y que las soluciones de nuestro futuro se encontrarán en los principios que él defendió hasta el heroísmo, y no en los principios de sus adversarios, que nos han traído al pantano moral en que hoy estamos hundidos hasta el eje. Basta lo dicho para expresar que la nuestra no es una posición simplemente “historiográfica” y que nos interesan muy poco los pleitos por galletita más o menos que puede plantear un doctor Dellepiane. Los hechos son conocidos y en este terreno la batalla ha sido totalmente ganada con los trabajos de Saldías, Quesada, Ibarguren, Molinari, Font Ezcurra etc., que han puesto en descubierto la mistificación unitaria. Lo más importante, reside hoy, a mi entender, en la interpretación y valorización de los hechos ciertos, en la forma realizada por algunos de los citados y, principalmente, por Julio Irazusta en su breve pero admirable “Ensayo”. Nadie niega que Rosas defendió la integridad y la independencia de la República. Nadie niega que esa lucha fue una lucha desigual y heroica y que terminó con un triunfo para 1a patria. Nadie niega que durante las dos décadas de su dominación, debió resistir a la presión externa aliada con la traición interna y que, cuando cayó, había ya una nación argentina. Contra estos altos méritos sólo se invocan objeciones “ideológcas”, promovidas por los “speculatists" que, al decir de Burke, pretenden adecuar la realidad a sus teorías y cuyas objeciones son tan válidas contra el peor como contra el mejor gobierno, “porque no hacen cuestión de eficacia, sino de competencia y de título”. (1). Frente a tal actitud, que implica -repito- una subversión de valores, se impone previamente una restauración de los valores menospreciados. Si fuera mejor, como opinaba Alberdi, la libertad interna que 1a independencia nacional; si fuera moralmente más sana la codicia que el heroísmo; si fuera más deseable la utilidad que el honor; si fuera más glorioso fundar escuelas que fundar una patria, tendría razón la historia oficial. Pero la filosofía política y la experiencia secular nos enseñan que los pueblos que pierden la independencia pierden también las libertades; que los pueblos que pierden el honor pierden también el provecho. Esto lo sabemos bien los argentinos. ¿Cómo no habríamos de volver los ojos angustiados al recuerdo del Restaurador? Rosas representa el honor, la unidad, la independencia de la patria. Mirada a la luz de principios razonables, la historia argentina nos muestra tres fechas crucia1es: 1810; el año 20 que vió la reacción armada contra la tentativa colonizadora a base del príncipe de Luca, y la resistencia de Rosas contra una empresa análoga, pero mas peligrosa. Si después del 53 seguimos siendo una nación, a Rosas se lo debemos, a la unión que se remachó durante su dictadura y que la ulterior tentativa secesionista no logro quebrar. Esto lo han reconocido hasta sus peones enemigos, empezando por el mismo Sarmiento. Siendo así ¿cómo no guardarle gratitud, cómo no admirar su grandeza? Yo creo que ésta es evidente y que quienes no la perciben padecen de incapacidad para percibir la grandeza en general y permanecerían igualmente impasibles -salvo su sometimiento pasivo al juicio heredado- ante la de un Bismarck o un Cronwell. Prueba de ello es que no pasa inadvertida a los observadores extranjeros que se asoman a nuestra historia, como ocurre con el mejicano Carlos Pereyra y con el alemán Oswald Spengler. La grandeza de Rosas pertenece al mismo orden que la reconocida por Carlyle a Federico II de Prusia, quien “ahorrando sus hombres y su pólvora, defendió a una pequeña Prusia contra toda Europa, año tras año durante siete años, hasta que Europa se cansó y abandonó la empresa como imposible” (2). Alemania le levanta estatuas a su héroe en todas las ciudades. Por eso es grande Alemania. Nosotros lo proscribimos al nuestro y tratamos de proscribir también su memoria, mientras les erigimos monumentos a quienes entregaron fracciones del territorio nacional y nos impusieron un estatuto de factoría. Porque era ¡un tirano!... Es decir, porque tuvo que sacrificar toda su energía y desplegar el máximo de su autoridad para salvar a la patria en el momento más crítico de su historia; porque persiguió como debía a quienes se empeñaban en fraccionar el territorio, y no obtuvo otro premio que la satisfacción de haber cumplido con su deber. Era, como dice Goethe, “el que DEBIA mandar y que en el mando mismo entra su felicidad”.
Wer befehlem soll
Muss im befehlem Seligkeit empfinlem.
La primera obligación de la inteligencia argentina hoy en la glorificación -no ya rehabilitación- del gran caudillo que decidió nuestro destino. Esta glorificación señalará el despertar definitivo de la conciencia nacional. Los tiempos están maduros para la restauración de la verdad, que será fecunda en consecuencias, porque entonces la historia volverá a despertar un eco en las almas, explicará los nuevos problemas y comunicará al corazón de nuestros adolescentes un legítimo orgullo patriótico. Esto es lo que hoy, trágicamente, falta. Los próceres de la historia heredada, los próceres CIVILES representan y hacen amar (cuando lo consiguen) conceptos abstractos: la civilización, la instrucción pública, el régimen constitucional. Rosas, en cambio, nos hace amar la patria misma, que podría prescindir de esas ventajas, pero no de su integridad ni de su honor.
(1) Reflexions on French Revolution, pág. 164.
(2) Frederick the. Great. T. I, pág. 21.
(3) Fausto. 2a parte, 4º acto.
Artículo publicado en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, Año I, Número I. Enero de 1939.
Los profesores de historia argentina en los establecimientos oficiales advierten desde hace años, un fenómeno perturbador: la indiferencia cada vez mayor de los alumnos ante las nociones que se le imparten. Es inútil que aquellos engolen la voz, es inútil que apelen al patriotismo y pretendan comunicar a los oyentes un entusiasmo que juzgan saludable por las virtudes de Rivadavia y de Sarmiento: consiguen, a los sumo, un “succés d’ estime”. La historia que dictan NO INTERESA, interesa cada vez menos a la población escolar. Este es el hecho indiscutible, que suele atribuirse corrientemente a la influencia de doctrinas exóticas o al origen extranjero de gran parte de los estudiantes. “¡Hay que apretarles las clavijas a estos hijos de gringos!” he oído exclamar de buena fe a un pedagogo, mientras aplicaba la represalia del aplazo. Esto no mejora las cosas. El fenómeno no sólo subsiste, sino que se agrava. Si se tiene en cuenta que los estudiantes de historia argentina cursan el cuarto año y son ya adolescentes con capacidad para razonar; si se tiene en cuenta que esa es la edad en que la personalidad se forma y se definen las vocaciones, dicha indiferencia adquiere importancia excepcional. La interpretación xenófoba, con sus consecuencias de solapada guerra civil, no puede satisfacernos. No es verdad que nuestros muchachos, cualquiera sea su origen, se desinteresen por las cosas que atañen a la patria. Están, por el contrario, ávidos de verdades útiles y son sensibles a todas las influencias inteligentes y generosas. ¡Hay que ver la atención apasionada con que siguen, por ejemplo, cualquier explicación leal sobre nuestros problemas vitales de nuestro comercio exterior! Aquí toda indiferencia desaparece y la preocupación patriótica se advierte en la expresión reconcentrada, en la contracción de los músculos, en los gestos nerviosos, alusivos a la urgencia de los grandes remedios. Si dicha indiferencia no puede atribuirse a la causa alegada, es indudable que debe achacarse a la materia misma, tal como hoy se dicta. Sabido es que, aparte de la guerra de la independencia, enseñada con acento antiespañolista, los motivos de exaltación que ofrecen nuestros manuales son la Asamblea del año XIII, con sus reformas ¡liberales!, el gobierno de Martín Rodríguez, la Asociación de Mayo ¡tan intelectual!, las campañas “libertadoras” de Lavalle, Caseros y –gloriosa coronación- las presidencias de Sarmiento y Avellaneda. Cuestiones de límites, no las hemos tenido; somos pacifistas. Guerra con Bolivia; pero ¿hubo tal guerra? En cuanto a la frontera oriental, es obvio que el Brasil sólo se ha ocupado de favorecernos, y que si alguna dificultad tuvimos, fue por culpa del “bárbaro” Artigas…Los alumnos se aburren mortalmente; no “le encuentran la vuelta a todo eso”. La historia. argentina, “telle qu’on la parte”, no conserva ningún elemento estimulante, ninguna enseñanza actual. Los argumentos heredados para exaltar a unos y condenar a otros han perdido toda eficacia. Nada nos dicen frente a los problemas urgentes que la actualidad nos plantea.
Historia convencional, escrita para servir propósitos políticos ya perimidos, huele a cosa muerta para la inteligencia de las nuevas generaciones. El trabajo de restauración de la verdad, proseguido con entusiasmo por un grupo cada vez mayor de estudiosos, no ha llegado a conmover la versión oficial, que pronto se solemnizará en una veintena de volúmenes bajo la dirección del doctor Ricardo Levene. Será sin duda un monumento; pero un monumento sepulcral que encerrará un cadáver. No es posible obstinarse contra el espíritu de los tiempos. Ante el empeño de enseñar una historia dogmática, fundada en dogmas que ya nadie acepta, las nuevas generaciones han resuelto no estudiar historia, simplemente. Con lo que ya llevamos algo ganado. Nadie sabe historia, ni 1a verdadera ni la oficial. No hay un abogado, un médico, un ingeniero que (salvo casos de vocación especial) sepan historia. Y es porque, en las lecciones que recibieron, sospechan confusamente la existencia de una enorme mistificación.
No entraré a considerar las causas que dieron origen a lo que llamo versión oficial de nuestra historia ni la legitimidad de la misma, porque ello nos llevaría a enfrentarnos con los problemas fundamentales del conocimiento histórico. Diré solamente que dicha versión no se ha independizado, que sigue siendo tributaria de la escrita por los vencedores de Caseros, en una época en que se creía que el mundo marchaba, sin perturbaciones, hacia la felicidad universal bajo la égida del liberalismo y en que no sospechaban los conflictos que acarrearía la revolución industrial, ni la expansión del capitalismo, ni la lucha de clases, ni el fascismo, ni el comunismo. Impuesta por Mitre y por López tiene ahora por paladín al arriba citado doctor Levene, lo que, en mi entender, es altamente significativo. Fraguada para servir los intereses de un partido dentro del país, llenó la misión a que se la destinaba; fué el antecedente y la justificación de la acción política de nuestras oligarquías gobernantes, o sea, el partido de la “civilización”. No se trataba de ser independientes, fuertes y dignos; se trataba de ser civilizados. No se trataba de hacernos, en cualquier forma, dueños de nuestro destino, sino de seguir dócilmente las huellas de Europa. No de imponernos, sino de someternos. No de ser heroicos, sino de ser ricos. No de ser una gran nación sino una colonia próspera. No de crear una cultura propia, sino de copiar la ajena. No de poseer nuestras industrias, nuestro comercio, nuestros navíos, sino entregarlo todo al extranjero y fundar, en cambio, muchas escuelas primarias donde se enseñara, precisamente que había que recurrir a ese expediente para suplir nuestra propia incapacidad. Y muchas Universidades, donde se profesara como dogma que el capital es intangible y que el Estado (sobre todo, el argentino) es “mal administrador”. Era natural que, para imponer esas doctrinas, no bastara con falsificar los hechos históricos. Fue necesario subvertir también la jerarquía de los valores morales y políticos . Se sostuvo, con Alberdi, que no precisábamos héroes, por ser éstos un resabio de barbarie, y que nos serían más útiles los industriales y hasta los caballeros de industria; y que la libertad interna (¡sobre todo para el comercio!) era un bien superior a 1a independencia con respecto al extranjero. Se exaltó al prócer de levita frente a1 caudillo de lanza; al civilizador frente al “bárbaro”. Y todo esto se tradujo a la larga en la veneración del abogado como tipo representativo, y en la dominación efectiva de quienes contrataban al abogado. Con este bagaje y sus consecuencias –un pacifismo sentimental y quimérico, un acentuado complejo de inferioridad nacional- nos encontramos ante un mundo en que todos estos principios han fracasado. La solidaridad universal por el intercambio, que postulaba el liberalismo, se ha roto definitivamente. Vivimos tiempos duros. El imperialismo del soborno ha sido suplantado por el imperialismo de presa. Hay que ser, o perecer. ¿Cómo no van a sonar a hueco los dogmas oficiales? ¿Cómo pretender que nuestros jóvenes se entusiasmen con una “enfiteusis” u otra genialidad por el estilo, cuando les está golpeando los ojos 1a realidad política de una crisis mundial, con surgimiento y caída de imperios? Es la angustia por nuestro destino inmediato lo que explica el actual renacimiento de los estudios históricos en nuestro país, con su consecuencia natural: la exaltación de Rosas. Frente a las doctrinas de descastamiento, un anhelo de autenticidad; frente a las doctrinas de entrega, una voluntad de autonomía; frente al escepticismo, que niega las propias virtudes para simular las ajenas, una gran fe en nuestro pueblo y en sus posibilidades. Las condiciones del mundo actual demuestran que Rosas tenía razón y que las soluciones de nuestro futuro se encontrarán en los principios que él defendió hasta el heroísmo, y no en los principios de sus adversarios, que nos han traído al pantano moral en que hoy estamos hundidos hasta el eje. Basta lo dicho para expresar que la nuestra no es una posición simplemente “historiográfica” y que nos interesan muy poco los pleitos por galletita más o menos que puede plantear un doctor Dellepiane. Los hechos son conocidos y en este terreno la batalla ha sido totalmente ganada con los trabajos de Saldías, Quesada, Ibarguren, Molinari, Font Ezcurra etc., que han puesto en descubierto la mistificación unitaria. Lo más importante, reside hoy, a mi entender, en la interpretación y valorización de los hechos ciertos, en la forma realizada por algunos de los citados y, principalmente, por Julio Irazusta en su breve pero admirable “Ensayo”. Nadie niega que Rosas defendió la integridad y la independencia de la República. Nadie niega que esa lucha fue una lucha desigual y heroica y que terminó con un triunfo para 1a patria. Nadie niega que durante las dos décadas de su dominación, debió resistir a la presión externa aliada con la traición interna y que, cuando cayó, había ya una nación argentina. Contra estos altos méritos sólo se invocan objeciones “ideológcas”, promovidas por los “speculatists" que, al decir de Burke, pretenden adecuar la realidad a sus teorías y cuyas objeciones son tan válidas contra el peor como contra el mejor gobierno, “porque no hacen cuestión de eficacia, sino de competencia y de título”. (1). Frente a tal actitud, que implica -repito- una subversión de valores, se impone previamente una restauración de los valores menospreciados. Si fuera mejor, como opinaba Alberdi, la libertad interna que 1a independencia nacional; si fuera moralmente más sana la codicia que el heroísmo; si fuera más deseable la utilidad que el honor; si fuera más glorioso fundar escuelas que fundar una patria, tendría razón la historia oficial. Pero la filosofía política y la experiencia secular nos enseñan que los pueblos que pierden la independencia pierden también las libertades; que los pueblos que pierden el honor pierden también el provecho. Esto lo sabemos bien los argentinos. ¿Cómo no habríamos de volver los ojos angustiados al recuerdo del Restaurador? Rosas representa el honor, la unidad, la independencia de la patria. Mirada a la luz de principios razonables, la historia argentina nos muestra tres fechas crucia1es: 1810; el año 20 que vió la reacción armada contra la tentativa colonizadora a base del príncipe de Luca, y la resistencia de Rosas contra una empresa análoga, pero mas peligrosa. Si después del 53 seguimos siendo una nación, a Rosas se lo debemos, a la unión que se remachó durante su dictadura y que la ulterior tentativa secesionista no logro quebrar. Esto lo han reconocido hasta sus peones enemigos, empezando por el mismo Sarmiento. Siendo así ¿cómo no guardarle gratitud, cómo no admirar su grandeza? Yo creo que ésta es evidente y que quienes no la perciben padecen de incapacidad para percibir la grandeza en general y permanecerían igualmente impasibles -salvo su sometimiento pasivo al juicio heredado- ante la de un Bismarck o un Cronwell. Prueba de ello es que no pasa inadvertida a los observadores extranjeros que se asoman a nuestra historia, como ocurre con el mejicano Carlos Pereyra y con el alemán Oswald Spengler. La grandeza de Rosas pertenece al mismo orden que la reconocida por Carlyle a Federico II de Prusia, quien “ahorrando sus hombres y su pólvora, defendió a una pequeña Prusia contra toda Europa, año tras año durante siete años, hasta que Europa se cansó y abandonó la empresa como imposible” (2). Alemania le levanta estatuas a su héroe en todas las ciudades. Por eso es grande Alemania. Nosotros lo proscribimos al nuestro y tratamos de proscribir también su memoria, mientras les erigimos monumentos a quienes entregaron fracciones del territorio nacional y nos impusieron un estatuto de factoría. Porque era ¡un tirano!... Es decir, porque tuvo que sacrificar toda su energía y desplegar el máximo de su autoridad para salvar a la patria en el momento más crítico de su historia; porque persiguió como debía a quienes se empeñaban en fraccionar el territorio, y no obtuvo otro premio que la satisfacción de haber cumplido con su deber. Era, como dice Goethe, “el que DEBIA mandar y que en el mando mismo entra su felicidad”.
Wer befehlem soll
Muss im befehlem Seligkeit empfinlem.
La primera obligación de la inteligencia argentina hoy en la glorificación -no ya rehabilitación- del gran caudillo que decidió nuestro destino. Esta glorificación señalará el despertar definitivo de la conciencia nacional. Los tiempos están maduros para la restauración de la verdad, que será fecunda en consecuencias, porque entonces la historia volverá a despertar un eco en las almas, explicará los nuevos problemas y comunicará al corazón de nuestros adolescentes un legítimo orgullo patriótico. Esto es lo que hoy, trágicamente, falta. Los próceres de la historia heredada, los próceres CIVILES representan y hacen amar (cuando lo consiguen) conceptos abstractos: la civilización, la instrucción pública, el régimen constitucional. Rosas, en cambio, nos hace amar la patria misma, que podría prescindir de esas ventajas, pero no de su integridad ni de su honor.
(1) Reflexions on French Revolution, pág. 164.
(2) Frederick the. Great. T. I, pág. 21.
(3) Fausto. 2a parte, 4º acto.
Artículo publicado en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, Año I, Número I. Enero de 1939.
lunes, 27 de junio de 2011
San Lorenzo: la Batalla olvidada
Por Dr. Gonzalo García
A 25 kilómetros al norte de Rosario, a la altura de la desembocadura del arroyo San Lorenzo se encuentra, en la ciudad del mismo nombre, el Convento de San Carlos. Allí puede advertirse que el imponente río Paraná que baña las altas barrancas se angosta notoriamente en ese paraje.
Desde la atalaya del Convento, el entonces Coronel San Martín pudo avistar el desembarco de los "godos" en la madrugada del 3 de febrero de 1813. Al mando del capitán vizcaíno Juan Antonio Zavala irrumpieron, en son de guerra, desplegando "su rojo pabellón" 250 soldados españoles con dos piezas de artillería creyendo que iban a enfrentar y escarmentar a unos pocos milicianos de la villa del Rosario.
Pero la sorpresa de los desembarcados fue grande cuando vieron la carga de caballería que se les vino encima como un rayo. Los 125 granaderos que estaban ocultos en el convento desde la noche anterior surgieron de las penumbras "como centauros" y la carga los arrolló en menos de tres minutos. Los españoles intentaron la resistencia vanamente pero 15 minutos después estaban reembarcados dejando en el campo sus 2 cañones, la bandera de guerra, 50 fusiles, 40 muertos y 14 prisioneros. Las fuerzas de la Patria naciente tuvieron bajas: 27 heridos y 15 muertos, entre ellos el Capitán Bermúdez y el Sargento Cabral.
"No fue San Lorenzo un combate de mérito extraordinario, ni San Martín le dio más importancia que el bautismo de fuego de su regimiento" afirma José María Rosa. Pero la fama de esa carga de sable y los pormenores heroicos del combate tuvieron gran trascendencia. Fue la primera y única batalla librada por el "Gran Capitán" en suelo patrio y terminó convirtiéndose en el combate más célebre de las guerras de la independencia.
Tal vez, la razón de su gloria la encontramos en el argumento que Ricardo Rojas expone con su personal estilo en el "Santo de la Espada": "El combate de San Lorenzo fue el punto de arranque de esa carrera triunfal en que palpita el generoso espíritu sanmartiniano".
Su recuerdo, en el Convento y en San Lorenzo
El turista o cualquier curioso que hoy quiera visitar el histórico convento encontrará un edifico remozado y muy bien mantenido, que contiene un interesante y completo museo recordatorio de la gesta sanmartiniana. Se trata del "Museo Histórico del Convento San Carlos", el cual posee varias salas de exposición. Estas incluyen la Capilla Antigua, con una muestra de arte religioso; el Cementerio Conventual, donde se encuentran las tumbas de los religiosos fallecidos; y una urna, señalada con el Escudo Nacional, que contiene los restos de los caídos en el combate de San Lorenzo.Un dato histórico memorable es el hecho de que en uno de los aposentos del convento se alojó el coronel San Martín. Por último, también está la celda donde agonizó el Capitán Bermúdez por once días.
Frente al convento se hallan el Monumento a la Batalla de San Lorenzo y el Campo de la Gloria y en la parte posterior, sobre la avenida San Martín, aún crece el pino en cuya sombra el Coronel San Martín escribió el parte de la batalla.
Todos los años, los sanlorencinos se visten de fiesta para conmemorar el 3 de Febrero, la primera y única victoria al mando del General José San Martín en suelo argentino. Y de un tiempo a esta parte se le ha agregado a los actos centrales la realización emotiva de una carga de caballería y salva de artillería a cargo de la 1º sección del Regimiento de Granaderos a Caballos.
La batalla de 1846, la de la Guerra del Paraná
Retrocedamos nuevamente en el tiempo, detengámonos ahora en 1846, en el mes de Enero de ese año. Argentina era ya una Nación independiente, conducía la Confederación don Juan Manuel de Rosas y otras eran las banderas extranjeras que remontaban nuevamente el Paraná violando la soberanía nacional sobre los ríos interiores.
A mediados de 1845 la Confederación Argentina era invadida por una poderosa escuadra anglo-francesa al mando del almirante Hotham. Las dos más grandes potencias del mundo violentaban el territorio argentino a pedido de los comerciantes, banqueros e industriales ingleses que "urgían al gobierno británico para que conjuntamente con el de Francia, adoptase medidas para limitar las restricciones puestas al comercio en el Plata".
Así comienza lo que algunos autores han denominado "La Guerra del Paraná". Esta es una guerra nacional de resistencia que el gobierno de Rosas lleva a cabo contra la agresión imperial anglo-francesa.
La dimensión de la guerra
En previsión del propósito de forzar el Paraná por parte de los invasores, el ejército argentino monta, en diferentes y estratégicos parajes del río, las defensas para detener o al menos obstaculizar la navegación de la poderosa flota invasora.
Esta verdadera guerra fluvial no declarada comienza con el apoderamiento de los barcos argentinos de la escuadra de Brown en Montevideo en agosto de 1845 y termina cuando Gran Bretaña firmó con Rosas un tratado en 1849, por el cual Inglaterra se vio obligada a evacuar la isla Martín García, reconocer la soberanía argentina sobre los ríos interiores, los derechos de Oribe para ocupar la presidencia del Uruguay, devolver los barcos argentinos y saludar en desagravio el pabellón nacional con 21 cañonazos.
Con respecto a Francia, se convino que la Argentina retiraría las tropas de la Banda Oriental cuando Francia quite las guarniciones militares de Montevideo, abandone su posición hostil y celebre un tratado de paz. Francia debió ceder después de meses de negociar ante las exigencias de Rosas. En agosto de 1850, Francia concluyó con la Confederación un tratado de paz y amistad. Rosas exigió que se formule el desagravio al pabellón nacional con 21 cañonazos en forma inmediata a lo que los franceses accedieron.
Los respectivos tratados de paz marcaron una clara victoria de la firme y digna posición en defensa de nuestra soberanía nacional llevada a cabo con férrea voluntad por Juan Manuel de Rosas como encargado de las relaciones internacionales de la Confederación.
Las batallas de la guerra
En el transcurso de esta verdadera conflagración internacional se libraron sobre las costas de los ríos Uruguay y Paraná varios encuentros armados. Una de las batallas, la de "La Vuelta de Obligado", es recordada todos los 20 de noviembre como el "Día de la Soberanía Nacional". Tal vez se eligió este combate como ícono, debido a la feroz resistencia de las tropas argentinas comandadas por Lucio N. Mansilla, el alto valor simbólico de las cadenas cortando la navegación del río y la repercusión internacional que tuvo.
Pero hubo otras batallas, no menos significativas que ésta, tanto desde el punto de vista militar o por sus posteriores proyecciones políticas. La escuadra invasora fue también hostilizada y combatida en las barrancas de "Tonelero" y "Acevedo", en "Quebracho" y en la "Batalla Olvidada" de "San Lorenzo" a la que me refiero en esta nota.
La "Batalla olvidada"
En las barrancas de la costa comprendida entre el histórico convento de San Carlos y el lugar que se llama "Punta del Quebracho", el General Mansilla, comandante de las defensas, había dispuesto ocultar los cañones bajo la maleza junto con 250 carabineros y 100 infantes.
Al mediodía de 16 de enero de 1846, cuenta Saldías en su monumental "Historia de la Confederación Argentina", aparecieron el vapor "Gordon", la corbeta "Expeditive", los bergantines "Dolphin", "King" y dos goletas armadas. La flota montaba 37 cañones de grueso calibre y custodiaban la navegación de 52 barcos mercantes.
A la altura de la desembocadura del arroyo San Lorenzo, la "Expeditive" y la "Gordon" hicieron tres disparos de bala y metralla sobre la costa para descubrir la fuerza de Mansilla. Las tropas argentinas permanecieron, según el plan, ocultas en sus puestos. Cuando todo el convoy se encontraba en la angostura del río, Mansilla mandó a romper el fuego de sus baterías dirigidas por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Álvaro de Alzogaray. "El ataque fue certero; los buques mercantes rumbeaban desmantelados hacia dos arroyos próximos, aumentando con el choque de los unos con los otros las averías que les hacían los cañones de tierra." (Adolfo Saldías).
Al comenzar la tarde el combate continuaba extremadamente recio todavía. Favorecidos por el viento de popa del atardecer, el convoy invasor llegó hasta el lugar llamado "Punta Quebracho" con grandes averías en los buques de guerra y pérdidas considerables de las manufacturas para comerciar que llevaban los buques mercantes. Murieron en combate 50 hombres de las fuerzas invasoras. El contraalmirante Inglefield en su parte oficial al almirantazgo británico dice que: "los vapores ingleses y franceses sostuvieron el fuego por más de tres horas y media y apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo".
La pérdida de las fuerzas nacionales fue insignificante: una sola baja. Mansilla pudo decir con propiedad que: "hábiale tocado el honor de defender el pabellón de su patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regó con su sangre San Martín al conducir la primera carga de sus después famosos Granaderos a caballo".
¿Nadie recuerda esta batalla?
A mediados del año 2008 fui a visitar el convento de San Carlos en la ciudad de San Lorenzo. Estuve recorriendo todas las salas del bien conservado museo, crucé la avenida y me dirigí al Campo de la Gloria donde pude admirar los diferentes monolitos que recuerdan los caídos en el primer combate de San Lorenzo.
Pensaba también encontrar alguna referencia a "la otra batalla de San Lorenzo", la que conocía a través de mis lecturas de historia. Busqué al menos una mínima referencia, una placa conmemorativa, pero no encontré nada.
Con una cuota de ánimo inquieto y curioso mantuve una conversación con personal del museo por la cual me pude enterar de que estaban en conocimiento de la "otra batalla de San Lorenzo", pero me confirmaron que ninguna referencia se podía encontrar de ella, ni en el museo, ni en la ciudad. Evaluamos con el personal del museo, a los fines de encontrar alguna prueba histórica sobre la batalla de 1846, que sería posible hallar cierta información en los libros del convento, pero los documentos se encontraban bajo guarda y pronto a ser destinados a un merecido mantenimiento, por lo que estarían inaccesibles por un buen tiempo.
La lucha por la historia
Me dirigí luego a las barrancas -desde donde se puede contemplar en toda su inmensidad el río- e imaginé desde ese mirador natural a la flota imperial anglo francesa, tratando de proseguir rió arriba, mientras las huestes de Mansilla la cañoneaba incansablemente.
Reflexioné sobre los por qué de la carencia de un recuerdo de esta gesta en el lugar... No pude terminar de creer ni de convencerme de que hoy, sólo por la obra del "aparato cultural del sistema", profundamente antirrosista, se impida que se erija un recuerdo en memoria de esos héroes olvidados. ¿Será que tal vez los argentinos no tenemos espacio para recordar dos batallas que se produjeron en el mismo lugar? ¿O será que la épica fundacional de la batalla de San Lorenzo eclipsa cualquier otra?
Desconozco las razones, tal vez no las haya y sólo se trata de otra gloria más, olvidada por los argentinos...
Pero al final del camino del razonamiento, llegué a la conclusión de que la mejor forma de homenajear a los héroes y mártires es seguir recuperando la historia, apropiándonos de su relato, combatiendo contra los olvidos maliciosamente consumados por la historia oficial desde todos sus matices y desde todas sus corrientes. Sólo poniendo luz sobre la oscuridad y sacando del ostracismo y el olvido a los grandes luchadores y a las epopeyas nacionales puede el pueblo, y en especial mi generación, romper con un discurso histórico que nos condena a la dependencia y a la derrota.
La historia de un pueblo no admite recortes ni narraciones que cultivan la desmemoria. La vida de un pueblo es una continuidad que se entiende con una lectura completa. Solamente así se puede comprender nuestro presente y se encuentran las claves para el futuro.
Bajo este faro se realiza este homenaje a aquel 16 de Enero. A los héroes y al mártir de aquella "olvidada" batalla en la cual, en el mismo campo en que San Martín luchó por la liberación de nuestra patria, hubo otros argentinos que, casi 33 años después y siguiendo los principios del Libertador, lucharon sin cuartel contra el imperialismo, defendiendo nuestra soberanía nacional.
A 25 kilómetros al norte de Rosario, a la altura de la desembocadura del arroyo San Lorenzo se encuentra, en la ciudad del mismo nombre, el Convento de San Carlos. Allí puede advertirse que el imponente río Paraná que baña las altas barrancas se angosta notoriamente en ese paraje.
Desde la atalaya del Convento, el entonces Coronel San Martín pudo avistar el desembarco de los "godos" en la madrugada del 3 de febrero de 1813. Al mando del capitán vizcaíno Juan Antonio Zavala irrumpieron, en son de guerra, desplegando "su rojo pabellón" 250 soldados españoles con dos piezas de artillería creyendo que iban a enfrentar y escarmentar a unos pocos milicianos de la villa del Rosario.
Pero la sorpresa de los desembarcados fue grande cuando vieron la carga de caballería que se les vino encima como un rayo. Los 125 granaderos que estaban ocultos en el convento desde la noche anterior surgieron de las penumbras "como centauros" y la carga los arrolló en menos de tres minutos. Los españoles intentaron la resistencia vanamente pero 15 minutos después estaban reembarcados dejando en el campo sus 2 cañones, la bandera de guerra, 50 fusiles, 40 muertos y 14 prisioneros. Las fuerzas de la Patria naciente tuvieron bajas: 27 heridos y 15 muertos, entre ellos el Capitán Bermúdez y el Sargento Cabral.
"No fue San Lorenzo un combate de mérito extraordinario, ni San Martín le dio más importancia que el bautismo de fuego de su regimiento" afirma José María Rosa. Pero la fama de esa carga de sable y los pormenores heroicos del combate tuvieron gran trascendencia. Fue la primera y única batalla librada por el "Gran Capitán" en suelo patrio y terminó convirtiéndose en el combate más célebre de las guerras de la independencia.
Tal vez, la razón de su gloria la encontramos en el argumento que Ricardo Rojas expone con su personal estilo en el "Santo de la Espada": "El combate de San Lorenzo fue el punto de arranque de esa carrera triunfal en que palpita el generoso espíritu sanmartiniano".
Su recuerdo, en el Convento y en San Lorenzo
El turista o cualquier curioso que hoy quiera visitar el histórico convento encontrará un edifico remozado y muy bien mantenido, que contiene un interesante y completo museo recordatorio de la gesta sanmartiniana. Se trata del "Museo Histórico del Convento San Carlos", el cual posee varias salas de exposición. Estas incluyen la Capilla Antigua, con una muestra de arte religioso; el Cementerio Conventual, donde se encuentran las tumbas de los religiosos fallecidos; y una urna, señalada con el Escudo Nacional, que contiene los restos de los caídos en el combate de San Lorenzo.Un dato histórico memorable es el hecho de que en uno de los aposentos del convento se alojó el coronel San Martín. Por último, también está la celda donde agonizó el Capitán Bermúdez por once días.
Frente al convento se hallan el Monumento a la Batalla de San Lorenzo y el Campo de la Gloria y en la parte posterior, sobre la avenida San Martín, aún crece el pino en cuya sombra el Coronel San Martín escribió el parte de la batalla.
Todos los años, los sanlorencinos se visten de fiesta para conmemorar el 3 de Febrero, la primera y única victoria al mando del General José San Martín en suelo argentino. Y de un tiempo a esta parte se le ha agregado a los actos centrales la realización emotiva de una carga de caballería y salva de artillería a cargo de la 1º sección del Regimiento de Granaderos a Caballos.
La batalla de 1846, la de la Guerra del Paraná
Retrocedamos nuevamente en el tiempo, detengámonos ahora en 1846, en el mes de Enero de ese año. Argentina era ya una Nación independiente, conducía la Confederación don Juan Manuel de Rosas y otras eran las banderas extranjeras que remontaban nuevamente el Paraná violando la soberanía nacional sobre los ríos interiores.
A mediados de 1845 la Confederación Argentina era invadida por una poderosa escuadra anglo-francesa al mando del almirante Hotham. Las dos más grandes potencias del mundo violentaban el territorio argentino a pedido de los comerciantes, banqueros e industriales ingleses que "urgían al gobierno británico para que conjuntamente con el de Francia, adoptase medidas para limitar las restricciones puestas al comercio en el Plata".
Así comienza lo que algunos autores han denominado "La Guerra del Paraná". Esta es una guerra nacional de resistencia que el gobierno de Rosas lleva a cabo contra la agresión imperial anglo-francesa.
La dimensión de la guerra
En previsión del propósito de forzar el Paraná por parte de los invasores, el ejército argentino monta, en diferentes y estratégicos parajes del río, las defensas para detener o al menos obstaculizar la navegación de la poderosa flota invasora.
Esta verdadera guerra fluvial no declarada comienza con el apoderamiento de los barcos argentinos de la escuadra de Brown en Montevideo en agosto de 1845 y termina cuando Gran Bretaña firmó con Rosas un tratado en 1849, por el cual Inglaterra se vio obligada a evacuar la isla Martín García, reconocer la soberanía argentina sobre los ríos interiores, los derechos de Oribe para ocupar la presidencia del Uruguay, devolver los barcos argentinos y saludar en desagravio el pabellón nacional con 21 cañonazos.
Con respecto a Francia, se convino que la Argentina retiraría las tropas de la Banda Oriental cuando Francia quite las guarniciones militares de Montevideo, abandone su posición hostil y celebre un tratado de paz. Francia debió ceder después de meses de negociar ante las exigencias de Rosas. En agosto de 1850, Francia concluyó con la Confederación un tratado de paz y amistad. Rosas exigió que se formule el desagravio al pabellón nacional con 21 cañonazos en forma inmediata a lo que los franceses accedieron.
Los respectivos tratados de paz marcaron una clara victoria de la firme y digna posición en defensa de nuestra soberanía nacional llevada a cabo con férrea voluntad por Juan Manuel de Rosas como encargado de las relaciones internacionales de la Confederación.
Las batallas de la guerra
En el transcurso de esta verdadera conflagración internacional se libraron sobre las costas de los ríos Uruguay y Paraná varios encuentros armados. Una de las batallas, la de "La Vuelta de Obligado", es recordada todos los 20 de noviembre como el "Día de la Soberanía Nacional". Tal vez se eligió este combate como ícono, debido a la feroz resistencia de las tropas argentinas comandadas por Lucio N. Mansilla, el alto valor simbólico de las cadenas cortando la navegación del río y la repercusión internacional que tuvo.
Pero hubo otras batallas, no menos significativas que ésta, tanto desde el punto de vista militar o por sus posteriores proyecciones políticas. La escuadra invasora fue también hostilizada y combatida en las barrancas de "Tonelero" y "Acevedo", en "Quebracho" y en la "Batalla Olvidada" de "San Lorenzo" a la que me refiero en esta nota.
La "Batalla olvidada"
En las barrancas de la costa comprendida entre el histórico convento de San Carlos y el lugar que se llama "Punta del Quebracho", el General Mansilla, comandante de las defensas, había dispuesto ocultar los cañones bajo la maleza junto con 250 carabineros y 100 infantes.
Al mediodía de 16 de enero de 1846, cuenta Saldías en su monumental "Historia de la Confederación Argentina", aparecieron el vapor "Gordon", la corbeta "Expeditive", los bergantines "Dolphin", "King" y dos goletas armadas. La flota montaba 37 cañones de grueso calibre y custodiaban la navegación de 52 barcos mercantes.
A la altura de la desembocadura del arroyo San Lorenzo, la "Expeditive" y la "Gordon" hicieron tres disparos de bala y metralla sobre la costa para descubrir la fuerza de Mansilla. Las tropas argentinas permanecieron, según el plan, ocultas en sus puestos. Cuando todo el convoy se encontraba en la angostura del río, Mansilla mandó a romper el fuego de sus baterías dirigidas por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Álvaro de Alzogaray. "El ataque fue certero; los buques mercantes rumbeaban desmantelados hacia dos arroyos próximos, aumentando con el choque de los unos con los otros las averías que les hacían los cañones de tierra." (Adolfo Saldías).
Al comenzar la tarde el combate continuaba extremadamente recio todavía. Favorecidos por el viento de popa del atardecer, el convoy invasor llegó hasta el lugar llamado "Punta Quebracho" con grandes averías en los buques de guerra y pérdidas considerables de las manufacturas para comerciar que llevaban los buques mercantes. Murieron en combate 50 hombres de las fuerzas invasoras. El contraalmirante Inglefield en su parte oficial al almirantazgo británico dice que: "los vapores ingleses y franceses sostuvieron el fuego por más de tres horas y media y apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo".
La pérdida de las fuerzas nacionales fue insignificante: una sola baja. Mansilla pudo decir con propiedad que: "hábiale tocado el honor de defender el pabellón de su patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regó con su sangre San Martín al conducir la primera carga de sus después famosos Granaderos a caballo".
¿Nadie recuerda esta batalla?
A mediados del año 2008 fui a visitar el convento de San Carlos en la ciudad de San Lorenzo. Estuve recorriendo todas las salas del bien conservado museo, crucé la avenida y me dirigí al Campo de la Gloria donde pude admirar los diferentes monolitos que recuerdan los caídos en el primer combate de San Lorenzo.
Pensaba también encontrar alguna referencia a "la otra batalla de San Lorenzo", la que conocía a través de mis lecturas de historia. Busqué al menos una mínima referencia, una placa conmemorativa, pero no encontré nada.
Con una cuota de ánimo inquieto y curioso mantuve una conversación con personal del museo por la cual me pude enterar de que estaban en conocimiento de la "otra batalla de San Lorenzo", pero me confirmaron que ninguna referencia se podía encontrar de ella, ni en el museo, ni en la ciudad. Evaluamos con el personal del museo, a los fines de encontrar alguna prueba histórica sobre la batalla de 1846, que sería posible hallar cierta información en los libros del convento, pero los documentos se encontraban bajo guarda y pronto a ser destinados a un merecido mantenimiento, por lo que estarían inaccesibles por un buen tiempo.
La lucha por la historia
Me dirigí luego a las barrancas -desde donde se puede contemplar en toda su inmensidad el río- e imaginé desde ese mirador natural a la flota imperial anglo francesa, tratando de proseguir rió arriba, mientras las huestes de Mansilla la cañoneaba incansablemente.
Reflexioné sobre los por qué de la carencia de un recuerdo de esta gesta en el lugar... No pude terminar de creer ni de convencerme de que hoy, sólo por la obra del "aparato cultural del sistema", profundamente antirrosista, se impida que se erija un recuerdo en memoria de esos héroes olvidados. ¿Será que tal vez los argentinos no tenemos espacio para recordar dos batallas que se produjeron en el mismo lugar? ¿O será que la épica fundacional de la batalla de San Lorenzo eclipsa cualquier otra?
Desconozco las razones, tal vez no las haya y sólo se trata de otra gloria más, olvidada por los argentinos...
Pero al final del camino del razonamiento, llegué a la conclusión de que la mejor forma de homenajear a los héroes y mártires es seguir recuperando la historia, apropiándonos de su relato, combatiendo contra los olvidos maliciosamente consumados por la historia oficial desde todos sus matices y desde todas sus corrientes. Sólo poniendo luz sobre la oscuridad y sacando del ostracismo y el olvido a los grandes luchadores y a las epopeyas nacionales puede el pueblo, y en especial mi generación, romper con un discurso histórico que nos condena a la dependencia y a la derrota.
La historia de un pueblo no admite recortes ni narraciones que cultivan la desmemoria. La vida de un pueblo es una continuidad que se entiende con una lectura completa. Solamente así se puede comprender nuestro presente y se encuentran las claves para el futuro.
Bajo este faro se realiza este homenaje a aquel 16 de Enero. A los héroes y al mártir de aquella "olvidada" batalla en la cual, en el mismo campo en que San Martín luchó por la liberación de nuestra patria, hubo otros argentinos que, casi 33 años después y siguiendo los principios del Libertador, lucharon sin cuartel contra el imperialismo, defendiendo nuestra soberanía nacional.
miércoles, 22 de junio de 2011
Arturo Frondizi: el primer desarrollista
Por Gustavo Clausi
Frondizi nacía en 1908 en Paso de los Libres (Corrientes). Estudió abogacía y periodismo y militó en la UCR donde nunca estuvo muy a gusto.
En 1958 fue elegido Presidente democrático hasta 1962, cuando se lo derroco con un golpe militar. Ya militaba con Balbin y sus ideas darían inicio al MID (Movimiento de Integración y Desarrollo), y antes al partido Intransigente, pero no prosperó en él la idea. Recién en 1972, Oscar Alende retoma las ideas de Frondizi para su PI.-
Frondizi, inspirado por Rogelio Frigerio, caminó hacia el “desarrollismo” apostando a la Industria pesada en Argentina. Al ser tan nuevo e innovador, tuvo innumerables paros, grandes manifestaciones y algunos atentados con saldo total de casi 20 muertos en manos de estudiantes de la izquierda.-
Crea el plan CONINTES que prohibía las huelgas (ya que se tornaban violentas). Esto
ya lo había realizado Eva, cuando los trabajadores hicieron un paro reclamando un aumento de 350 a 550 pesos lo que provocó que ella tomara la decisión de prohibir las huelgas, aduciendo que habían arrinconado a la oligarquía y ese logro era mas que los 200 pesos de aumento que exigían (sic Evita).-
Con respecto a su política exterior fue astuto al reunirse y aliarse (por así decirlo) con las ideas “demócratas” de Kennedy quien gozaba de buena vista de el publico yankee. El gobierno de Frondizi fue muy restringido por los militares quienes les llegaron a imponer ministros de la talla de Alsogaray y Alemán.-
Frondizi logró un leve desarrollismo en la industria y en relaciones exteriores que venían desgastadas, aunque no por mucho tiempo mas. Un 29 de marzo de 1962 fue derrocado por las FFAA y llevado a la Isla Martín García. Así, Frondizi creaba el MID y se acercó mucho al peronismo.-
La visión desarrollista de Frondizi hizo mucho bien al pueblo argentino aunque duró poco su gobierno, falleciendo en 1965 por causas desconocidas y fue premiado con el premio de la FUNDACION KONEX en 1998 (póstumo) convirtiéndolo en KONEX DE HONOR (único presidente en recibirlo en Argentina).-
Frondizi es o era considerado el único (por muchos periodistas, escritores y filósofos) como el último presidente en implementar un modelo estratégico de país y el único y último presidente en pensar en la industrialización y desarrollismo de la Argentina.-
“La batalla del petróleo” merece un capitulo aparte en su vida. Llegó a escribir un libro sobre la implementación de capitales extranjeros en la explotación del mismo con netas ganancias aseguradas al país. A esta política la llamó NACIONALISTA.-
El segundo gran tema eran los ferrocarriles, tarea encomendada a Alsogaray quien viaja a EEUU a interiorizarse de los funcionamientos de ese país y traer a Larkin al
pais, quien crea el ”plan Larkin” siendo debatido por la modernización que el mismo implicaba lo que dejaría un exceso de empleados sin trabajo.-
Muchos periodistas estaban de acuerdo, pero la crisis política del momento hizo renunciar al Ing. Alsogaray y poco y nada cambió el tema de los ferrocarriles.-
Creo que a Frondizi, solo le faltó tiempo. Hubiera realizado una industrialización masiva en la Argentina..
Frondizi nacía en 1908 en Paso de los Libres (Corrientes). Estudió abogacía y periodismo y militó en la UCR donde nunca estuvo muy a gusto.
En 1958 fue elegido Presidente democrático hasta 1962, cuando se lo derroco con un golpe militar. Ya militaba con Balbin y sus ideas darían inicio al MID (Movimiento de Integración y Desarrollo), y antes al partido Intransigente, pero no prosperó en él la idea. Recién en 1972, Oscar Alende retoma las ideas de Frondizi para su PI.-
Frondizi, inspirado por Rogelio Frigerio, caminó hacia el “desarrollismo” apostando a la Industria pesada en Argentina. Al ser tan nuevo e innovador, tuvo innumerables paros, grandes manifestaciones y algunos atentados con saldo total de casi 20 muertos en manos de estudiantes de la izquierda.-
Crea el plan CONINTES que prohibía las huelgas (ya que se tornaban violentas). Esto
ya lo había realizado Eva, cuando los trabajadores hicieron un paro reclamando un aumento de 350 a 550 pesos lo que provocó que ella tomara la decisión de prohibir las huelgas, aduciendo que habían arrinconado a la oligarquía y ese logro era mas que los 200 pesos de aumento que exigían (sic Evita).-
Con respecto a su política exterior fue astuto al reunirse y aliarse (por así decirlo) con las ideas “demócratas” de Kennedy quien gozaba de buena vista de el publico yankee. El gobierno de Frondizi fue muy restringido por los militares quienes les llegaron a imponer ministros de la talla de Alsogaray y Alemán.-
Frondizi logró un leve desarrollismo en la industria y en relaciones exteriores que venían desgastadas, aunque no por mucho tiempo mas. Un 29 de marzo de 1962 fue derrocado por las FFAA y llevado a la Isla Martín García. Así, Frondizi creaba el MID y se acercó mucho al peronismo.-
La visión desarrollista de Frondizi hizo mucho bien al pueblo argentino aunque duró poco su gobierno, falleciendo en 1965 por causas desconocidas y fue premiado con el premio de la FUNDACION KONEX en 1998 (póstumo) convirtiéndolo en KONEX DE HONOR (único presidente en recibirlo en Argentina).-
Frondizi es o era considerado el único (por muchos periodistas, escritores y filósofos) como el último presidente en implementar un modelo estratégico de país y el único y último presidente en pensar en la industrialización y desarrollismo de la Argentina.-
“La batalla del petróleo” merece un capitulo aparte en su vida. Llegó a escribir un libro sobre la implementación de capitales extranjeros en la explotación del mismo con netas ganancias aseguradas al país. A esta política la llamó NACIONALISTA.-
El segundo gran tema eran los ferrocarriles, tarea encomendada a Alsogaray quien viaja a EEUU a interiorizarse de los funcionamientos de ese país y traer a Larkin al
pais, quien crea el ”plan Larkin” siendo debatido por la modernización que el mismo implicaba lo que dejaría un exceso de empleados sin trabajo.-
Muchos periodistas estaban de acuerdo, pero la crisis política del momento hizo renunciar al Ing. Alsogaray y poco y nada cambió el tema de los ferrocarriles.-
Creo que a Frondizi, solo le faltó tiempo. Hubiera realizado una industrialización masiva en la Argentina..
domingo, 19 de junio de 2011
Nuevo Presidente del Instituto Nacional de Investigaciones Juan Manuel de Rosas
El abogado Constitucionalista Alberto González Arzac asumió hoy la presidencia del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.
El flamante presidente expresó que el Instituto "es el que desde 1938 ha venido terminando paulatinamente con aquello que Ernesto Palacio denominara `historia falsificada´ y fue edificando una `historia documentada´".
Rememoró que en toda nuestra historia "sufrimos diversas persecuciones, hasta llegar a lo más insólito: que el presidente De la Rúa desnacionalizara el instituto, un verdadero absurdo".
Sobre ese episodio agregó que "como absurdo que era, el Congreso bajo su mismo gobierno votó la ley de nacionalización del instituto, convirtiéndolo en el primero de su tipo. Lo votó por unanimidad, hasta sus propios legisladores fueron en contra de ese disparate".
González Arzac aseguró, además, que "a costa de los riesgos y del sacrificio, se consiguieron cosas, como la reivindicación de las figuras de los caudillos provinciales, la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y la reafirmación de la soberanía en la batalla de Obligado".
Aludió luego a la "colaboración de todos" para "seguir con la reivindicaciones históricas".
En este sentido explicó a Télam que "hay que seguir todo lo que constituyó la Confederación Argentina, los gauchos, los negros, los indios, eso es lo que la ley nos impuso y es lo que venimos haciendo".González Arzac destacó que "restaurar el lugar de la Vuelta de Obligado fue un acto fundamental por parte de la Presidenta, porque tomó partido en algo que otros gobiernos habían esquivado, un concepto acabado de la soberanía nacional".
Estuvieron presentes en el acto el historiador Pacho O´Donnell; el Historiador Arturo Pellet Lastra; la titular de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, Delmira de Cao; el general Fabián Brown, director del Colegio Militar; el politólogo Marcelo Gullo; el historiador y ensayista José Luis Muñoz Azpiri (h); Fabián Dantonio, titular de Ediciones Fabro, y varios académicos del Instituto Juan Manuel de Rosas.
El flamante presidente expresó que el Instituto "es el que desde 1938 ha venido terminando paulatinamente con aquello que Ernesto Palacio denominara `historia falsificada´ y fue edificando una `historia documentada´".
Rememoró que en toda nuestra historia "sufrimos diversas persecuciones, hasta llegar a lo más insólito: que el presidente De la Rúa desnacionalizara el instituto, un verdadero absurdo".
Sobre ese episodio agregó que "como absurdo que era, el Congreso bajo su mismo gobierno votó la ley de nacionalización del instituto, convirtiéndolo en el primero de su tipo. Lo votó por unanimidad, hasta sus propios legisladores fueron en contra de ese disparate".
González Arzac aseguró, además, que "a costa de los riesgos y del sacrificio, se consiguieron cosas, como la reivindicación de las figuras de los caudillos provinciales, la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas y la reafirmación de la soberanía en la batalla de Obligado".
Aludió luego a la "colaboración de todos" para "seguir con la reivindicaciones históricas".
En este sentido explicó a Télam que "hay que seguir todo lo que constituyó la Confederación Argentina, los gauchos, los negros, los indios, eso es lo que la ley nos impuso y es lo que venimos haciendo".González Arzac destacó que "restaurar el lugar de la Vuelta de Obligado fue un acto fundamental por parte de la Presidenta, porque tomó partido en algo que otros gobiernos habían esquivado, un concepto acabado de la soberanía nacional".
Estuvieron presentes en el acto el historiador Pacho O´Donnell; el Historiador Arturo Pellet Lastra; la titular de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, Delmira de Cao; el general Fabián Brown, director del Colegio Militar; el politólogo Marcelo Gullo; el historiador y ensayista José Luis Muñoz Azpiri (h); Fabián Dantonio, titular de Ediciones Fabro, y varios académicos del Instituto Juan Manuel de Rosas.
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