Seleccion de Patriotas

martes, 23 de agosto de 2016

A 204 años del Exodo Jujeño

Por el Prof. Jbismarck

El 20 de Junio de 1811 tuvo lugar la Batalla de Huaqui, en la actual República de Bolivia, en la ribera sur del lago Titicaca, a escasos kilómetros de la frontera con Perú. En ella, el ejército realista, al mando del Gral. José Manuel de Goyeneche, batió contundentemente a las armas patrias comandadas por el Gral. Antonio González Balcarce y el vocal -representante de la Junta, Dr. Juan José Castelli.   Producto de ello, el Ejército del Norte quedó destruido, y sus restos retrocedieron en desorden, harapos y casi desarmado, hacia el actual territorio argentino.  Los realistas no los persiguieron, ya que tenían que vencer primero las resistencias de los patriotas de Cochabamba.   Sin el accionar insurgente de Cochabamba, las epopeyas del Éxodo Jujeño y las Batallas de Tucumán y de Salta no hubieran sido posibles.   El General Manuel Belgrano fue nombrado nuevo Jefe de un Ejército que debía ser totalmente organizado y a ese fin de dedicó.  Los hombres salvados del desastre son recibidos por Pueyrredón en Jujuy y bajan lentamente hasta Salta.   
En Yatasto los encuentra Belgrano, el nuevo jefe, quien recibe los 800 hombres, reliquia del ejército del Norte, sin armas, desmoralizados, incapaces al parecer de luchar, otra vez, contra los hombres de Goyeneche.  La deserción es escandalosa - escribe al gobierno - y lo peor es que no bastan los remedios para convencerla, pues ni la muerte misma la evita: esto me hace afirmar más y más en mi concepto de que no se conoce en parte alguna el interés de la patria, y que sólo se ha de sostener por fuerza interior y exteriormente". La tarea que debe realizar es agotadora: reorganizar los cuadros, disciplinar los soldados, abastecer el ejército, dar ánimos a la población, crear, solo, en un puesto donde la improvisación puede ser falta para todos, un ejército armónico, disciplinado, apto para luchar contra los aguerridos regimientos que comandan los españoles.   Se vuelve, entonces, riguroso e inflexible, su intolerancia para cualquier falta del servicio, le enajenan la popularidad entre la mayoría, pero salvan á todos y con ello a la patria.   Dentro de las rígidas normas que establece en su ejército, se forman hombres que ilustrarán las armas argentinas: Manuel Dorrego, José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Cornelio Zelaya, Lorenzo Lugones. Son jóvenes entusiastas en cuyas almas arde la llama inextinguible de un patriotismo exaltado.    Los más destacados patriotas de Cochabamba le escribieron, para ponerse a sus órdenes.En los días siguientes, el ejército avanzó hasta Jujuy para distraer a Goyeneche; así éste dividiera sus fuerzas. De este modo, Belgrano procuraba aliviar el cerco sobre Cochabamba.  Conmovido, el general remitió a Buenos Aires: "Un cañoncito, dos granadas de mano y una bala de los arcabuces que usa el ejército de Cochabamba, a falta de fusiles: todo esto prueba el ardor de aquellos patriotas: si las demás provincias hicieran otro tanto, muy pronto se acabarían los enemigos interiores, y temblarían los que nos acechan”.    Goyeneche era implacable, a fin de demoler la resistencia revolucionaria. Buscaba ganar tiempo con Belgrano, mientras aniquilaba a los cochabambinos. Engañaba a los indios, diciéndoles que todo ya estaba arreglado con Belgrano y que no valía la pena luchar por una causa perdida.   Belgrano le pedía al primer Triunvirato algunos oficiales que lo habían acompañado en su campaña al Paraguay, pero que no le mandaran jefes mal dispuestos, pues "tengo a montones de lo más inútil, y de lo más malo que V. pueda pensar".   En julio de 1812 el mayor Manuel Dorrego notificó que Cochabamba había caído bajo las bayonetas enemigas; y el ejército real, ya desocupado, acometería ahora contra Belgrano, en Jujuy.   Sin más alternativa, luego de muchas dudas, sabiendo que todo el aparato realista se le venía encima, el 29 de julio de 1812, Belgrano emitió su famosa proclama, donde aplicaba, con la mayor severidad, las instrucciones del Triunvirato del 27 de Febrero, que le ordenaban dejar tierra arrasada al enemigo, en caso de retroceder; como efectivamente estaba por suceder. Este bando ordenó dejar desierta Jujuy para el 27 de Agosto de 1812.     José María Paz, oficial de la retaguardia del Ejército, recuerda: "atravesamos el pueblo de Jujuy en toda su extensión, sin permitirnos separarnos, ni aun para proveemos de un poco de pan. Acampamos durante tres o cuatro horas a la inmediación de la ciudad, y tampoco se nos permitió entrar, ni mandar nuestros asistentes a proveernos de lo más preciso: tan riguroso y severo era el general Belgrano". Pío Tristán escribiría: "Belgrano es imperdonable por el bando del 29 de julio". Era un "bando impío", ya que, las "tropas de Buenos Aires que ocupaban las ciudades de Jujui y Salta... con orden de su comandante Belgrano para que todos los habitantes evacuasen aquel territorio, llevándose los archivos y aún los armamentos y vasos sagrados de las iglesias".   Empezaba así la epopeya más dura, dolorosa y gloriosa del Norte Argentino, en su lucha por la Independencia.   En  agosto de 1812 se produce la invasión del ejército español, compuesto de 3.000 hombres, a las órdenes del general Pío Tristán, primo de Goyeneche y como él, natural de Arequipa. El 23 de agosto de 1812, dispuesta ya la retirada, lanza Belgrano su famosa proclama a los pueblos del norte: "Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, os he hablado con verdad... Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres . . . ".  La orden de Belgrano era contundente: había que dejarle a los godos la tierra arrasada: ni casas, ni alimentos, ni animales de transporte, ni objetos de hierro, ni efectos mercantiles.  Desconfiaba profundamente de las oligarquías locales, a las que llamaba "los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud".    Belgrano no les dejó alternativa: o quemaban todo y se plegaban al éxodo, o los fusilaba.  El resto de la población colaboró fervientemente, perdiendo lo poco que tenían, que para ellos era todo.     Aquel impresionante operativo comenzó a principios de agosto de 1812. La gente llevaba todo lo que podía ser transportado en carretas, mulas y caballos. Se cargaron muebles y enseres y se arreó el ganado en tropel. Los incendios devoraron las cosechas y en las calles de la ciudad ardieron los objetos que no podían ser transportados.   Cuando el ejército español llegó a las inmediaciones, encontró campo raso. Las llamas habían devorado las cosechas y en las calles de la ciudad ardían aquellos objetos que no pudieron ser transportados. Todo era desolación y desierto. El éxodo llegó hasta Tucumán, donde Belgrano decidió hacer pie firme. Pero la vanguardia realista había perseguido y hostigado a los patriotas y finalmente las atacó. El 3 de septiembre de 1812 se libró el Comabte de Las Piedras, a orillas del río del mismo nombre. En esta ocasión la victoria fue para los patriotas.   Los voluntarios de Díaz Vélez, que habían ido a Humahuaca a vigilar la entrada de Tristán y habían vuelto con la noticia de la inminente invasión, fueron los encargados de cuidar la retaguardia. El repliegue se hizo en tiempo récord ante la proximidad del enemigo. En cinco días se cubrieron 250 kilómetros y poco después la marca humana llegaba a Tucumán. Al llegar allí, el pueblo tucumano le solicitó formalmente a Belgrano que se quedara para enfrentar a los realistas.   El 24 de septiembre de 1812 obtuvo el importantísimo triunfo de Tucumán. Animados por la victoria, Belgrano y su gente persiguieron a los realistas hasta Salta, donde los derrotaron el 20 de febrero de 1813.   Belgrano sabía que estaba en el buen camino y conocía quienes eran sus aliados y quienes, sus enemigos. Así se lo hacía saber a su entrañable compañero, el valeroso estratega salteño Martín Miguel de Güemes: "Hace Ud. muy bien en reírse de los doctores; sus vocinglerías se las lleva el viento. Mis afanes y desvelos no tienen más objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos, porque, ¿qué otra cosa deben ser los gobernantes que los agentes de negocios de la sociedad, para arreglarlos y dirigirlos del modo que conforme al interés público? Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.