Seleccion de Patriotas

viernes, 20 de abril de 2012

YPF - Su Historia

Por Carlos Andrés Ortíz
  
Fue la primera petrolera estatal del mundo, y el espejo en el que se miraron todas las petroleras estatales que fueron creándose, como herramientas para que los Estados Nacionales dominaran y regularan sus respectivos mercados energéticos internos, que hasta ese entonces (1922) habían sido manejados a discreción por las petroleras anglosajonas.
Al término de la Primera Presidencia de Yrigoyen, se tomó la trascendental decisión de crear la petrolera estatal, que pasó a tener primerísima importancia desde lo puramente energético, pero también en lo económico y sobre todo en lo estratégico
Desde su creación, hasta el golpe de Estado de 1930, YPF fue dirigida por los Generales Ingenieros Enrique Mosconi y Alonso Baldrich.
 Precisamente su creación fue motivada por la soberbia de las petroleras anglosajonas que hasta entonces manejaban a discreción el mercado interno argentino, las cuales –entre otras actitudes similares- se negaron a suministrar el carburante que necesitaba la joven Fuerza Aérea Argentina, por entonces dependiente del Ejército Argentino.
Fue entonces cuando Mosconi y Baldrich comprendieron que las necesidades de la Defensa Nacional no podían –ni debían- estar supeditadas a la buena o mala voluntad de empresas privadas –una británica y otra norteamericana-, las cuales además manejaban los precios y el abastecimiento a su entera voluntad, incluso frenando el desarrollo petrolero argentino.
Ya antes, en 1907, se descubrió el primer gran yacimiento petrolífero argentino, cerca de Comodoro Rivadavia. Hasta ese entonces se repetía como letanía permanente, que “Argentina no tiene petróleo”, para hacernos seguir dependientes de las importaciones de carbón británico y petróleo manejados por Standard Oil (Esso) y Shell…”ninguneándose” que ya a fines del siglo pasado pequeñas empresas criollas explotaban en pequeña escala el petróleo en el norte argentino.
En los ocho muy activos años de las gestión de Mosconi – Baldrich, YPF pasó de la nada, a ser la primera petrolera argentina, con capacidad de regular precios, y fijándolos en función de los costos argentinos, por entonces mucho menores a los del Medio Oriente, que eran los predominantes en el mercado petrolero transnacional. Es decir que YPF impidió que las petroleras anglosajonas tuvieran descomunales sobre -  utilidades, tal como estaban acostumbradas con el anterior mercado oligopólico y cautivo.
El golpe de Estado de 1930, rápidamente impuso “el orden” liberal, persiguiendo encarnizadamente a Mosconi y Baldrich, básicamente por el “delito” de haber sido honestos y patriotas, dejó que los precios internos de los combustibles se fijaran según parámetros transnacionales –mucho más caros- y achicó el papel de la petrolera estatal, reestableciendo el predominio de las petroleras anglosajonas. Pero no pudo disolver o “privatizar” a YPF, perverso objetivo largamente perseguido por los sectores más reaccionarios de la política local, siempre jugando a ser subordinados a las potencias de turno.
Desde 1943 a 1955 YPF recobró su rol rector, pero su reequipamiento estuvo permanentemente obstaculizado por las potencias vencedoras en la 2da. Guerra Mundial, “pasándonos factura” por la neutralidad argentina (no suministramos “carne de cañón” a unos ni a otros). Resulta claro que la neutralidad argentina fue funcional a Gran Bretaña, que pudo seguir recibiendo carne y trigo argentinos, transportados en nuestros buques, con bandera neutral, en cuyo carácter no eran atacados por los submarinos alemanes…pero esa es otra historia. 
Los largos 18 años de proscripción política entre 1955 y 1973, además de varias medidas crudamente liberales (antinacionales por definición), tuvieron los aditamentos de los contratos petroleros del frondizismo, con los cuales se alcanzó efímeramente el autoabastecimiento petrolero; contratos duramente criticados por el radicalismo que los anuló…sin otra alternativa de reemplazo. Cabe señalar que esos contratos ponían todo el crudo extraído por las petroleras concesionarias, a plena disposición de YPF.
Experimentó nuevos impulsos expansivos en el breve tercer gobierno peronista, de 1973 a 1976; y a partir del gobierno “marzista” del “proceso”, comenzaron las acciones de destrucción sistemática de la gran petrolera estatal argentina.

La estrategia de desgobierno sistemático de las Empresas Estatales implementada por Martínez de Hoz y sus “Chicago’s Boys”, fue rebuscadamente perversa, y eficaz para lograr sus corrosivos objetivos: frenar, descapitalizar, desprestigiar y sembrar el caos en todas ellas, con fuerte énfasis puesto sobre la principal Empresa Estatal: YPF.

A partir del “proceso” y sus continuadores en lo económico, en la larga noche del cuarto de siglo neoliberal, la petrolera estatal, fue puesta bajo el mando de privatistas a ultranza (interesados en su desguace sistemático), y en muchos casos la Presidencia y el Directorio de YPF estuvieron manejados por personeros de las petroleras extranjeras. ¡Fue como poner al zorro a cuidar el gallinero!
El tremendo endeudamiento con el que se ató a todas las Empresas Estatales, fue de una contundencia y perversión notables, mecanismo que en aquellos oscuros años se mantuvo casi en secreto, además que ante cualquier asomo de protesta se colgaba el peligroso sambenito de supuestos “subversivos” a quienes se opusieran a las tropelías privatistas y destructivas de los neoliberales enquistados en el poder.
En ese contexto violento, Martínez de Hoz –con el pleno aval de la Junta de Comandantes- obligó a las Empresas del Estado a endeudarse irracional e innecesariamente, y los cuantiosos fondos de los créditos internacionales que abultaron los pasivos de YPF y las demás Empresas Estatales, eran automáticamente girados al Ministerio de Hacienda, para enjugar los descomunales y crecientes déficits presupuestarios, que la cruda ortodoxia (neoliberalismo salvaje) no hacía más que incrementar. 
De esa forma YPF (y todas las Empresas Estatales) se quedaban con ruinosas deudas que no les correspondían, y sin los fondos correspondientes.  

Además, tanto a YPF como a Gas del Estado y SEGBA y otras empresas eléctricas, se las obligó a mantener precios o tarifas intencionalmente deficitarias. Con eso Martínez de Hoz y sus continuadores, lograban bajar en algo –y muy artificialmente- la enorme inflación, y a la vez acentuaban las crisis financieras de las Estatales.
En poco tiempo, toda esa batería de perversiones rindió sus efectos, e YPF (y las demás Estatales) pasaron a ser fuertemente deficitarias. Un cuidadoso análisis de sus balances contables de esos años revela que los resultados operativos de YPF (y de otras Estatales) reflejaban ganancias, pero el enorme peso de sus pasivos financieros, revertía el cuadro de situación provocando graves pérdidas.
Por supuesto que los mercenarios de la comunicación, los economistas “prestigiosos” (del establishment), y otros opinólogos, se cuidaban muy bien de hacer saber esos “molestos detalles”. Preferían centrar sus dardos en atacar la supuesta “ineficiencia del Estado” que ellos mismos habían provocado…

El muy condicionado período del alfonsinato –jaqueado por el establishment ultra liberal, por algunos militares procesistas, y por sus propias contradicciones- agravó el cuadro de situación de las Empresas Estatales. El contexto internacional con las presiones de la “revolución conservadora” de Reagan – Tatcher, agravó el ya endeble cuadro de situación económica de Argentina. El caos estaba instalado.

El arribo del menemato, con el ultra liberalismo impuesto de la mano de los Alsogaray, dejó libre el camino para que Dromi pudiera imponer la política de las denominadas “privatizaciones salvajes”, concesionando o vendiendo –según cada caso- a precios irrisorios las Empresas  Estatales, desguazando al Estado, y dejando al país sin las formidables herramientas estratégicas que había tenido para operar en sectores de gran importancia geopolítica, social y económica.

Estaban dadas las condiciones para que un puñado de empresas –entre ellas Repsol- se dedicaran a “ordeñar” apresuradamente nuestras importantes reservas de petróleo y gas –conseguidas tras décadas de costosas exploraciones-, con lo cual se llegó a límites cercanos al agotamiento total de esas reservas. Además la falta de inversiones en nuevas exploraciones, nuevas refinerías, etc., condujo a los cuellos de botella que hoy operan como factores negativos muy críticos que condicionan nuestro desarrollo.

Sin duda la reestatización de YPF debió hacerse mucho antes, y no es la única materia pendiente. Claro está que si temas “menores” como terminar con el negativo, caro e ineficiente (para los aportantes) sistema de “jubilaciones privadas” de las AFJP, la tan meneada Resolución 125, el pago de deudas sin nuevos créditos, y el necesario cambio de la carta orgánica del BCRA, provocaron tan virulentas reacciones del establishment…¿que hubiera sucedido de haberse intentado recuperar YPF en un marco de mayor vulnerabilidad económica o institucional?

Es hora que Argentina recupere su petrolera estatal, tal como la tiene la mayoría de las naciones del mundo, y casi toda América del Sur. Las cuantiosas rentas petroleras deben apuntalar nuestro desarrollo, en vez de seguir volcándose fuera de nuestras fronteras. 

miércoles, 18 de abril de 2012

Antonio "el gaucho" Rivero

Por José María Rosa

Había nacido en Entre Ríos, y el destino lo llevó a las Malvinas. Fue pastor y esquilador de ovejas en Puerto Soledad. Presenció impotente el atropello de los norteamericanos de la Lexington, el 28 de diciembre de 1831, y como consiguió ocultarse con algunos compañeros, no fue secuestrado como la mayoría de los colonos. Fueron un puñado, apenas, para mantener la soberanía de las islas, hasta octubre de 1832, en que llegó la goleta Sarandí, con un nuevo comandante de las islas, el mayor Mestivier, y una colonia de confinados por delitos comunes.
Era dura la vida en las soledades del Sur, y pesada la mano del mayor Mestivier. Los confinados se sublevaron, aprovechando que el capitán José María Pinedo se había ido con la Sarandí a alejar a algunos pescadores norteamericanos; Mestivier fue muerto, y se cometieron muchos desmanes. Pero el regreso de Pinedo restableció el orden.
Por poco tiempo. El almirantazgo británico quiso aprovechar el desamparo que la Lexington produjo en Soledad, y ordenó al comandante J. J. Onslow, de la corbeta Clío, que se apoderase de las Malvinas. El 2 de enero, Onslow se presentó en Soledad, y Pinedo no tuvo un gesto de heroica locura; dejó arriar el pabellón argentino porque “las instrucciones que tenía –dice en su informe– me prohibían hacer fuego a ningún buque de guerra extranjero, y sí sólo defender mi buque”.
Onslow organizó la nueva colonia británica. El piloto inglés de la Sarandí, Mateo Brisbane, fue hecho “delegado”; otro inglés, Dickson, encargado de izar la Union Jack; un francés, Jean Simon, capataz de trabajos. No faltaron –era inevitable –algunos argentinos que se plegaron al orden triunfante. Pero también era inevitable que otros no aceptaran el dominio inglés.

Un día –el 26 de agosto de 1833–, los matreros, en número de ocho y encabezados por Rivero, volvieron a Soledad y dieron muerte a Brisbane, a Dickson, a Simon y a algunos más. La academia de Historia, en mérito a documentos ingleses, dice que el móvil de Rivero y sus compañeros (“entre los cuales había algunos confinados”, recalca), al desertar primero y caer más tarde en plan de guerra sobre Soledad, era porque Brisbane les pagaba los salarios en billetes de papel, y ellos querían metálico. Me parece una explicación demasiado materialista para una reacción tan excesiva, y no comprendo qué diferencia hacía a los gauchos los billetes o el metálico en las soledades del archipiélago. Preparados para perder la vida, quisieron hacerlo bajo la bandera argentina, y arriaron el pabellón británico.
¿También por metálico?
Hasta enero de 1834 estuvieron las Malvinas bajo el control de los gauchos de Rivero. Las familias de los colonos ingleses fueron confinadas en un islote y alimentadas por los dueños de la situación. En octubre llegaron algunas balleneras inglesas, pero no se atrevieron con los facciosos: debió esperarse a enero de 1834, en que una goleta de guerra consiguió imponerse, y Rivero y los suyos cayeron presos. Se les hizo un proceso en el buque Spartiate, de la estación naval británica de América del Sur. Tan inicuo, que el almirante inglés no se atrevió a convalidarlo, y prefirió desprenderse del asunto desembarcando a Rivero y los suyos en la República Oriental del Uruguay. El cabecilla fue dado de alta en el ejército argentino por Rosas, para morir, como era su ley, el 20 de noviembre de 1845 peleando contra los ingleses en la Vuelta de Obligado. 
Esa fue la vida del gaucho Rivero. Nuestros académicos entienden que “sus antecedentes no son nada favorables para otorgarle títulos que justifiquen un homenaje”. Basándose en interrogatorios en inglés del curioso proceso, nos aclaran que era un gaucho peleador, tal vez de malos antecedentes, y que se juntaba con antiguos confinados.  Pero también Martín Fierro era un gaucho peleador, de malos antecedentes, y que se juntaba con matreros como él.

lunes, 16 de abril de 2012

Carta de Hacienda de Figueroa

Hacienda de Figueroa en San Antonio, Diciembre 20 de 1834.
Mi querido compañero, señor don Juan Facundo Quiroga.

Consecuente a nuestro acuerdo, doy principio por manifestarle haber llegado a creer que las disensiones de Tucumán y Salta, y los disgustos entre ambos gobiernos, pueden haber sido causados por el ex Gobernador D. Pablo Alemán y sus manipulantes. Este fugó al Tucumán, y creo que fue bien recibido, y tratado con amistad por el señor Heredia. Desde allí maniobró una revolución contra Latorre, pero habiendo regresado a la frontera del Rosario para llevarla a efecto, saliéndole mal la combinación fue aprehendido:, y conducido a Salta. De allí salió bajo fianza de no volver a la provincia, y en su tránsito por el Tucumán para ésta, entiendo estuvo en buena comunicación con el señor Heredia. Todo esto no es extraño que disgustase a Latorre, ni que alentase el partido Sr. Alemán, y en tal posición los Unitarios que no duermen, y están corno el lobo acechando los momentos de descuido, o distracción infiriendo, al famoso estudiante López que estuvo en el Pontón, han querido sin duda aprovecharse de los elementos que les proporcionaba este suceso para restablecer su imperio. Pero de cualquier modo que esto haya sucedido me parece injusta la indemnización de daños y perjuicio que solicita el señor Heredia. El mismo confiesa en sus notas oficiales a este gobierno y al de Salta, que sus quejas se fundan en indicios, y conjeturas, y no en hechos ciertos e intergiversables, que alejen todo motivo de duda sobre la conducta hostil que le atribuye a Latorre. Siendo esto así, él no tiene por derecho de gentes más acción que a pedir explicaciones, y también garantías, pero de ninguna manera indemnizaciones.
Los negocios de Estado a Estado no se pueden decidir por las leyes que rigen en un país para los asuntos entre particular cuyas leyes han sido dictadas por circunstancias, y razones que sólo tienen lugar en aquel Estado en donde deben ser observadas. A que se agrega que no es tan cierto, que por sólo indicios, y conjeturas se condene a una persona a pagar indemnizaciones en favor de otra. Sobre todo debe tenerse presente que, aun cuando esta pretensión no sea repulsada por la justicia, lo es por la política. En primer lugar sería un germen de odio inextinguible entre ambas provincias que más tarde o más temprano de un modo o de otro, podría traer grandes males a la República. En segundo porque tal ejemplar abriría la puerta a la intriga y mala fe para que pudiese fácilmente suscitar discordias entre los pueblos, que sirviesen de pretexto para obligar a los unos a que sacrificasen su fortuna en obsequio de los otros. A mi juicio no debe perderse de vista el cuidado con que el Sr. Heredia se desentiende de los cargos que le hace Latorre por la conducta que observó con Alemán cuando éste, según se queja el mismo Latorre, desde el Tucumán le hizo una revolución sacando los recursos de dicha provincia a ciencia y paciencia de Heredia sobre lo que inculca en su proclama publicada en la Gaceta del jueves que habrá Vd. leído.
La justicia tiene ciertamente dos orejas, y es necesario para buscarla que Vd. desentrañe las cosas desde su primer origen. Y si llegase a probar de una manera evidente con hechos intergiversables, que alguno de los dos contendientes ha traicionado abiertamente la causa nacional de la Federación, yo en el caso de Vd. propendería a que dejase el puesto.
.Considerando excusado extenderme sobre algunos otros puntos, porque según el relato que me hizo el Sr. Gobernador ellos están bien explicados en las instrucciones, pasaré al de la Constitución.
Me parece que al buscar Vd. la paz, y orden desgraciadamente alterados, el argumento más fuerte, y la razón más poderosa que debe Vd. manifestar a esos señores gobernadores, y demás personas influyentes, en las oportunidades que se le presenten aparentes, es el paso retrógrado que ha dado la Nación, alejando tristemente el suspirado día de la grande obra de la Constitución Nacional. ¿Ni qué otra cosa importa, el estado en que hoy se encuentra toda la República? Usted y yo deferimos a que los pueblos se ocupasen de sus constituciones particulares, para, que después de promulgadas entrásemos a trabajar los cimientos de la gran Carta Nacional. En este sentido ejercitamos nuestro patriotismo e influencias, no porque nos asistiere un positivo convencimiento de haber llegado la verdadera ocasión, sino porque estando en paz la República, habiéndose generalizado la necesidad de la Constitución, creímos que debíamos proceder como lo hicimos, para evitar mayores males. Los resultados lo dicen elocuentemente los hechos, los escándalos que se han sucedido, y el estado verdaderamente peligroso en que hoy se encuentra la República, cuyo cuadro lúgubre nos aleja toda esperanza de remedio.
Y después de todo esto, de lo que enseña y aconseja la experiencia tocándose hasta con la luz de la evidencia, ¿habrá quién crea que el remedio es precipitar la Constitución del Estado? Permítame Vd. hacer algunas observaciones a este respecto, pues aunque hemos estado siempre acordes en tan elevado asunto quiero depositar en su poder con sobrada anticipación, por lo que pueda servir, una pequeña parte de lo mucho que me ocurre y que hay que decir.
Nadie, pues, más que Vd. y yo podrá estar persuadido de la necesidad de la organización de un Gobierno general, y de que es el único medio de darle ser y responsabilidad a nuestra República.
¿Pero quién duda que éste debe ser el resultado feliz de todos los medios proporcionados a su ejecución? ¿Quién aspira a un término marchando en contraria dirección? ¿Quién para formar un todo ordenado, y compacto, no arregla, y solicita, primeramente bajo una forma regular, y permanente, las partes que deben componerlo? ¿Quién forma un Ejército ordenado con grupos de hombres, sin jefes sin oficiales, sin disciplina, sin subordinación, y que no cesan/ un momento de acecharse, y combatirse contra sí, envolviendo a los demás, en sus desórdenes? ¿Quién forma un ser viviente, y robusto con miembros' muertos, o dilacerados, y enfermos de la más corruptora gangrena, siendo así que la vida y robustez de este nuevo ser en complejo no puede ser sino la que reciba de los propios miembros de que se haya de componer? Obsérvese que una muy cara y dolorosa experiencia nos ha hecho ver prácticamente que es absolutamente necesario entre nosotros el sistema federal porque, entre otras razones de sólido poder, carecemos totalmente de elementos para un gobierno de unidad. Obsérvese que el haber predominado en el país una facción que se hacía sorda al grito de esta necesidad ha destruido y aniquilado los medios y recursos que teníamos para proveer a ella, porque ha irritado los ánimos, descarriado las opiniones, puesto en choque los intereses particulares, propagado la inmoralidad y la intriga, y fraccionado en bandas de tal modo la sociedad, que no ha dejado casi reliquias de ningún vínculo, extendiéndose su furor a romper hasta el más sagrado de todos y el único que podría servir para restablecer los demás, cual es el de la religión; y que en este lastimoso estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo. Obsérvese que una República Federativa es lo más quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda vez que no se componga de Estados bien organizados en sí mismos, porque conservando cada uno su soberanía e independencia, la fuerza del poder general con respecto al interior de la República, es casi ninguna, y su principal y casi todo, su investidura, es de pura representación para llevar la voz a nombre de todos los Estados confederados en sus relaciones con las naciones extranjeras; de consiguiente si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno general representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada, desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás. Así es que la República de Norte América no ha admitido en la confederación los nuevos pueblos y provincias que se han formado después de su independencia, sino cuando se han puesto en estado de regirse por sí solos, y entre tanto los ha mantenido sin representación en clase de Estados; considerándolos como adyacencias de la República.
Después de esto, en el estado de agitación en que están los pueblos, contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes, de agentes secretos de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda Europa, ¿qué esperanza puede haber de tranquilidad y calma al celebrar los pactos de la Federación, primer paso que debe dar el Congreso Federativo? En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a todos los pueblos, ¿quiénes, ni con qué fondos podrán costear la reunión y permanencia de ese Congreso, ni menos de la administración general? ¿Con qué fondos van a contar para el pago de la deuda exterior nacional invertida en atenciones de toda la República, y cuyo cobro será lo primero que tendrá encima luego que se erija dicha administración? Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde se sacarán los que hayan de dirigir toda la República? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios, y a toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el Gobierno general que a don Bernardino Rivadavia, y que éste no pudo organizar su Ministerio sino quitándole el cura a la Catedral, y haciendo venir de San Juan al Dr. Lingotes para el Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo lo mismo que un ciego de nacimiento entiende de astronomía ? Finalmente, a vista del lastimoso cuadro que presenta la República, ¿cuál de los héroes de la Federación se atreverá a encargarse del Gobierno general? ¿Cuál de ellos podrá hacerse de un cuerpo de representantes y de ministros, federales todos, de quienes se prometa las luces, y cooperación necesaria para presentarse con la debida dignidad, salir airoso del puesto, y no perder en él todo su crédito, y reputación? Hay tanto que decir sobre este punto que para sólo lo principal y más importante sería necesario un tomo que apenas se podría, escribir en un mes.
El Congreso general debe ser convencional, y no deliberante, debe ser para estipular las bases de la Unión Federal, y no para resolverlas por votación. Debe ser compuesto de diputados pagados y expensados por sus respectivos pueblos y sin esperanza de que uno supla el dinero a otros, porque esto que Buenos Aires pudo hacer en algún tiempo, le es en el día absolutamente imposible.
Antes de hacerse la reunión debe acordarse entre los gobiernos, por unánime avenimiento, el lugar donde ha de ser, y la formación del fondo común, que haya de sufragar a los gastos oficiales del Congreso, corno son los de casa, muebles, alumbrado, secretarios, escribientes, asistentes, porteros, ordenanzas, y demás de oficina; gastos que son cuantiosos y mucho más de lo que se creen generalmente. En orden a las circunstancias del lugar de la reunión debe tenerse cuidado que ofrezca garantías de seguridad y respeto a los diputados, cualquiera que sea su modo de pensar y discurrir; que sea uno, hospitalario, y cómodo, porque los diputados necesitan largo tiempo para expedirse. Todo esto es tan necesario cuanto que de lo contrario muchos sujetos de los que sería preciso que fuesen al Congreso se excusarán o renunciarán después de haber ido, y quedará reducido a un conjunto de imbéciles, sin talento, sin saber, sin juicio, y sin práctica en los negocios de Estado. Si se me preguntase dónde está hoy ese lugar diré que no sé, y si alguno contestase que en Buenos Aires, yo diría que tal elección sería el anuncio cierto del desenlace más desgraciado y funesto a esta ciudad, y a toda la República. El tiempo, el tiempo solo, a la sombra de la paz, y de la tranquilidad de los pueblos, es el que puede proporcionarlo y señalarlo. Los Diputados deben ser federales a prueba, hombres de respeto, moderados, circunspectos, y de mucha prudencia y saber en los ramos de la Administración pública, que conozcan bien á fondo el estado y circunstancias de nuestro país, considerándolo en su posición interior bajo todos aspectos, y en la relativa a los demás Estados vecinos, y a los de Europa con quienes está en comercio, porque hay grandes intereses y muy complicados que tratar y conciliar, y a la hora que rayan dos o tres diputados sin estas calidades, todo se volverá un desorden como ha sucedido siempre, esto es si no se convierte en una tanda de pillos, que viéndose colocados en aquella posición, y sin poder hacer cosa alguna de provecho para el país, traten de sacrificarlo a beneficio suyo particular, como lo han hecho nuestros anteriores Congresos concluyendo sus funciones con disolverse, llevando los diputados por todas partes el chisme, la mentira, la patraña, y dejando envuelto al país en un maremágnun de calamidades de que jamás pueda repararse.


Lo primero que debe tratarse en el Congreso no es, como algunos creen, de la erección del Gobierno general, ni del nombramiento del jefe supremo de la República. Esto es lo último de todo. Lo primero es dónde ha de continuar sus sesiones el Congreso, si allí donde está o en otra parte. Lo segundo es la Constitución General principiando por la organización que habrá de tener el Gobierno general, que explicará de cuántas personas se ha de componer ya en clase de jefe supremo, ya en clase de ministros, y cuáles han de ser sus atribuciones, dejando salva la soberanía e independencia de cada uno de los Estados Federados. Cómo se ha de hacer la elección, y qué calidades han de concurrir en los elegibles; en dónde ha de residir este Gobierno, y qué fuerza de mar y tierra permanente en tiempo de paz es la que debe tener, para el orden, seguridad, y respetabilidad de la República.
El punto sobre el lugar de la residencia del Gobierno suele ser de mucha gravedad, y trascendencia por los celos y emulaciones que esto excita en los demás pueblos, y la complicación de funciones que sobrevienen en la corte o capital de la República con las autoridades del Estado particular a que ella corresponde. Son éstos inconvenientes de tanta gravedad que obligaron a los norteamericanos a fundar la ciudad de Washington, hoy Capital de aquella República que no pertenece a ninguno de los Estados confederados.
Después de convenida la organización que ha de tener el Gobierno, sus atribuciones, residencia y modo de erigirlo, debe tratarse de crear un fondo nacional permanente que sufrague todos los gastos generales, ordinarios y extraordinarios, y al pago de la deuda nacional, bajo del supuesto que debe pagarse tanto la exterior como la interior, sean cuales fueren las causas justas o injustas que la hayan causado, y sea cual fuere la administración que haya habido de la hacienda del Estado porque el acreedor nada tiene que ver con esto, que debe ser una cuestión para después. A la formación de este fondo, lo mismo que con el contingente de tropa para la organización del Ejército nacional, debe contribuir cada Estado Federado, en proporción a su población cuando ellos de común acuerdo no tomen otro arbitrio que crean más adaptable a sus circunstancias; pues en orden a eso no hay regla fija, y todo depende de los convenios que hagan cuando no crean conveniente seguir la regla general, que arranca del número proporcionado de población. Los norteamericanos convinieron en que formasen este fondo de derechos de Aduana sobre el comercio de ultramar, pero fue porque todos los Estados tenían puertos exteríores no habría sido así en caso contrario. A que se agrega que aquel país por su situaci6n topográfica es en la principal y mayor parte marítimo como se ve a la distancia por su comercio activo, el número crecido de sus buques mercantes, y de guerra construidos en la misma república, y como que esto era lo que más gastos causaba a la república en general, y lo que más llamaba su atención por todas partes, pudo creerse que debía sostenerse con los ingresos de derechos que produjesen el comercio de ultramar o con las naciones extranjeras.
Al ventilar estos puntos, deben formar parte de ellos los negocios del Banco Nacional, y de nuestro papel moneda que todo él forma una parte de la deuda nacional a favor de Buenos Aires; deben entrar en cuenta nuestros fondos públicos, y la deuda de Inglaterra, invertida en la guerra nacional con el Brasil; deben entrar los millones gastados en la reforma militar, los gastados en pagan la deuda reconocida, que había hasta el año de Ochocientos veinte y cuatro procedente de la guerra de la Independencia, y todos los demás gastos que ha hecho esta provincia con cargo de reintegro en varias ocasiones, como ha sucedido para la reunión y conservación de varios congresos generales.

Después de establecidos estos puntos, y el modo como pueda cada Estado Federado crearse sus rentas particulares sin perjudicar los intereses generales de la República, después de todo esto, es cuando recién se procederá al nombramiento del jefe de la República y erección del Gobierno general. ¿Y puede nadie concebir que en el estado triste y lamentable en que se halla nuestro país pueda allanarse tanta dificultad, ni llegarse al fin de una empresa tan grande, tan ardua, y que en tiempos los más tranquilos y felices, contando con los hombres de más capacidad, prudencia v patriotismo, apenas podría realizarse en dos años de asiduo trabajo? ¿Puede nadie que sepa lo que es el sistema federativo, persuadirse que la creación de un gobierno general bajo esta forma atajará las disensiones domésticas de los pueblos? Esta persuasión o triste creencia en algunos hombres de buena fe es la que da ansia a otros pérfidos y alevosos que no la tienen o que están alborotando los pueblos con el grito de Constitución, para que jamás haya paz, ni tranquilidad, porque en el desorden es en lo que únicamente encuentran su modo de vivir. El Gobierno general en una República Federativa no une los pueblos federados, los representa unidos: no es para unirlos, es para representarlos en unión ante las demás naciones: él no se ocupa de lo que pasa interiormente en ninguno de los Estados, ni decide las contiendas que se suscitan entre sí. En el primer caso sólo entienden las autoridades particulares del Estado, y en el segundo la misma Constitución tiene provisto el modo cómo se ha de formar el tribunal que debe decidir. En una palabra, la unión y tranquilidad crea el Gobierno general, la desunión lo destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no es la causa, y si es sensible su falta, es mucho mayor su caída, porque nunca sucede ésta sino convirtiendo en escombros toda la República. No habiendo, pues, hasta ahora entre nosotros, como no hay, unión y tranquilidad, menos mal es que no exista, que sufrir los estragos de su disolución. ¿No vemos todas las dificultades invencibles que toca cada Provincia en particular para darse constitución? Y si no es posible vencer estas solas dificultades, ¿será posible vencer no sólo éstas sino las que presenta la discordia de unas provincias con otras, discordia que se mantiene como acallada y dormida mientras que cada una se ocupa de sí sola, pero que aparece al instante como una tormenta general que resuena por todas partes con rayos y centellas, desde que se llama a Congreso general?
Es necesario que ciertos hombres se convenzan del error en que viven, porque si logran llevarlo a efecto, envolverán a la República en la más espantosa catástrofe, y yo desde ahora pienso que si no queremos menoscabar nuestra reputación ni mancillar nuestras glorias, no debemos prestarnos por ninguna razón a tal delirio, hasta que dejando de serlo por haber llegado la verdadera oportunidad veamos indudablemente que los resultados han de ser la felicidad de la Nación. Si no pudiésemos evitar que lo pongan en planta, dejemos que ellos lo hagan enhorabuena pero procurando hacer ver al público que no tenemos la menor parte en tamaños disparates, y que si no lo impedimos es porque no nos es posible.
La máxima de que es preciso ponerse a la cabeza de los pueblos cuando no se les pueda hacer variar de resolución es muy cierta; mas es para dirigirlos en su marcha, cuando ésta es a buen rumbo, pero con precipitación o mal dirigida; o para hacerles variar de rumbo sin violencia, y por un convencimiento práctico de la imposibilidad de llegar al punto de sus deseos. En esta parte llenamos nuestro deber, pero los sucesos posteriores han mostrado a la clara luz que entre nosotros no hay otro arbitrio que el de dar tiempo a que se destruyan en los pueblos los elementos de discordia, promoviendo y alentando cada gobierno por sí el espíritu de paz y tranquilidad. Cuando éste se haga visible por todas partes, entonces los cimientos empezarán por valernos de misiones pacíficas y amistosas por medio de las cuales sin bullas, ni alboroto, se negocia amigablemente entre los gobiernos, hoy esta base, mañana la otra hasta colocarlas en tal estado que cuando se forme el Congreso lo encuentre hecho casi todo, y no tenga más que marchar llanamente por el camino que se le haya designado. Esto es lento a la verdad, pero es preciso que así sea, y es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada.
Adiós, compañero. El cielo tenga piedad de nosotros, y dé a Vd. salud, acierto, y felicidad en el desempeño de su comisión; y a los dos, y demás amigos, iguales goces, para defendernos, precavernos, y salvar a nuestros compatriotas de tantos peligros como nos amenazan.

martes, 3 de abril de 2012

Perón: la formación de su pensamiento

por Domingo Arcomano

Sin prisa pero sin pausa, el pensamiento de Juan Domingo Perón va siendo abordado desde distintas perspectivas y profundidades por quienes encuentran en él un hito, un término (como límite) o un obstáculo epistemológico. Este proceso incluye el rescate de fuentes biográficas, documentos desconocidos, impresiones icnológicas que navegan entre la memoria y la transmisión oral, entre otras, para ir conformando el vasto fresco tridimensional de una figura que, por lo polifacética, se antoja a veces inabarcable. La mayor o menor simpatía o animadversión por el personaje es fagocitada por la complejidad de un proceso que lo tuvo como eje articulador: la modernización de la Argentina. En tanto, sus viejos adversarios aún vivos se esterilizan entre viejos rencores, confusión y mala fe o, simple y llanamente, abocados al cultivo voluntario y soez de la ignorancia.
Mientras en el "primer mundo" un libro sobre un muerto ilustre es un aleteo del vuelo de Minerva, un acto de canibalismo literario sobre escombros del pasado, aquí suele ser, aún hoy, un intento fracasado de "ajuste de cuentas" con el personaje en cuestión, fundado la más de las veces en profundo desconocimiento de nuestra propia historia, en el que el ocultamiento o destrucción de fuentes y la colonización de los aparatos educativos no tienen la responsabilidad menor.
En la línea de los pacíficos admiradores del General Perón se inscribe el folleto, muy bien impreso, de Piñeiro Iñiguez. Continuando una línea de interpretación inaugurada por Fermín Chávez, el autor desgrana las fuentes teóricas en las que abrevó Perón y cuya evaluación más destacable es el pragmatismo que presidió su utilización al servicio de la Nación: "Un método argentino para resolver los problemas argentinos". Esto último... algo incomprensible para los asaltantes de la Universidad de 1955 cuyos restos y descendientes se encuentran aún enquistados como un tumor en la Universidad actual.
Pero entremos de lleno en la obra, evaluando lo que a nuestro juicio son sus aciertos y sus errores. En este plano resulta discutible la ambigua afirmación de Piñeiro Iñiguez relativa al acompañamiento de la "tendencia profascista del golpe del 30", por parte de Perón (pág. 22). De su accionar previo y del informe que le dirige a Sarobe ("Algunos apuntes en borrador. Lo que yo vi de la preparación y realización de la Revolución del 6 de setiembre de 1930. Contribución personal a la historia de a revolución" (son solo apuntes, falta redacción) Cap. Perón -Buenos Aires, Enero de 1931) nada surge en ese sentido. El informe por su parte, se configura como el acta de acusación y el documento de ruptura con la doctrina del "estado mayor", tal como creemos haberlo demostrado en "Perón. Guerra y Política-Las fuentes Militares de `Conducción Política´". No obstante lo cual el autor del folleto insiste en esta última línea interpretativa (Perón como "oficial de Estado Mayor") citando, con prevenciones, a dos "historiadores" devaluados: José Luís Romero y el autor norteamericano de lengua española (1) Tulio Halperín Donghi (págs. 40/41), aunque luego matice la "justa caracterización" (sic) que desgranó el primero, incorporando nuestro autor la figura del "intelectual militar" (2) para definir a Perón.
Destacamos como un acierto entre las fuentes mencionadas, la del historiador austriaco del pensamiento hispanoamericano Víctor Frankl, a quien se le debe un importante trabajo sobre la doctrina social de la Iglesia en la década de los 40 del siglo pasado, publicado en la Revista "Universidad" que dirigía el cura Hernán Benítez y de indudable influencia en Perón (vale la pena leer el libro citado por Piñeiro Iñiguez "El Peronismo visto por Víctor Frankl", de Chávez, quien, aunque no cita ese trabajo, nos da una acabada noticia de la importancia del Frankl y de sus vínculos con el peronismo). En relación a este hombre del mundo católico centro-europeo (por resistirse al "anchluss" hitleriano, la anexión de Austria al Reich alemán, debió exiliarse) su afirmación de que Perón habría encarnado una "teología de la revolución", y que Piñeiro Iñiguez pone como antecedente de alguna manera de la "teología de la liberación" latinoamericana, resulta una afirmación excesiva. De aquella "teología de la revolución" , de orígenes medievales, aunque luego la presidieran Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, no hay trazas en Perón. Esa teología tiene un marcado acento conservador y empalma más bien, en el s. XIX, con el pensamiento reaccionario español de Vázquez de Mella y Donoso Cortés. Y este "filum" genético tiene bastante poco que ver con la(s) teología(s) de la liberación, inexplicables sin los sucesivos "aggiornamentos" de la Iglesia y las recepciones del marxismo y la revolución cubana por parte de los sacerdotes latinoamericanos. (pág. 32).
Si bien la obra no se presenta como un desarrollo exhaustivo del Perón escritor, resulta destacable, aunque insuficiente, la referencia al Perón historiador y su vínculo con las corrientes historiográficas de la época (fundamentalmente el mitrismo, cuya ejecutoria estaba a cargo entre otros, pero principalmente, de Ricardo Levene). Aquí nos permitimos destacar la sinuosa corriente historiográfica que articulaba desde el Ejército, la doctrina de la "nación en armas", el culto del "héroe (militar, en este caso, el gran capitán) en la historia" y la presencia determinante del pueblo; que se iba desprendiendo del mitrismo oficial pero aún con firmes vínculos con éste (3).
Otro acierto a destacar son los capítulos dedicados al "APRA y el peronismo" y a la Revolución Boliviana de 1943. Las referencias a Haya de la Torre, al Kuomintang (las "tres banderas" de Sun Yat Sen son un no lejano antecedente de las del peronismo), y a figuras como el exiliado nacionalista revolucionario boliviano Carlos Montenegro -quien dirigiera durante el peronismo la Revista "VERDAD para Latinoamérica" (1952-1953)- son fuertes incentivos para profundizar su estudio.
La consideración de lo que el "peronismo no fue" (Cap. XXI), a su vez merece una consideración: sin duda el peronismo no fue un "fascismo" ni ninguna de sus variantes; en ello coincide el autor del folleto. Este dato letal de la realidad, fácil de constatar desde aquí, desde la Argentina, fue la pesadilla -en muchos casos interesada- de la mirada extranjera. Mirada que -en nuestro País de capas medias colonizadas- se instaló firmemente a través de la "docencia" del italiano Gino Germani, un liberal reaccionario, antifascista bastante tonto, que pasa por ser el fundador de la "sociología moderna" en la Argentina (la que perece día a día en la Universidad). Letra más, letra menos sus afirmaciones sobre el peronismo forman parte de los resúmenes denostadores que se reiteran sobre el mismo. Como dato "curioso" cabe señalar que otros despistados calificaron al primer peronismo de "comunista", "ateo" o "pagano" (Julio Meinville). Y, última pero no la peor, se dedicó una abultada tesis universitaria -cabalgando sobre el "tipo ideal" de Max Weber- a demostrar que el peronismo no era fascismo. El disparate es que esto no lo hizo un "scholar" anglosajón, europeo continental o japonés, sino un argentino.
Un último reparo lo hacemos a la concesión periodística de la manipulación de la historia, tan en boga en estos días de la mano de Felipe Pigna, Hugo Chumbita, Pacho O`Donnell y García Hamilton: "la noche más atroz de la dictadura sufrida por los argentinos" en referencia a la dictadura militar de 1976-1983 por parte del autor, omite considerar las masacres en la Provincia de Buenos Aires (1829) perpetradas por el sirviente del imperio británico Juan Lavalle y las del otro sirviente y padre-fundador (del diario "La Nación" y de la Argentina del "centenario"), Bartolomé Mitre, en el Norte del País (1861/1863) y durante la Guerra del Paraguay (1865/1866). Las muertes causadas por estos dos traidores a la patria exceden largamente las provocadas por la mafia cipaya civico-militar de los 70.
La memoria selectiva cuando ella está presidida por la ideología circunstancial, es la primera traición del historiador.
Salvada esta perla negra, creemos que esta obra que reseñamos debe ser leída como un primer paso a su profundización. Es una punta de los varios hilos de Ariadna que nos permiten ingresar al laberinto del peronismo. La voluntad de estudio y la percepción sutil corren por nuestra cuenta. El Minotauro espera.